Sin duda una de las parejas eternas de la literatura, trufada de episodios hilarantes, sería la conformada por Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway. Nos movemos en las arenas movedizas del primer siglo XX y llueven los testimonios sobre este dúo en París era una fiesta; o lumbreras de la metaliteratura como nuestro Enrique Vila-Matas han recurrido al bisturí de su agudeza, para apreciar la figura y el rostro de Fitzgerald, oculto en alguno de los protagonistas de los cuentos de Hem. Bien es cierto que otros autores se meten en el cieno freudiano, con el que sacarán a relucir matices sexuales en la relación de estos dos monstruos . Afirman con rebozo, que entre ellos hubo un amor platónico en ciernes. Más a su favor juzgan la prescripción de Ernest respecto a las limitaciones que una esposa acaparadora, Zelda, le imponía a su partenaire literario. Ese noray que le amarraba y le impedía despegar en la literatura a una dimensión más acorde con su talento. ¡¡¡ Si se desprendiese de ella!!! nos parece escuchar esa letanía admonitoria de un joven Ernest. ( Esta fuga de las dos estrellas literarias que describimos en un post antiguo, alimenta sus especulaciones sobre la naturaleza amorosa de esta relación https://elazoguedemidesespero.blogspot.com.es/2016/02/fugas-reales-e-irreales.html ).
El caso es que Zelda perseguía a Scott Fitzgerald para que viviesen juntos en una perpetua fiesta. Apenas tomaba el novelista americano un trozo de papel en el que plasmar sus ideas, que aparecía la irredenta muchacha, esclava gozosa de la noche, para arrastrarle a la consumación de los placeres de la farra parisina. Así le secaba el talento, le vampirizaba las energías de la juventud hasta el extremo de que un día llegó el joven rubio con las cuitas dibujadas en su semblante. Ernest le preguntó.- ¿Qué te pasa, amigo?- Fitzgerald titubeaba, porque planeaba la sombra de su fementida esposa, y sabedor de la urticaria que le producían sus historias de alcoba a su colega, se reservó confesar sus temores. Pero seguidamente balbuceó y su querido Ernest le volvió a insistir. Zelda quién sabe si por una vida de excesos, había acabado como proféticamente indicaba su nombre en una celda, o más bien confinada en un sanatorio. La joven carcomida por unas arrugas prematuras, había perdido el oremus, babeaba y alternaba momentos de lucidez en los que lanzaba verdaderas diatribas contra su esposo.
![]() |
Zelda, una belleza sofisticada, que convirtió en atribulada la existencia del autor de Suave es la noche |
- Zelda dice que su locura es debida a que nunca la he satisfecho en la cama.- El pobre de Scott Fitzgerald siguió murmurando porque la congoja teñía sus mejillas.- Claro, como la tengo tan pequeña.
Sin pensárselo, Hem cogió su abrigo y se dan ambos una vuelta por los desnudos del Louvre, donde queda en evidencia el canon de verga más clásico, pequeño y ligero, impronta de elegancia y armonía frente a los turbadores miembros, que los antiguos atribuyen a criaturas pecaminosas, cuyo cuerpo muchas veces deforme, no guarda equilibrio en sus proporciones. Brazos ínfimos conviven en las retamas de carne de estas recreaciones del pecado, con falos y narices procaces, mientras sus faces destilan un ardor libidinoso. Fitzgerald salió más reconfortado del Louvre con el equilibrio y proporciones de su sexo.
![]() |
El boceto en este caso de Da Vinci de un David con un miembro pequeño, que guarda equilibrio con el resto del cuerpo |
Por el tamaño, en este caso de forma antagónica, los maledicentes de palacio murmuraban acerca de la extraña comunión que había surgido entre la zarina Alejandra Fiodorovna y la figura odiosa de Rasputín. Creían que en ausencia del Zar Nicolás II, éste ejercía una sombría influencia en los asuntos de Estado y algo más, en los de cama. Sus cortesanos querían guardar por consiguiente el tálamo conyugal de los zares, aunque en realidad, la proximidad del monje loco con la zarina obedecía a otros motivos. El zarevich enfermo de hemofilia había mejorado mucho del mal que le aquejaba, haciendo menos frecuentes sus hemorragias, gracias a las sanaciones del religioso que imponía los rezos como mejor terapia. No sabemos si por autosugestión, el caso fue que los rezos recetados por el monje loco, surtieron efecto. Hemos de recordar en este punto que en torno a la zarina revoloteaba la ojeriza del pueblo llano a consecuencia de su origen alemán , país contra el que se combatía ferozmente en la I Guerra Mundial. Dos personajes que concitaban rencillas en la opinión pública, pero si además añadimos la propensión al género femenino de Rasputín, al que le inclinaba su salvaje verga según las hablillas del pueblo llano, y que estas inclinaciones provocasen que fuesen legión los maridos de la alta sociedad desairados vamos tejiendo los mimbres del drama de una muerte , que fue atroz. La versión que nos ha quedado, surge de la declaración en juicio de uno de los maridos ofendidos, el Príncipe Yusupov, que había tramado una red de engaños para asesinar al monacal protagonista de nuestra historia.
Pero no fue como pensará el lector, en el juicio del asesinato del monje donde el aristócrata ruso nos legó esta versión de los hechos. En la década de 1920, este Príncipe Yusupov había demandado a la Metro Goldwyn- Mayer Co porque en un largometraje producido por esta compañía, aparecía la princesa Yusupov como la ferviente amante del religioso. El matrimonio negaba esta relación amorosa en el estrado, pero a raíz de una jugosa declaración, que obedece según algunos forenses e historiadores más a una fértil imaginación, nos quedó el relato de la muerte del monje, que sobrecogió a la opinión pública y sirvió para sus fines puesto que la compañía acabó indemnizándoles con 25000 libras de la época. Haciéndonos eco de la misma, el santurrón sobrevive a diversos envenenamientos ( pasteles rellenos de arsénico y matarratas) , como si un halo sobrenatural le protegiese y a otros tantos disparos. Es cuando le arrojan al río, que logran que muera ahogado. Estudios forenses recientes aseguran en cambio que el sanador murió de uno de los disparos que le alcanzó en la cabeza, sin embargo este relato de leyenda que pergeñó el Príncipe Yusupov, es más sólido en el imaginario colectivo y ha sobrevivido a otras lógicas. Nos preguntamos si el trágico final de Rasputín no hubiese tenido lugar de no tener que saciar los apetitos de su alargada churra. También nos preguntamos si su sexo fue en realidad de tan grandes proporciones, o por esa idea de que el pecado estaba asociado a la desproporción física, llevó al populacho a atribuirle semejantes magnitudes. Porque se conserva su apéndice viril, ¿pero es realmente el suyo? Hay muchas dudas a este respecto. Aquí dejamos en un link, http://arquehistoria.com/la-fabulosa-leyenda-del-pene-de-rasputin-3177 el periplo que sufrió su presunto miembro que presuntamente amputaron, y que atestigua,también presuntamente,su gran tamaño. Un relato que en el caso de Rasputin transita por la leyenda como siempre y algunos hechos ciertos.
Comentarios
Publicar un comentario