Furtivamente, en carromatos y camionetas habían llegado a los confines de la frontera, que adquiría a sus ojos aquella calidad brumosa y legendaria, que intuyese Rysard Kapuncinsky años más tarde. Pero el embotellamiento que se produjo seguidamente fue tan frustrante que al cabo de unas horas, decidieron desasirse de los estribos a los que se habían aferrado y con un exiguo equipaje - habían dejado atrás la parte más importante de sus pertenencias - se encaramaron al puesto de la aduana y gracias a las gestiones de Corpus Barga, aquella pléyade con una Doña Ana que acezaba, logró atravesar el borde imaginario de Francia. Durante el viaje habían flotado las camarillas de individuos famélicos, algunos con casacas desabotonadas del Ejército Republicano, o familias enteras que llevaban la derrota entrañada en unas arrugas prematuras y por supuesto, el cansancio escrito en sus ojos. Una galería de medios de transporte, meditaba como ido el poeta Antonio Machado un huido más que se agarraba con sus manos de garfio a cualquier saliente de alguno de los vehículos que componían la serpiente cenicienta que renqueaba por el camino, y que vomitaba una nube densa de humo.Parecía que la sinfonía de sus motores, que tabaleaban al unísono iba a expirar en cualquier momento, pero muchos de aquellos medios de locomoción, alcanzaron sin embargo la frontera adonde en sus más íngrimos sueños, a los refugiados los recibían con aclamaciones.
Es verdad que gran parte de los vencidos fueron a parar con sus huesos a la playa de los doscientos mil brazos, que evocaba el poeta catalán Agustí Bartra. Retazos de la memoria que vivaqueaban en sus labios, cuando refería sus experiencias en la Playa de Argeles, entre la muchedumbre que apenas esbozaba dos palabras en francés. Con señas los soldados senegales, de piel bruna y pupilas amarillas, les iban conduciendo como a ganado, hasta que desembocaban en fila en el redil arenoso. Un lugar que como resaltan y resulta obvio, no estaba preparado para los restos de piltrafas y de vagabundos que iba a llegar, de modo que los fueron hacinando y de vez en cuando caía un mendrugo de pan húmedo. "Ciudad de derrota, arena, viento, lluvia y ratas " como la describen Jesús Torbado y Manu Leguineche en su fabuloso libro de testimonios Topos. Así, en las largas noches los refugiados españoles contaban afligidos a las caracolas cuáles eran sus miedos respecto la nueva vida que empezaba, y que había sido provocada es verdad por una congoja mayor: las represalias de los vencedores..
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Antonio Machado, refugiado de oro, no sabemos si la pena por un país desagarrado en sus odios, le llevó a la tumba (Gentileza de Wikimedia) |
Es verdad que gran parte de los vencidos fueron a parar con sus huesos a la playa de los doscientos mil brazos, que evocaba el poeta catalán Agustí Bartra. Retazos de la memoria que vivaqueaban en sus labios, cuando refería sus experiencias en la Playa de Argeles, entre la muchedumbre que apenas esbozaba dos palabras en francés. Con señas los soldados senegales, de piel bruna y pupilas amarillas, les iban conduciendo como a ganado, hasta que desembocaban en fila en el redil arenoso. Un lugar que como resaltan y resulta obvio, no estaba preparado para los restos de piltrafas y de vagabundos que iba a llegar, de modo que los fueron hacinando y de vez en cuando caía un mendrugo de pan húmedo. "Ciudad de derrota, arena, viento, lluvia y ratas " como la describen Jesús Torbado y Manu Leguineche en su fabuloso libro de testimonios Topos. Así, en las largas noches los refugiados españoles contaban afligidos a las caracolas cuáles eran sus miedos respecto la nueva vida que empezaba, y que había sido provocada es verdad por una congoja mayor: las represalias de los vencedores..
En la serpiente del exilio, hubo otros quebraderos de cabeza. Por la de Manuel Azaña, del que se decía que era un gran escritor sin lectores(1), revoloteaba el pesar de cuál sería el periplo de las obras de arte del Prado, que habían sido evacuadas por la amenaza que representaban los bombardeos en el Madrid asediado de noviembre de 1936.Muy discutida había sido esta decisión, pero el bombardeo del Palacio de Liria abrió los ojos a las autoridades frentepopulistas por lo que decidieron evacuar la colección. También fue muy criticada la frase de Azaña que en pleno camino al exilio pontificó que " El museo del Prado es lo más importante para España, más que la Monarquía y la República juntas" Siempre de una facundia brillante y que encontraba hallazgos interesantes que resumían una situación, aquella frase fue desafortunada, no porque ese patrimonio acumulado durante generaciones estuviese en riesgo, sino porque no hubo ni una palabra de aliento para las masas que se despedían forzosamente de su patria. Frialdad intelectual que no dejaba de negar ni el círculo más próximo al político de Alcalá de Henares, que a veces se tornaba en falta de tacto. Con todo, hemos de decir que hubiésemos compartido su preocupación y que luego el traslado de obras fue imitado por algunos museos durante contiendas posteriores, y duele que en otros casos no se tomase esa decisión, cuando las obras legado de la humanidad como en Mesopatamia, quedaron al albur de bárbaros(2).
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El melancólico político, discurseaba en el Ateneo, y saltó a la arena política con severos prejuicios (Gentileza de Wikimedia) |
Volviendo a la caravana del exilio, Antonio Machado y su madre Doña Ana se hospedarom en Colliure, donde al poeta le flaquearon las fuerzas y falleció un 22 de febrero de 1939. Día nefasto para la poesía, las penurias de la larga marcha habían estragado el frágil corazón del vate. Intentaron disimular ante la madre la ausencia del hijo, con engañifas, aunque quizá reververase en su cabeza la promesa que había dicho a su Antonio. Yo me iré contigo, y efectivamente, arrasada de horror y dolor, la mujer dejó de respirar tres días después de Antonio. Ambos ponían fin a su existencia en poco menos de tres días. Dicen que su hermano Manuel, llegó al túmulo de sus familiares retrepado en un hondo silencio. Aquel era el tributo a pagar por las dos Españas que tan bien adivinase su hermano Antonio y que nos iban a helar el corazón. Compañero de correrías literarias, habían jugado juntos al modernismo y visitado a Juan Ramón Jiménez, oráculo de los jóvenes rapsodas; les había caído tan bien el bonachón de Cansinos Assens. Las imágenes de su hermano se apilaban en su memoria, sonriente, triunfante y ahora, la ideología y la maldita guerra les había separado también de su madre Don Manuel, ahíto de dolor, dejó esfumar en el aire la idea de que con más Juanes de Mairena jamás hubiese llegado nuestro país a tamaño desastre . Al mismo tiempo, el otro exilio menos dorado, se debatía en la arena de los Argeles con cómo hacerse con algo de sustento, que no es poca filosofía. No en vano, Gandhi repuso a su amigo el poeta Tagore que no hay más bello poema para un pobre que un pedazo de pan. La subsistencia continuaba firme y como única andadura posible para los pensamientos de los refugiados de Argeles, que no se podían entretener en otras bagatelas.
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Tumba de Antonio Machado y Doña Ana Ruiz en Colliure (Gentileza de su autor Quinok) |
(1) Así lo atestiguamos, pues sus memorias tienen mucha calidad literaria o en El Jardín de los frailes nos revela una prosa exquisita, aparte de sus prevenciones y prejuicios con los religiosos, contra los que siempre su figura emerge intelectualmente victoriosa. Esta impronta literaria asimismo latía en sus discursos, con veneros como "los burgos podridos", un repertorio de frases del político alcalaíno que era abrumador y con el que martilleaba como gran orador, al adversario político.
(2) No sabemos si afortunadamente, pero curiosamente más tarde, estos mismos bárbaros han hallado en el tráfico de obras de arte una de sus fuentes de financiación. Bueno, por un lado, porque nos enfrentamos a una cruel disyuntiva, que este legado desaparezca o bien vaya a colecciones particulares. Claro que el dinero recaudado acabará financiando más barbarie. Lo que es una realidad es que donde el ISIS y otras plagas de la barbarie avanzan, crece el tráfico ilegal y el mercado negro de obras de arte, que llega a París y otros centros donde bajo cuerda se distribuyen piezas de civilizaciones antiguas, que engrosarán colecciones privadas.
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