Como italiano perdido en una diáspora cultural, quizá la única no desdeñable en términos de añoranza, una figura representa por encima de todos nuestro ideal, la del maestro Antonio Tabucchi . Si en el resto del mundo todos los caminos confluyen a Roma, en el país luso, el poeta Fernando Pessoa abarca casi todos los horizontes. De modo que no es de extrañar que el veleidoso azar pusiese en las manos de Don Antonio un poema del gran escritor portugués, en la estación parisina de Lyon, y que el luso había firmado con uno de sus heterónimos, Álvaro Campos . Es el triángulo maldito de nuestro joven intelectual, escritor de rachas hasta aquel encuentro: París, Italia y un naciente amor por Portugal habrían de conformar el resuello, que llenó de pasión los años mozos en los que uno se decanta por una vida plúmbea o se arroja en brazos de la incertidumbre. El joven Tabucchi eligió el segundo y más etéreo camino. Porque herido por la belleza conmovedora ...
Un viaje por la historia y la cultura