Como italiano perdido en una diáspora cultural, quizá la única no desdeñable en términos de añoranza, una figura representa por encima de todos nuestro ideal, la del maestro Antonio Tabucchi. Si en el resto del mundo todos los caminos confluyen a Roma, en el país luso, el poeta Fernando Pessoa abarca casi todos los horizontes. De modo que no es de extrañar que el veleidoso azar pusiese en las manos de Don Antonio un poema del gran escritor portugués, en la estación parisina de Lyon, y que el luso había firmado con uno de sus heterónimos, Álvaro Campos. Es el triángulo maldito de nuestro joven intelectual, escritor de rachas hasta aquel encuentro: París, Italia y un naciente amor por Portugal habrían de conformar el resuello, que llenó de pasión los años mozos en los que uno se decanta por una vida plúmbea o se arroja en brazos de la incertidumbre. El joven Tabucchi eligió el segundo y más etéreo camino.
Porque herido por la belleza conmovedora de los versos de Campos, tuvo una de
esas revelaciones/conversiones, e hizo su propio camino a Damasco. Aquella
mañana había leído y releído las líneas una y otra vez, en un éxtasis que le vino en un
lugar extraño, una estación de tren, donde la gente va y viene con un rebullir
de fuga y diapasón desenfrenado, él se olvido completamente de ese destino "físico" al que se dirigía, tan efímero por lo demás, cuando había encontrado la razón de su vida. Asió entonces el ejemplar para seguir murmurando los versos de Campos, aguardando a que alguien se lo reclamase, por lo que salió de la escena
del pecado de puntillas y girando el rostro una y otra vez, queriendo zafarse
de toda sospecha, al mismo tiempo que las atraía con trancos desasosegados. Nos hubiese gustado haberle
hecho esa pregunta, un profesional caracterizado por la honradez, y que había cometido el pecado venial de descuidar aquel poemario, como un ratero más. A quien perdiese el ejemplar en cualquier caso se lo agradeceremos eternamente; un despiste que iba a
sembrar una semilla, que se transformó en un poso inconfundible en toda la obra de
Tabucchi: la admiración por Pessoa, y por extensión de toda la cultura
lusa.
No obstante, se repiten conversiones a las obras de un
autor, se repiten más de la cuenta diríamos en tono quejicoso, y a veces echan a perder un talento
literario por la devoción que les inspiran otros colegas. Quizá el ejemplo más
doloroso sea el representado por Albert Vigoleis Thelen,
cuya opera prima y magna, La Isla del Segundo Rostro, es una
de las joyas narrativas europeas del siglo XX, sin lugar a dudas y a pesar del
desconocimiento que se ha generado en torno suyo. Este gran narrador que nos
había podido deparar otras grandes novelas, se enamoró de unos versos del
místico portugués Teixeira de Pascoaes, al que iba a dedicar
toda su inventiva, para desencanto de los que nos hemos constituido en legión
de seguidores de Thelen y que hemos disfrutado de su obra a carcajada limpia. Al ir a buscar alguna migaja más que llevarnos de su ingenio en los anaqueles, apenas nos hemos topado con unas pocas referencias y sí con un gran desconsuelo del que se queda huérfano y anhela lo que pudo haber sido y no fue del talento
de Vigoleis ( hicimos
una reseña de su gran obra en uno de nuestros hilos ). No dudamos de la calidad en todo caso del gran vate Pascoaes, pero echamos de menos la prosa abigarrada y maravillosa del narrador alemán.
En Tabucchi, su pasión por Pessoa sin embargo, va a enriquecer con un mayor bagaje su obra. Le va a dar un halo de intelectualidad, si bien Don Antonio nos infunde sus píldoras culturales entreveradas con argumentos muy amenos, que no espantan al lector más pedestre, que busca simplemente divertimento. En La cabeza de perdida de Damasceno Monteiro, paralela a la trama de suspense, discurren las inquietudes intelectuales de uno de sus protagonistas, que si no recordamos mal quiere acabar una tesis de autores condenados al ostracismo y cuyas influencias en la literatura portuguesa actual es más que notable,como sólo se le puede ocurrir a un erudito de cosas extrañas y hueras. En Sostiene Pereira, cuya versión cinematográfica tuvo a todo un caballero de la gran pantalla, Marcelo Mastroiani(1) que ejerció de maestro de ceremonias y del periodismo, al que le corroe la ancianidad y la muerte. Pues en esta pieza emerge la figura de un filósofo que lleva a cabo un opúsculo acerca de la muerte que toca la fibra sensible del viejo periodista. Pereira hasta ese encuentro, era el reportero a vuelta de todo, que se limita a narrar muy asépticamente el acontecer diario, sin inmiscuirse en la realidad de la sociedad portuguesa.
Corre en la narración el año 1938, en plena Guerra Civil española y con un salazarismo en su momento de mayor esplendor. Digamos que el profesor Antonio de Oliveira Salazar poco se parece al General Franco, al que soporta sus aires marciales con estoicismo y escasa simpatía, aunque gobierna con autoridad, sin el menor asomo de compasión desde el año 1933 que funda el Estado Novo. En estas Pereira conoce al citado filósofo que coquetea con la muerte como motor de su obra. Y el maestro para sacarle de su atonía, le propone que escriba necrológicas de personajes relevantes que aún vivan, con claro ars giocandi (como un juego). Pero esa fiereza de la juventud, más que indómita, lleva al pensador a meterse en líos y arrastra al baqueteado plumífero a un último acto romántico, un último hálito que nos impulsa a vivir a contracorriente, sin temor a las represalias.
Previamente habían crecido los lazos de afectividad entre ambos personajes y el filósofo que había escrito las necrológicas de personajes vivos, sí, pero en las que censura abiertamente a iconos del fascismo, como podrían ser Filippo Tomaso Marinetti, apóstol del movimiento artístico futurista y que preconiza el fuego de la guerra como fuerza redentora de lo nuevo, o clama contra Gabriele D´annunzio, poeta de grandes elogios nacionalistas, de gran talento ver excelente hilo sobre los precedentes de las camisas negras fascistas. Todas estas diatribas contra los ídolos del nuevo régimen corporativista, que como cualquier dictadura, no tolera la libertad de expresión, sumirá a los personajes en una " aventura amarga" ( por no desvelar más de la trama de esta bellísima novela). Ejemplos narrativos de Tabucchi por su excelencia los tenemos en La gastritis de Platón, Tristano muere:una vida o Se está haciendo cada vez más tarde. El maestro Don Antonio nunca defraudará, porque se acercará a problemas trascendentales del hombre, aunque siempre desde una dinámica en la que entreteje divertidos argumentos, si no se quiere profundizar mucho en nuestras cuitas existenciales.
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A Tabucchi se le paró el reloj en la Estación de Lyon de París. De Nils Öberg - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5828612 |
En Tabucchi, su pasión por Pessoa sin embargo, va a enriquecer con un mayor bagaje su obra. Le va a dar un halo de intelectualidad, si bien Don Antonio nos infunde sus píldoras culturales entreveradas con argumentos muy amenos, que no espantan al lector más pedestre, que busca simplemente divertimento. En La cabeza de perdida de Damasceno Monteiro, paralela a la trama de suspense, discurren las inquietudes intelectuales de uno de sus protagonistas, que si no recordamos mal quiere acabar una tesis de autores condenados al ostracismo y cuyas influencias en la literatura portuguesa actual es más que notable,como sólo se le puede ocurrir a un erudito de cosas extrañas y hueras. En Sostiene Pereira, cuya versión cinematográfica tuvo a todo un caballero de la gran pantalla, Marcelo Mastroiani(1) que ejerció de maestro de ceremonias y del periodismo, al que le corroe la ancianidad y la muerte. Pues en esta pieza emerge la figura de un filósofo que lleva a cabo un opúsculo acerca de la muerte que toca la fibra sensible del viejo periodista. Pereira hasta ese encuentro, era el reportero a vuelta de todo, que se limita a narrar muy asépticamente el acontecer diario, sin inmiscuirse en la realidad de la sociedad portuguesa.
Corre en la narración el año 1938, en plena Guerra Civil española y con un salazarismo en su momento de mayor esplendor. Digamos que el profesor Antonio de Oliveira Salazar poco se parece al General Franco, al que soporta sus aires marciales con estoicismo y escasa simpatía, aunque gobierna con autoridad, sin el menor asomo de compasión desde el año 1933 que funda el Estado Novo. En estas Pereira conoce al citado filósofo que coquetea con la muerte como motor de su obra. Y el maestro para sacarle de su atonía, le propone que escriba necrológicas de personajes relevantes que aún vivan, con claro ars giocandi (como un juego). Pero esa fiereza de la juventud, más que indómita, lleva al pensador a meterse en líos y arrastra al baqueteado plumífero a un último acto romántico, un último hálito que nos impulsa a vivir a contracorriente, sin temor a las represalias.
Previamente habían crecido los lazos de afectividad entre ambos personajes y el filósofo que había escrito las necrológicas de personajes vivos, sí, pero en las que censura abiertamente a iconos del fascismo, como podrían ser Filippo Tomaso Marinetti, apóstol del movimiento artístico futurista y que preconiza el fuego de la guerra como fuerza redentora de lo nuevo, o clama contra Gabriele D´annunzio, poeta de grandes elogios nacionalistas, de gran talento ver excelente hilo sobre los precedentes de las camisas negras fascistas. Todas estas diatribas contra los ídolos del nuevo régimen corporativista, que como cualquier dictadura, no tolera la libertad de expresión, sumirá a los personajes en una " aventura amarga" ( por no desvelar más de la trama de esta bellísima novela). Ejemplos narrativos de Tabucchi por su excelencia los tenemos en La gastritis de Platón, Tristano muere:una vida o Se está haciendo cada vez más tarde. El maestro Don Antonio nunca defraudará, porque se acercará a problemas trascendentales del hombre, aunque siempre desde una dinámica en la que entreteje divertidos argumentos, si no se quiere profundizar mucho en nuestras cuitas existenciales.
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Filippo Tomasso Marinetti, apóstol de los futuristas y de la guerra como fuerza redentora que destruiría lo viejo. (Wikipedia commons) |
(1) Se decía del gran Marcelo, que era el tipo de guapo que no ofende. Un
gentleman de mirada tierna, al que las mujeres amaban y al que los hombres nos
gustaría parecernos. Su obra es más que dilatada y llegó al rodaje de esta
película más que baqueteado, lo que hizo que este filme tuviese aires de
sinfonía de despedida.
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