- ¿Muna, no te parece extraño el universo?- Flanqueados por veredas de pinares, asomaba la luna en el Camino del Arcipreste y casi no llegábamos al cierre del parque recreativo de la Panera. No fue óbice que la noche se cerniese bullendo en cada roca para que encogidos por semejante bóveda celestial, Manuel Ontiveros me discursease de cosas que escapaban a nuestro discernimiento. Púlsares, cuásares o agujeros de gusano titilaban como bailarinas singulares por encima de nuestras cabezas. Más tarde, con nuestras familias y el tole tole de su casa del Espinar, nos apartamos a la balaustrada del porche a pontificar acerca de literatura del género, que nos abriría algo los ojos respecto a la liturgia de la religión de las estrellas (1).
Aquella noche tampoco nos olvidamos de los deliciosos pasajes al pasado con los que nos obsequia Thorne y que convierten, como decíamos, en protagonista involuntario al lector. De nuevo, con un horizonte undoso, nos asomamos desde la balaustrada del Espinar a la borda de un barco en la que un joven astrónomo - ¡¡¡¡de sólo 19 años!!!!- que parte a Cambridge desde su India natal, parece abstraído ( estamos en el año 1930). No le azora la lejanía de su tierra natal ni el hecho de comenzar una nueva vida en un lugar extraño como aquel sanctasanctórum de la ciencia que sigue siendo Cambridge. El reloj bulle perezoso a los lomos de las olas y el joven Subrahamanyan Chandrasekhar comienza a amasar matemáticamente la teoría de la relatividad. Thorne alaba de este genio hindú el hecho de que sin apenas vínculos con otras redes de conocimiento, fuese capaz de deducir a partir de la teoría de la relatividad y gracias a su pericia matemática ( recordemos que Einstein no era muy ducho en esta disciplina) el tamaño para que una estrella con el combustible nuclear agotado colapsase y se convirtiese en un agujero negro(3) o en una estrella de neutrones. Es el conocido límite de Chandrasekhar, 1,44 masas de nuestro sol, por el que "la degeneración de electrones no es capaz de contrarrestar la fuerza de un remanente estelar, produciéndose entonces un colapso que nos deparará un agujero negro o una estrella de neutrones" (podemos ver esta explicación en wikipedia)
La conclusión de que una vez acabado el combustible nuclear que luchaba para que la estrella no colapsase por su masa y la fuerza de gravedad inherente, fue tachada de verdadera locura por insignes científicos como Arthur Eddington, que en un papel indigno de su talla, recordemos que había fundamentado la teoría de la relatividad de Einstein en el famoso eclipse de 1919 como se reseña en la estupenda semblanza de Chandrasekhar en Estrellas y borrascas , llegó casi al trato vejatorio. De esta guisa, mi amigo Ontiveros trata de imaginar en la balaustrada de su porche la pose humilde de Subrahamanyan cuyas ideas fueron menospreciadas por la comunidad científica hasta que más tarde se reconocieron como prodigiosas. Un joven indio humilde, y recién llegado al templo de la sabiduría que era el Trinity College de Cambridge.
De ánimo jocoso, Lolo olvidó las estrellas para seguidamente recrearse en las serranas del Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita. Solemos hablar a saltos, sin un hilo de racionalidad. Me recordó que no nos habíamos topado con ninguna, que nos subiese a horcajadas el trecho de monte más empinado de la Ruta del Arcipreste. - Que no nos escuchen las parientas- me susurra cómplice, como si las muchachas jocundas fuesen a salir de su existencia literaria. Ahora las serranas son jóvenes aunque recias, de mucha finura. Es cuando pienso lo equilibrado que es nuestro mundo con esos pinares donde todo se hace calmo o las bellas y serenas serranas, frente a un universo en el que la materia tiene una existencia tan violenta.
- Cualquiera que nos oiga, Lolo, parece que entendemos de algo y en realidad no comprendemos nada.- Le repuse, mientras él expelía humaradas azules de forma muy plácida. Enseguida hicimos una semblanza de Kip Thorne que es una de las personas en las que la vejez se abomba en el rostro en formas de arrugas y sabiduría. La razón no era otra que le había recomendado un libro suyo que casualmente leímos recientemente: Agujeros negros y el tiempo curvo. Se trata sin duda de un científico que fabula con la astronomía tornándola en muchas ocasiones en un juego de niños o en cábalas donde apuesta cosas mundanas como revistas del género alegre, con su amigo Stephen Hawking (2). Frecuentemente, las obras divulgativas de este astrofísico americano cobran tintes de novela de ciencia ficción, con un protagonista entre inerme y sorprendido, que es el lector.
Así el mismo lector que convalece de una vida anodina tan pronto se sumerge en una ruta de agujeros negros como viaja a través de sus homónimos de gusano; acompañado por la voz de este científico provecto que te va musitando las bagatelas teóricas, las cuales entran sin redención posible en tu sesera. Incluso tienta con un aparato matemático más sencillo a que nos iniciemos en cálculos relativistas, que refuercen nuestra autoestima y nos hagan perder el miedo reverencial que padecemos muchos por esta disciplina que admiramos en la distancia. No en vano, cuentan que estamos frente al mejor conocedor de la famosa teoría de la relatividad de Albert Einstein- no deja ningún dato al desgaire, toda la información es fruto de una ceñuda concepción científica- sobre todo en relación con la astronomía. Pero a la vez, Thorne aconsejó a su amigo Carl Sagan en cuanto a la posibilidad de transitar por el tiempo a través de agujeros de gusano, para que éste atase este aspecto teórico en su filme Contact. También ha alternado ficciones destinadas al gran público como Interstellar que por supuesto se han llevado a la gran pantalla, con secuelas en las librerías con las que explica la ciencia que subyace en esta fábula, de la que no desvelaremos más entresijos. No estamos tratando por tanto con el tipo de genio loco aislado en una Torre de Marfil.
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Maravilloso libro divulgativo, porque nos enseña a la vez que nos divierte. |
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Representación del agujero negro gentileza de wikipedia. |
De ánimo jocoso, Lolo olvidó las estrellas para seguidamente recrearse en las serranas del Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita. Solemos hablar a saltos, sin un hilo de racionalidad. Me recordó que no nos habíamos topado con ninguna, que nos subiese a horcajadas el trecho de monte más empinado de la Ruta del Arcipreste. - Que no nos escuchen las parientas- me susurra cómplice, como si las muchachas jocundas fuesen a salir de su existencia literaria. Ahora las serranas son jóvenes aunque recias, de mucha finura. Es cuando pienso lo equilibrado que es nuestro mundo con esos pinares donde todo se hace calmo o las bellas y serenas serranas, frente a un universo en el que la materia tiene una existencia tan violenta.
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Legajo del Libro del Buen amor.El Arcipreste nos conquistó con sus historias |
(1) La religión de las estrellas que se torna tan especulativa, que muchas veces requiere de auténticos de ejercicios de fe, por lo que jocosamente mi amigo y yo, la llamamos la religión de las estrellas. De hecho, cuando se propagan conclusiones que han sido simuladas por ordenador, y a pesar de todo el andamiaje matemático sobre el que se asientan, no debemos perder la perspectiva y tener en cuenta que son razonamientos de naturaleza muy especulativa. O caeríamos en lo que Popper llamó la fascinación que nos despierta la belleza de cualquier solución matemática, sofisticadas teorías en las que cuadran los números, no pueden ser tenidas como soluciones de la realidad.
(2) Hawking perdió la suscripción anual pero su teoría de emisión de radiación de los agujeros negros, conocida como radiación Hawking o el pelo para ser más gráficos, salió triunfante por la observación acertada de Thorne.
(3) Esta idea estaba implícita en las observaciones del astrónomo del siglo XVIII John Mitchell, experto en sistemas binarios y fue desarrollada a la postre por Cavendish según los principios newtonianos hasta depararnos los precedentes de los agujeros negros, las estrellas oscuras. Unos astros cuyo radio fuese unas quinientas veces el de nuestro sol, según postuló Mitchell sería inobservables porque atraparían cualquier destello de luz ( se conocía la denominada velocidad de escape entonces).
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