Aquel griego resonaba en la lontananza con dejos de cosa plúmbea como reconoce Kapuscinski en su Viajes con Heródoto. En realidad, a los lectores modernos, nos es ajena la fascinación por el mundo clásico, y podemos decirnos que nos sentimos incómodos en esa camisa, con la lluvia de nombres y leyendas que escapan a nuestra comprensión, aunque el maestro de universidad de Kapuscinski lo hubiese sacado a colación de pasada junto a su sonora obra, Nueve libros de historia de Heródoto de Halicarnaso, que cubría una amplia panoplia de géneros. El periodista afirma en Viajes que el griego por su afán pesquisidor, podría pasar por ser el primer corresponsal de la historia. Incombustible, el de Halicarnaso viaja y pregunta, teniendo en cuenta testimonios que la memoria deforma por su plasticidad y adaptabilidad, pero con los que va reconstruyendo el rastro de viejos imperios como el del persa Jerjes.
Sin embargo, antes de embarcarnos en la obra del griego, Ryszard nos sorprende con su singular introito, pues cualquiera hubiera imaginado a tenor del título, una introducción más sesuda. Así, nos mete de lleno en su papel de joven risueño que anhela los libros en un periodo caracterizado por todo tipo de carencias, incluidas las intelectuales. Todavía enjugadas las bocanadas humeantes de la II Guerra Mundial, frente a los edificios donde se apilaban los cascotes y se adivinaban los nidos de ametralladoras, correteaba aquel muchacho lleno de ilusiones que simulaba hazañas bélicas. Va creciendo el tierno Kapuscinski, hasta que comienza a laborar en una redacción y como enviado a provincias se gana sus primeros cuartos. Con ojos tenaces observa cómo a medida que se abisma con un Skoda al borde de las fronteras, su país se despuebla, y triunfa la soledad. Es difícil toparse si no es con personajes huraños o las guerreras de los militares que custodian los pasos, armados hasta los dientes. Las fronteras se nos revelan gracias a la fascinación del escritor con esta índole onírica y de sima mágica, que les confiere el telón de acero.
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Vaijes con Heródoto, maravillosa fábula de periodismo moderno e historia antigua |
En cualquier caso, el primer encuentro con el sabio de Halicarnaso tendrá lugar más tarde. Cuando solicita destino en Praga en su trabajo e inesperadamente al cabo de un tiempo, le ofrecen la corresponsalía del magazine ¡¡¡en la India!!! Su redactora jefa ante su perplejidad, y para superar el mal trago, le regala un ejemplar de la historia de Heródoto - la India es un universo caleidoscópico y para un país confinado en sí mismo como lo era Polonia entonces, sonaba tan remoto como Marte. De esta guisa, Heródoto se asomará en la narración de Kapuncinsky, con el que apreciamos evidentes los paralelismos. El joven reportero viaja, pregunta, indaga como dos mil quinientos años antes lo había hecho su admirado historiador. Ryszard se siente más identificado con esta forma de rebullir sobre el terreno para comprender la noticia que con sus coetáneos que monitorizan las redes sociales como verdadero cedazo de la información (recomendamos leer la hermosa exposición de motivos que hace de su profesión el maestro Kaspuncinski en este hilo http://www.clasesdeperiodismo.com/2013/03/04/10-reflexiones-de-ryszard-kapuscinski-sobre-el-periodismo/ ). Nos recuerda a la vieja distinción de uno de nuestros grandes de la literatura, Pío Baroja, que discernía en sus apreciaciones entre los periodistas de mesa y los de pata, que no pisaban la redacción. Añadiríamos a los talentosos que como Mariano de Cavia poca falta les hacía y se permitían la excentricidad de anudarse chalinas mordidas por el polvo y portar un gato que se posaba en sus hombros. Todo un personaje cargado de malas pulgas y no precisamente las de su minino.
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Periodismo de mesa. Onetti fue un monstruo nacido en la redacción, que se calentaba al amor de las linotipias y de suculentos cafés. |
Retomando el hilo, el ejemplar de Nueve libros de historia acompañará al polaco en las sucesivas corresponsalías que ocupa, India, China, diversos países de África, y mientras el lector viaja espacialmente por aquella gira que emprende el maestro del reporterismo, está viajando a la vez por el tiempo. Cabe destacar su parada en Argelia. Allí llega tras el chivatazo de un legatario de aquel país, que le advierte que en Argel iban a acontecer cosas extraordinarias. Llega, y frente a la calma chicha muestra su decepción, hasta que súbitamente y de manera vertiginosa se suceden los acontecimientos. Un golpe de estado incruento, luego luchas fuego, cristales rotos, que como aprende Ryszard son la espuma de la noticia. El legatario argelino devenido en nuevo pope de la dictadura naciente, le enseña que los medios occidentales llegan con el ruido y se van cuando se acaba el mismo. Jamás entran en la raíz de los problemas que provocaron aquellos marasmos, de ahí que le hubiese invitado a que llegase antes de se desencadenasen los acontecimientos más gruesos. Kapuscinski cree que la Argelia de aquel golpe le reveló la doble naturaleza de los países islámicos donde progreso y tradición, campo y mar, se enfrentan con golpes espasmódicos de una violencia a veces incontrolada.
Es cuando arribamos a sus últimas páginas y deseosos de que este maravilloso libro no acabe nunca, que se nos desentrañan los verdaderos motivos que impulsaron al polaco a escribir su novela biografiada, o su libro de viajes, o de reportajes, porque la obra del maestro del periodismo es todo eso y mucho más. El nos dice de su puño y letra que “temía caer en la trampa del provincianismo, noción que solemos asociar con el espacio: provinciano es aquel cuyo pensamiento está centrado en un limitado espacio al que el individuo en cuestión atribuye una importancia desmesurada, universal. Sin embargo, T. S. Elliot advierte de otro provincianismo, no del espacio sino del tiempo: “ En la época actual – escribe en 1944 en un ensayo sobre Virgilio- en que los hombres parecen más inclinados que nunca a confundir sabiduría con conocimiento y conocimiento con información, y a tratar de resolver problemas vitales en términos de ingeniería, está naciendo una nueva especie de provincianismo, que quizá merezca un hombre nuevo. No es un provincianismo espacial sino temporal” (Viajes con Heródoto Ryszard Kapuscinski). Es nuestro fin denunciar la rabiosa modernidad que enaltece a los vivos y se olvida de los muertos, que emprendieron una parte, quizá la más importante, del camino. Esa especie de exaltación de lo moderno, limitado a un marco temporal tan reducido, revela en realidad nuestro provincianismo histórico.
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Otra novela altamente recomendable a los nuevos periodistas, sobre un periodismo a caballo de la literatura |
(1) Hay un debate entre muchos historiadores, por considerar a Heródoto al primer historiador de la humanidad, que recurrió a métodos homologables a los modernos. Fiaba mucho a los testimonios orales, a pesar de que él mismo los pusiese en cuarentena ( de sus razonamientos sobre la memoria, deberían tomar nota muchos políticos actuales). Si bien la presencia de lo sobrenatural en Heródoto todavía es patente, lo que hace que una porción nada desdeñable de los historiadores, no le reivindique como un profesional de la historia sino es al uso de aquellos tiempos. Mientras que Tucídides busca explicaciones más plausibles en lo telúrico o mundo material, sin deus ex machina, lo que le acerca a estos criterios más modernos de registrar los acontecimientos.
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