Lejos de la semblanza, puesto que Marco Antonio Núñez ,
bloguero, rompió moldes con esta entrada dedicada a uno de nuestros escritores preferidos ,
Francisco Umbral , que casi convertiríamos en canónica, puesto que rescata el
espíritu socarrón del escritor madrileño, resucitado en Valladolid y que
mendigando a veces por Salamanca, donde recordaba sus fachadas bombardeadas de plateresco y de
tedio, se hizo periodista y escritor. Más que abundar como decíamos en rasgos de su carácter,
o de una vida sembrada de anécdotas gloriosas, queríamos rememorar una glosa
de una vivencia propia y relacionada con uno de los mejores poetas y narradores
de nuestro tiempo(1). Recuerdo entonces el Café Central , sumido en la penumbra previa
y anunciadora del jolgorio nocturno, repleto de claves jazzísticas . Ruido de vasos, cubertería, que el garzón
ponía en orden; más allá, murmullos de conversaciones y nuestra amiga Anita, una
periodista granadina, con deje metalizado porque había reeducado su voz, para
estar más acorde con la tonalidad de la meseta, y que se nos disculpaba por este hecho centones de veces.
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Francisco Umbral, un dandi de las letras.
De Biblioteca Cervantes - Trabajo propio,
CC BY-SA 4.0,
hcommons.wikimedia.org
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Sin embargo, aquella tarde, Anita estaba casi en
estado letárgico por otro motivo. Con resquemor y mano trémula, casi derrama el café en la
mesa, en cuanto me confesó que iba a entrevistar a Umbral, del que le advertí
mi devoción.- Quizá línea por línea sea de los mejores escritores, Anita.
- No lo dudo, Muna.
- A mi me sorprendió en Mortal y rosa - enseguida me disparé por la cantilena literaria - una maravillosa
oda elegiaca a su hijo muerto, con toda la carga de poesía con la que nos mostró su abatimiento más absoluto. Comprendí entonces toda la frustración que llevaba a rastras el desdichado. ¡Un hijo, ni más ni menos!
-Sí, es un grandísimo escritor, aunque.- Anita titubeaba.
Pero en lugar de un triunfalismo, adivinaba en mi amiga un pesar, cuyas razones no acertaba a entender. Poco después comprendí las causas de tanta pesadumbre. Don Francisco, travestido de dandi caduco, con los pañuelos de Hermes que le regalaba Marichalar, al que nunca traicionó, o el sexo impúdico que asoma en cada una de sus novelas, en las que las cópulas tienen lo mismo de desabridas que de fantástico, hacían entrever a un personaje que se abalanzaría sobre mi amiga, de ojos jaspeados, carnes recias y un rostro por el que hubiera peleado por retratar el mismísimo Julio Romero de Torres. Una especie de cuento de Caperucita y el lobo, en una versión más moderna. Anita fumaba nerviosa, caótica, y dándome de razones de esta índole y de otras, más lo que imaginaba, podía ver la escena del pisaverde de cabellos marchitos que entre pregunta y pregunta, acabaría por alargar la mano más de la cuenta. Nuestra amiga, gran feminista, que nos había de pergeñar semejante historia, casi plasmó allí mismo, en el Central, el rubor que le produciría aquel momento. A mi sin embargo me vino a la mente, uno de los párrafos y de los personajes umbralianos, que buscaba en los vericuetos alentadores del Retiro, a las viudas de la Guerra Civil, ahítas de soledad y que encontraban en la experiencia efímera, un pequeño brillo con el que lustrar sus vidas anodinas.
-Sí, es un grandísimo escritor, aunque.- Anita titubeaba.
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Mortal y rosa, sublime elegía,
que debe perdurar, por ser
el retrato más desgarrador del dolor
de un padre ante la pérdida de un hijo.
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Pero en lugar de un triunfalismo, adivinaba en mi amiga un pesar, cuyas razones no acertaba a entender. Poco después comprendí las causas de tanta pesadumbre. Don Francisco, travestido de dandi caduco, con los pañuelos de Hermes que le regalaba Marichalar, al que nunca traicionó, o el sexo impúdico que asoma en cada una de sus novelas, en las que las cópulas tienen lo mismo de desabridas que de fantástico, hacían entrever a un personaje que se abalanzaría sobre mi amiga, de ojos jaspeados, carnes recias y un rostro por el que hubiera peleado por retratar el mismísimo Julio Romero de Torres. Una especie de cuento de Caperucita y el lobo, en una versión más moderna. Anita fumaba nerviosa, caótica, y dándome de razones de esta índole y de otras, más lo que imaginaba, podía ver la escena del pisaverde de cabellos marchitos que entre pregunta y pregunta, acabaría por alargar la mano más de la cuenta. Nuestra amiga, gran feminista, que nos había de pergeñar semejante historia, casi plasmó allí mismo, en el Central, el rubor que le produciría aquel momento. A mi sin embargo me vino a la mente, uno de los párrafos y de los personajes umbralianos, que buscaba en los vericuetos alentadores del Retiro, a las viudas de la Guerra Civil, ahítas de soledad y que encontraban en la experiencia efímera, un pequeño brillo con el que lustrar sus vidas anodinas.
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Cafés, verdaderos templos de la palabra, y el preciado líquido que
como suero de la verdad, nos arranca las más íngrimas confesiones.
Gentileza de pixabay
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De esta guisa, pareció que Anita, iba a trasponer los Umbrales del
Infierno de Dante, en lugar de tener un logro importantísimo para su
carrera incipiente como periodista - hablamos del año 2000.- ¡Deséame suerte, Muna!- Y
antes de que abriese la boca, selló mi silencio con un beso precipitado que me
dejó un rastro de carmín.- Perdón, estoy nerviosa.
- No pasa nada, Anita.- Le repuse, y enseguida me
soltó otro beso despavorido, de urgencias inusitadas.
- Es para ir cogiendo fuerzas.- Se me había declarado
en una relación que siempre fue de ten con ten, debido a que íbamos alternando
con nuestras parejas en un baile de sentimientos, siempre contrapuestos. Aquella tarde me había escamoteado dos besos, muy sagazmente.
Más tarde, cosido a esos pensamientos, me aparté de Anita, con el
tráfago de Madrid, sobrevolando mis retinas. Estaba tan confuso por
aquellas efusiones de mi amiga como preocupado por su entrevista. Al cabo de
unos días, vino ella con su andar que remeda un baile, a un bistró de la Calle Huertas donde garrapateaba poemas. Asida de la mano de un maromo de cara
procaz - empotrador se les llama ahora - le pregunté temerosamente a la vez que
esbozaba una sonrisa de circunstancias. Se había separado del marinero
en tierra - ¿Cómo fue, Anita?- Se suponía que sabía a qué me refería.
- El qué, cariño.
- Pues qué va a ser, tu entrevista con Umbral. ¿ Fue
el lobo tan fiero como lo pintábamos?
Descendió dulcemente, para posar como un ángel su
glorioso trasero en una silla cercana a la mía, y me contó que no hubo nada del
fornifollar de sus personajes más sátiros. Le habían quedado en cambio unos aires de
dulzura de aquella entrevista. Aparte de la archisabida fama de crear palabras,
había descubierto en este innovador algunos vocablos desconocidos, le resultó
un viejo muy comedido que alentó a la muchacha para que calmase sus nervios. Cada vez que fugazmente aparecía María España, su esposa y que como fiel
tramoyista, procuraba que no faltase nada en la mesa camilla donde se
desarrollaba la entrevista, ni siquiera el chocolate con soconuscos (2) .Los mininos entretanto saltaban, se alborozaban y hacían fiu para seguir la estela de Doña María, que tenía sus dominios lejos de la pieza oblonga donde Anita iba preguntando al gran escritor, que parecía de cristal, trasparente ( las señales de su enfermedad). Todo un éxito, que mientras el fortachón se perdía en el bistró, me desgranó mi amiga.
No podía ser menos, lejos de aquella figura donjuanesca o la hosca del "quiero hablar de mi libro", a mi amiga se le había planteado una escena en la que revivió el amor de una pareja que se adoraba. - Ojalá tú y yo llegáramos a lo mismo.- Alcé los ojos para advertirle que venía el Hércules.- Es pasajero, si tú quisieses, Muna. Con todo, el esforzado vino para acallar aquella declaración absurda. Y seguí pensando entre la albórbola del bistró, que Umbral tenía una dilatada trayectoria literaria. Su profusa obra, desde el artículo que cultivó a las órdenes de otro grande, que fue su descubridor en el Norte de Castilla, Miguel Delibes, hasta la genial Mortal y rosa, o sus obsesiones por Don Ramón, en este caso Gómez de la Serna, uno de los mayores talentos literarios disipados, que desde la atalaya del Torreón de Serrano y una curiosidad por los artilugios, se erigió en uno de los más grandes genios de las letras españolas, por el que Don Francisco sentía más que devoción una atracción fatal. O las correrías con otro de nuestros grandes, Camilo José Cela, como el propio gallego, merecerán otros post.
No podía ser menos, lejos de aquella figura donjuanesca o la hosca del "quiero hablar de mi libro", a mi amiga se le había planteado una escena en la que revivió el amor de una pareja que se adoraba. - Ojalá tú y yo llegáramos a lo mismo.- Alcé los ojos para advertirle que venía el Hércules.- Es pasajero, si tú quisieses, Muna. Con todo, el esforzado vino para acallar aquella declaración absurda. Y seguí pensando entre la albórbola del bistró, que Umbral tenía una dilatada trayectoria literaria. Su profusa obra, desde el artículo que cultivó a las órdenes de otro grande, que fue su descubridor en el Norte de Castilla, Miguel Delibes, hasta la genial Mortal y rosa, o sus obsesiones por Don Ramón, en este caso Gómez de la Serna, uno de los mayores talentos literarios disipados, que desde la atalaya del Torreón de Serrano y una curiosidad por los artilugios, se erigió en uno de los más grandes genios de las letras españolas, por el que Don Francisco sentía más que devoción una atracción fatal. O las correrías con otro de nuestros grandes, Camilo José Cela, como el propio gallego, merecerán otros post.
(1) No olvidemos su ejercicio de quintacolumnista, que como una lechuza dejaba su impronta en la contraportada de El Mundo. El último periodista literario de rompe y rasga, digno heredero de los Mariano de Cavia, Cansinos Assens, y que pese a los esfuerzos enconados de Raúl del Pozo, nunca se le llegará a suplir. Los umbralianos le echaremos de menos, por esa sonrisa que nos cincelaba en un vagón de metro, cuando de camino al trabajo, nos embebíamos en su columna, una delicatesen que adorábamos.
(2) Así comienza la escena del César visionario, un Franco
que firmaba sentencias de muerte, mientras tomaba chocolate en la mesa camilla.
Hola! Es una gran anecdota haber podido entrevistarle. Fue y siempre será uno de los grandes escritores de este país. Me alegro mucho por tu amiga, porder tener cerca y poder llevarse su propia impresión.
ResponderEliminarCreo que todos coincidimos en que era un hombre peculiar. Me sorprendió mucho que dijese que detestaba a Baroja y Pérez Galdós. Siempre fue muy polémico.
Un saludo, muy buena entrada:))
Tuvo mucha suerte, María. Es verdad que al principio pudo más esa imagen hosca y donjuanesca de Umbral, pero por eso fue mucho más grato el contraste, que luego se dio en la entrevista. A mi me quitó la careta de un hombre a veces envalentonado de forma claramente impostada para no revelar su fragilidad. La muerte de su hijo, que nos conmueve en Mortal y rosa, le había partido en dos.
EliminarEn cuanto a Baroja, es sin duda uno de nuestros mejores novelistas, con más éxito allende nuestras fronteras. O Benito Pérez Galdós, denostado por unos y por otros, pero que nos llenó los anaqueles de clásicos memorables. Fortunata y Jacinta es una de mis novelas preferidas. Ambos, se me ocurre, representan la sencillez del lenguaje, en un estilo más cervantino. Y Umbral curiosamente veneró más el ingenio Gómez de La Serna, que jugaba con las palabras no sólo en las greguerías, uno de nuestros grandes olvidados de la literatura, porque es verdad que a pesar de su gran prosa e ingenio, nunca maduró una obra definitiva.
De Gómez de la Serna siempre recuerdo una anécdota que contó en su fabulosa Isla del Segundo Rostro, Albert Vigoleis Thelen. Los exiliados alemanes, gustaban de retarse en unos juegos retóricos, en los que el público elegía un tema. El Conde Kessler, último epígono de Niezstche, derrotaba sin paliativos a todos sus contrincantes con una facilidad pasmosa. Hasta que apareció Don Ramón, con su lengua prodigiosa y una figura de peonza, para batir al conde invencible a propósito de " la cafetera", tema escogido por la audiencia de ese juego. Por cierto, ¿qué se te ocurriría, María, de algo tan prosaico como una cafetera? A mi casi nada. Un saludo y gracias por visitar el blog.
Genial artículo, amigo Sergio, consigues humanizar al personaje, descabalgarle un poco, de esa imagen un tanto antipática, que el mismo contribuyó a crearse, como suelen hacer todos los grandes genios... Finalmente, he de reconocer que no he leído ninguno de sus libros, pero si algunos de sus artículos y, hablara de lo que hablara siempre me atraían como un imán, era una prosa cautivadora...
ResponderEliminarFelicidades, amigo, por esa gran pluma!!!!