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Barroquismo a ciegas.


Brillaba la luz de su inteligencia pese a la oscuridad de una ceguera que fue enterrando sus párpados, en una especie de maldición familiar. También nos sorprendía en entrevistas por las que se prodigaba, con su risueño rostro, en alguien que fue acusado de lejanía intelectual. Así, sus reflexiones profundas e inexplicables en determinadas circunstancias, cobraron nuevos rubros bajo otras perspectivas y contextos diferentes. Hay quien adivina en el hombre de infinita memoria de uno de sus relatos, un barrunto de internet, pero lo que en realidad trasluce el cuento, es la pesadumbre que provocan los recuerdos, cuando la memoria nos los trae incesantemente al presente. El relato podría haberse titulado El hombre que vivía eternamente en su pasado. A estas alturas seguramente los lectores hayan intuido, tras pistas un tanto evanescentes, que estamos hablando de Jorge Luis Borges, del que se cumplen treinta años de su desaparición ( en concreto, ayer 14 de junio) . Aunque más que analizar su  obra inabarcable, plagada de los mejores relatos, de ficciones muy reales deformadas a conveniencia a diferencia de Marcel Schwob y de ensayos memorables, vamos a enfocar esta publicación hacia las cuestiones de estilo, que tanto preocupaban al argentino universal. 




Borges redicho, autodidacta, que tiene sus primeros
encuentros con la literatura y que conoce a Cansinos Assens


Incluso su venerado Rafael Cansinos Assens le definió como un estupendo poeta, al que le maniataba su excesiva frigidez intelectual, y es que la hermosa Norah Borges  recuerda a su hermano tumbado bocabajo, pasando las horas muertas con libros entre sus manos. El padre le había abierto su gran biblioteca, en la que Jorge Luis desde pequeño, como buen hedonista, pasaba su dedo índice por los bellos lomos, se introducía en sus sipnosis para escoger aquellas obras que a priori le iban a provocar una lectura más placentera. Más tarde diría que siempre habría releído prontuarios de cuentos, que los prefería a las novelas, con una línea narrativa más difusa, dado que el relato por su brevedad no se diluye en ramificaciones que dispersen el núcleo central de la obra. Sorprende, que debido a su maestría, Jorge Luis no fuese capaz de concluir una novela(1), quizá su obra más extensa sean sus memorias, con las que tampoco se explaya mucho, como siempre conciso ¿o no siempre?

Sabemos asimismo mucho de sus correrías de juventud en el Madrid de los ultraístas que capitaneaba Don Rafael, y durante las cuales perpetró unos versos que repudiaría más tarde, cuando regresó en los años ochenta a "la escena del crimen" y en el Centro Cultural de la Villa los reconoció como de su creación. Porque el primer Borges fue un gran pedante como él mismo reconoce. Buscó el colorismo argentino en los diccionarios de lunfardo y de gauchos, con el afán de retorcer el español, hacerlo irreconocible para el lector que debía sudar la gota gorda al enfrentarse con sus textos. Ni tan siquiera los escritores más costumbristas terminaban de entender sus relatos. De hecho, el mismo maestro reconoce que hubo un momento de su adolescencia literaria en el que las locuciones latinas aparecían por doquier - por los codos, por debajo de su chaqueta- como si pretendiese latinizar el español. Tanto laberinto por el que conducirse ajeno a la lengua materna, es más, las confesiones de Jorge Luis en el sentido de que le habría gustado desarrollar su obra en inglés, le granjeó alguna animadversión en los grupos nacionalistas que empezaban a florecer en los años 20 y 30 en Argentina . Era sin duda en sus comienzos, un barroco pedantuelo.  
  


Norah Borges, junto a Guillermo de Torre,
representante argentino de nuestra Generación del 27
 
Con el tiempo, y gracias a Adolfo Bioy Casares, hará mayor énfasis en la pureza de su estilo, que se va purgando de los excesos de barroquismo por los que transita cualquier escritor novel. Al principio, según el sabio argentino, puede  el ansia de escribir, cuando se tiene poco que contar. Y se oculta esa parvedad en el argumento con fuegos de artificio y mucha palabra  vana rebuscada en el diccionario. En cambio, él que abusó de los estilismos en su más fresca adolescencia, se fue despojando de tanta artificialidad. El viejo profesor solía poner en sus clases el mismo ejemplo con las distintas formas de adjetivar al cielo de azulado. En el fondo, el escritor de prosa compleja podría recurrir a azulenco, a azulino, donde la belleza de la sonoridad de la palabra interfiere en la fluidez del texto a la fuerza, y al lector seguramente le pase desapercibido el color azul del cielo o sienta que la página se torne toda azul. Por eso, en su madurez abogaba por una prosa que sea más como se hablaba, para que el ingenio de las historias no quedase en un segundo plano (todos recordamos la paradoja de Aquiles y la tortuga, o bien, su maravilloso cuento de ciencia ficción, El Aleph). Sigue analizando Borges en sus ensayos sobre estilo, que el barroquismo tampoco resulta una enfermedad que se circunscriba a la  juventud, sino que sus efectos son perdurables además en nobeles que quieren que se les siga rindiendo tributo o anhelan el triunfo desde la primera página, que recargan de epítetos y epítetos. Es por tanto una cuestión de vanidad, que no se cura con las canas, sino que sus efectos se agravarán en algunos casos.

Nuestra idea, sin llegar  al extremo del gran genio, es que se deben purificar los textos si su estilo enlentece o entorpece el discurrir del argumento. Sin embargo, hay estupendos contraejemplos que contradicen a Don Jorge Luis. Nos hubiésemos tenido que saltar al inefable Eduardo Mendoza, que con su lenguaje hiperbólico nos encandiló con sus primeras historias. Luego ha ganado oficio, estilizado su escritura un tanto, pero sus devotos seguimos anhelando esa Barcelona mágica y más que barroca, manierista en sus textos. Tampoco leeríamos al gran William Faulkner, que a pesar de su complejidad que se interpone en algunas ocasiones es cierto, como predijo Borges entre el lector y sus magníficas historias. Paradójicamente muchos faulknerianos en el ámbito español, rechazaron la idea de la Generación del 27 de encumbrar  a Góngora, el autor culto por excelencia y gran rival de Quevedo (algún día contaremos sus enemistades y curiosas peripecias personales). En otra vuelta de tuerca, algunos integrantes del 27 murmuraron al cabo del tiempo a hurtadillas que aquella fiebre gongorina, en algunas ocasiones adulteró sus textos, llenándolos de pompa artificiosa.  Rafael Alberti por el contrario, afirmaba que aquellos polvos fueron momentáneos, y que volvieron a poner de moda la forma, que tanto se había aventado con vanguardias que no querían corsés. Corsé de la forma o libertad en la misma para el poeta gaditano debía ser una elección del artista. Así lo pensamos nosotros. En el punto medio se halla la virtud como pontificase el filósofo griego. 




El Aleph, el mejor cuento de ciencia ficción,
editado por el español Losada, perfecta comunión.




(1)Con su entrañable Adolfo Bioy Casares, sí perpetró alguna novela, más bien corta. Jorge Luis farfullaba con su mirada y sonrisa luminosa, que fue Adolfo el que le atrajo hacia el clasicismo, un retorno que no tuvo más vuelta de hoja. Escribían en pareja, por lo que en una típica tormenta de ideas, se reponían y contrarreplicaban con revueltas más que vueltas a sus originales planteamientos iniciales. En alguna conferencia, le preguntaron sobre las segundas intenciones de un personaje y el escritor se temió que quizá no fuese él quien le dio ese giro al protragonista, por lo que si había razones ocultas, las desconocía. También era muy crítico contra aquella corriente de opinión, muy frecuente en su época, acerca de que toda obra tenía una interpretación. ¿Qué decir de esas veladas donde Adolfo y Jorge Luis deformaban en encendidas réplicas una argumentación original? Salía un verdadero pastiche. Como con Adolfo, nunca tuvo una colaboración más estrecha con nadie. Hubo asimismo amigos con los que les unía una amistad más calurosa, pero que mientras colaboraban no lograban el mismo éxtasis creativo que se producía con Bioy Casares.

Comentarios

  1. Del gran Borges sí sabía que afirmaba que nunca se debía usar un adjetivo a menos que fuese totalmente necesario, tal era su pulcritud estilística, pero ignoraba que en sus comienzos también fuera barroquista, como la mayoría. Y bien es cierto que ese barroquismo típico de los noveles no siempre se cura con las canas, que algunos lo perpetúan hasta la tumba, jeje.
    También te diré que uno de mis mejores amigos, poeta argentino que publica aquí en internet, Amílcar Luis Blanco, pudo conocer casualmente a Borges siendo él muy joven, ya que coincidieron durante una salida campestre, y charlaron largo y tendido sobre poesía y prosa, a resultas de lo cual mi amigo comenzó a escribir y así ha continuado haciendo hasta el día de hoy.
    Comparto con sumo gusto tu entrada ya que hoy he podido dedicar un ratito a las lecturas, cosa que cada vez podré hacer menos, pero bueno, mientras pueda... Besos :-))

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  2. Muchas gracias por tus sabias apreciaciones.Pues comentaremos con nuestro amigo ese encuentro casual con Jorge Luis Borges,porque a mi me encanta la denominada metaliteratura.Mi opinión respecto del estilo no es uniforme.Me atrae Borges por su concisión y precisión del lenguaje,pero hay otros autores de prosa más afectada,que admiro profundamente.Es la belleza de la literatura y de la poesía,que nos propone caminos muy diferentes.En mis textos trato de tamizar esa complejidad que me sale al natural(en el blog casi dejó lo que me sale,aunque purgo algunos adjetivos).

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