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Max Brod no perdió los papeles.

Miles de opúsculos que se alimentan con los ecos de la lluvia, esto es especulan e intentan indagar infructuosamente en una de las figuras más misteriosas de la literatura mundial, Franz Kafka, han escarbado en vano en su vida y en algunas de sus decepciones amorosas. Las experiencias burilan más de lo que parece la obra de un escritor, sin embargo, poco sabemos de este personaje casi literario, que buscó el remanso de paz del Callejón de los alquimistas en el Castillo de Praga, para en su bucólico silencio de rúa medieval, encontrar la inspiración de las musas, junto a su hermana Ottla (la inspiración es el oro/piedra filosofal de los novelistas/alquimistas). Porque él fijó mejor que nadie el inefable rostro del siglo XX, quizá un mundo sin faz, con su ejército de burócratas que nos hicieron menos comprensible y sin duda kafkianos los engranajes de las sociedades modernas. 


El joven Kafka, que dudaba de su calidad literaria,
le hizo una encerrona a su querido Max Brod.


Repleto de la burocracia que bendijo su compatriota Max Weber(1) y que convino como sino ineludible de las sociedades contemporáneas, muchos han sido los retratos que denunciaban la sinrazón de una excesiva reglamentación que se erige capa sobre capa. El hombre sin atributos de Musil, aparte de su inverosímil y comienzo científico, de los mejores posibles que se hayan perpetrado jamás, nos habla de la locura de una Kakania, lleno de orates y de oficios que rellenar. Mientras la carcoma se va adentrando cada vez más en las estructuras del Imperio Austrohúngaro, la verdadera Kakania. Instituciones esclerotizadas, pompa militar de charreteras y discursos vacuos e hilarantes nos llenan de oquedades los oídos a los lectores . 

A la misma altura, sólo que desde dimensiones y apriorismos diferentes, llegamos al brillante  Proceso de Kafka. Con suma angustia y algunos delirios surrealistas, como el episodio del Pintor Titorelli que advierte al protagonista de los profusos laberintos que anidan en los procesos similares al suyo, al mismo tiempo que unos niños aviesos le cosquillean los pies al artista. Ni Luis Buñuel con su Perro Andaluz hubiese parido escena tan onírica, que nos divierte y escamotea por algunos segundos el interés en la trama principal de la obra. Por no hablar del magistral cuento que se halla en la misma novela, Vor dem Gesetz, Ante la ley, en la que un ciudadano que pretende traspasar el quicio de una puerta, se topa con un guardián acodado en la misma,  que se interpone en su paso. No le deja traspasar aquel umbral, no sabemos tampoco el cometido que lleva al ciudadano a querer trasponerlo, no obstante, la amargura invade cada poro de nuestra piel. Kafka es así, desconocemos las causas lo que hace más kafkianos valga la redundancia, las vidas con las que alimenta sus personajes. Pasa el tiempo, las arrugas trepan por el rostro de aquel ciudadano, que cuando cree que va a expirar con su último aliento, observa cómo el guardián recostado sobre la jamba, deja de mirarle, recoge su silla y se va. ¿ Por qué no le permitió atravesar dicha puerta? Lo desconocemos. Esta maravillosa fábula de lo absurdo, es una metáfora válida en muchas circunstancias de la vida(2)


Praga sigue rindiendo culto a su literato más afamado.


Añadamos  la desconcertante Metamorfosis, relato o novela breve que entraña con todo, con deliberada maestría, la sensación que en ocasiones nos apelmaza cuando en el lecho, nos duele comenzar un nuevo día o encontrar alguna razón para que el Sisífo de Camus que llevamos dentro vuelva a coger la piedra y subir la cuesta pina de nuestros demonios personales. ¿O si en realidad fuésemos un gusano que sueña ser hombre? El Castillo, América, todas unas novelas en las que de jóvenes nos asomamos  a un universo extraño azuzados por la Metamorfosis, pero que peligró sin duda. Imaginémonos en el sanatorio Wiener Wald en Kierling donde expiraba un tuberculoso Franz Kafka. Su hermana Ottla(3) le tiene asido de la mano, y el todavía joven escritor,  delira afiebrado. Hasta que le vienen unos segundos de extraña lucidez. Mira con ojos que penetran a su representante y querido amigo, Max Brod que se encuentra en la que será la cámara mortuoria del gran escritor ¿Estará mirando al más allá? se pregunta el ingenuo de Max. Pero de pronto, surge de lo más abismado de la garganta de Franz una petición  que suena a últimas voluntades. Aunque no lo crean, le solicitó al custodio de su obra que quemase todos sus papeles y composiciones. ¡¡¡¡No valían nada!!!! Como sabemos, Franz murió unas horas después de que formulase dicha petición, más propia de un lunático. 


¿Cabe pensar en la literatura del siglo XX sin un Gregor Samsa? ¿ Y sin un Proceso? Harold Bloom, reputado crítico, esgrime con vehemencia que más que el siglo de Freud, de Einstein o de Keynes, el siglo XX pertenece por completo a Kafka, que ejerció una mayor influencia que todos ellos a través de la literatura en cualquiera de los órdenes de la vida. ¿Exagera Bloom?   El fue el que mejor definió lo extraño de un mundo sin rostro. Gracias al desleal Max Brod, podemos disfrutar de una literatura inigualable. Con sus papeles no obstante hubo litigios como el emprendido por el Gobierno de Israel, contra quien pretendió sacar de aquel país parte de la obra no publicada del autor checo. Dice la leyenda que hay escritos que no vieron la luz- en manos del estado hebreo o dispersos en otros lugares, con un punto de partida en la Gestapo, que incautó a su última amante aquellos escritos- y que como con el baúl del excelso poeta luso, Fernando Pessoa, cambiarían o mejor dicho, completarían los mundos de ambos literatos y por tanto de la literatura universal.  No deja de ser kafkiano que una obra en la que no creía su propio autor, se convirtiese  a la postre en asunto de estado.


Max Brod, más fiel a la obra que a su amigo
para nuestro consuelo.
(1) Viena engendró como verdadero hervidero a personajes muy relevantes del siglo XX. Quién nos hubiese librado de nuestras ataduras sexuales, sino Freud. Stefan Zweig nos hizo cabalgar a los lomos de sus novelas y de la historia. Max Weber, pensador austriaco pululaba por allí y vislumbraría el futuro presidido por grandes organizaciones de burócratas, o intuyó que el poso de la religión institucionalizaba determinadas interpretaciones teñidas de cristianismo. En economía, la Escuela austriaca, en Música Schoenberg produciría una revolución musical, Klimmt aventaría de la mano de las teorías freudianas nuestros pudorosos convencionalismos. Se resalta París como capital cultural, pero Viena quizá fuese mucho más y esté por debajo, en nuestro subconsciente de hombres modernos, con sus corrientes, imantando comportamientos que tuvieron su origen en las ideas vienesas de la época. 

(2)En una ocasión, nos sirvió como metáfora para explicar la endemoniada dualidad de nuestro mercado laboral ( el sujeto que encadena contratos temporales y que no sabe, pese a su preparación, porqué no puede atravesar el umbral de una mayor estabilidad laboral).
(3) La pobre de Ottla morirá en el funesto Auschwitz.

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