Lejos
de nuestro ánimo ser sentenciosos, ni mucho menos campanudos a propósito de la
literatura del exilio, ya que los
tropiezos de algunos articulistas indocumentados que tocaban de oído sobre
nuestra posguerra han sido muchos y muy clamorosos. Sin embargo, en el ámbito
internacional uno de los exilios que se han transformado en lugar común, cuando
hablamos de disidencia con mayúsculas, fue el protagonizado por el premio Nobel
Thomas
Mann. Normalmente encabeza profusas reflexiones que pontifican sobre el
asunto; luego se vierten otras ingentes cantidades de tinta referentes a los
disidentes soviéticos, que vivieron con dignidad pese a que las autoridades
cercasen sus moradas con cámaras y micros, llamados chicharras en el argot, que
registraban so pretexto de la seguridad nacional, las conversaciones más
anodinas de la vida de los enemigos del régimen ( la temida Stasi,
Staatssicherheit, que llegó a tener a un millón de funcionarios en
nómina en su cenit, por otro lado tan bien retratada por el brillantísimo filme
de Henckel
von Donnersmarck, La vida de los otros, una muestra de
que el exilio también puede ser interior).
Sala de interrogatorios del NKVD |
No en vano, una reputada escritora sudamericana, bella con su tez de porcelana y
colores terrosos, revive en algunas entrevistas las aventuras que experimentó
en carne propia con su familia que dedicada al servicio diplomático, recorrió varios países del Este. Una día cuenta que escucharon gemidos, deja caer sutilmente que los agentes estaban dedicados a una cópula tentadora y a fin de huir del tedio. Eran tan malos los
micrófonos, que les llegaban los retornos de los espías, las más veces, la
respiración contenida, de modo que la pieza parecía tener vida propia. Ella
confiesa mientras una sonrisa hace iridiscente su rostro, que nunca necesitó de
amigos invisibles, que ya tenían a los espías al otro lado de la pared. En su
candidez, a la vez que escuchaban el resollar o los latidos allende de la
pieza, les lanzaban mensajes muy amistosos, hasta que su madre con una silueta
hórrida la que deriva del pavor, les sentó para soltarles una buena catilinaria
que niños que apenas frisaban la decena nunca comprendieron. Un frío recorre
la espalda de la novelista en cuanto reconoce que a ratos, confesaba sus estados de ánimos a
aquellas paredes de papel y transparentes. Una entrega al Gran Hermano que
tiene reminiscencias en la novela de Orwell, que no destriparemos por si
alguien todavía no la he leído. Hemos de reconocer que la soledad juega estas pasadas.
Retomando la elección de Mann para estas cuestiones del exilio, influye sin duda la categoría del personaje, cuya obra
es más que elocuente de su grandeza y asimismo porque se opuso a la
peor hidra que seguramente haya engendrado el género humano: el nazismo. Algunos
historiadores calificaron de errática su vida pública anterior, por sus
coqueteos con un nacionalismo moderado, pero su decisión de no retornar a su
país fue firme por sus desavenencias con los derroteros que tomaba la sociedad
germana en su conjunto, cristalizados por los nazis. Al principio por temor,
recordemos que llevó su ficha en el servicio de inteligencia el pavoroso y
filiforme Reindhar Heydrich, tocado de todas las virtudes y la más evidente, la del mal, por lo que el novelista eligió una táctica
del silencio. Pero su laconismo no fue óbice para que al gran escritor que no
comulgaba con la bestialidad con la que el Régimen perseguía a los enemigos
políticos, y repudiaba su política racial, fuese objeto de las iras de los fascistas que se sirvieron de intelectuales de la talla de Richard Strauss y de la familia de Wagner para
librar esta guerra cultural contra el premio Nobel. Ademas, con rapacidad confiscaron
sus bienes y le fue retirada la nacionalidad.
Cámaras que escrutan nuestras vidas. |
Con
todo, el autor de La Montaña mágica era un altavoz demasiado sonoro y se había erigido en conciencia del
exilio nazi, con las emisiones que desde la BBC exhortaban a sus compatriotas a
resistir la vesania de los acólitos de Hitler. Cuentan que de todos modos, el escritor se llegó a cansar de dicho papel, puesto que todas sus entrevistas se convirtieron en una sucesión de farragosas preguntas acerca de
la situación de la Alemania nazi, en las que sus obras quedaron arrumbadas. Eran
tiempos que exigían semejantes sacrificios, pero por qué no hablar de
literatura, un escape de la claustrofóbica realidad. Confesó que aparte de discutir sobre la
situación de su estragado país, convenía hablar de literatura pues era otra forma de apartar la pesadilla hitleriana de sus mentes y otro medio para luchar contra su omnipresencia. Estaba bien que
indagasen su opinión acerca de la economía, de la que era un profundo desconocedor,
si bien, tenía necesidad de olvidar el drama de su patria, aunque fuese por sólo unos
instantes, para buscar y deleitarse con un determinado libro. Así nos confiesa George Orwell en su Homenaje a Cataluña, que buscaba en la literatura y las novedosas ediciones de bolsillo Penguin un refugio para huir del pasmoso aburrimiento del Frente Aragonés de nuestra guerra.
Esta necesidad de buscar un refugio literario la
expresa muy bien, Leonardo Padura. Reitera en uno de sus deliciosos artículos que quiere ser como Paul Auster, no sólo porque cuando cayeron en sus
manos las famosas trilogías del escritor americano, a destiempo es verdad porque
todo en Cuba llega tarde, envidió rabiosamente su capacidad de crear
historias. Esta es una de las cosas que más nos gustan del Gran Padura, que
humilde se arrodilla cuando su literatura le puede mirar a los ojos a las
creaciones de Auster, cierto que muy originales, pero las del maestro cubano no
desmerecen en absoluto. El caso es que Leonardo quería ser como Paul, aparte de
por su originalidad, para que en sus entrevistas se hablase de algo más que de la
situación de Cuba. A su homólogo americano no se le atosiga para que exprese
sus ideas relativas a la situación económica: son asuntos que le preocupan, con
todo, él no es un experto en la materia; ni tampoco es un pitoniso que pueda
adivinar por dónde discurrirá la sociedad caribeña del futuro. Es verdad que había elegido conscientemente
la disidencia interior y vivir en la Isla, aun cuando tuviese oportunidades de
procurarse un exilio dorado. Quizá su literatura macera y se sazona en la isla,
con una tempura tan original, gracias a la desesperación que el mismo Leonardo
mama en la calle directamente. Sus historias o su Mario Conde nos sonaría a experimentos con probetas si recrease una Cuba
artificial desde una cómoda pieza de Londres. El hartazgo de Padura nos
recuerda al hastío de Mann, que quiso escapar del molde que representaba al
erigirse en altavoz de la disidencia. Qué se hable por favor de una vez de
literatura, de sus libros, nos ruega el cachazudo escritor y creo escuchar con voz de ultratumba al genial Premio Nobel. En algo no estoy de acuerdo con Padura, sin que sirva de precedente, maestro. Últimamente el subgénero de la crisis financiera se ha convertido en un tópico manido de las entrevistas culturales. Da igual que el interfecto sepa poco sobre economía que enseguida se sube al púlpito.Por eso ruego a todos que hablemos de literatura, por favor. Y si acaso alguna vez de política y economía.
Cuba, hervidero y tempura de la fabulosa literatura de Padura |
Que interesante la perspectiva: la economía y la política son circunstancias, para colmo poco creativas, se repiten, se repiten. La literatura es esencial, y por ende trascendente de toda circunstancia, por lo que no debería ser empañada, y si sobrevolar a ella.
ResponderEliminarEstamos completamente de acuerdo y entiendo el hartazgo de autores como Leonardo Padura,a los que siempre se les reiteran las mismas preguntas sobre la situación cubana.Por eso reivindicaba poder hablar de literatura.Tu lo explicas muy bien.Un abrazo
EliminarUn clásico es un libro que tiene algo que transmitir a cada generación. "La montaña mágica" lo hace, porque, entre otras virtudes, recoge entre sus páginas todas las ideas que ofuscaron el siglo XX. Decía Mann que "el novelista debe ser capaz de recoger muchos hilos humanos en la urdimbre de una sola idea".
ResponderEliminarMuy buen enfoque, y ya que mencionas a Padura te recomiendo "El hombre que amaba a los perros" por si no lo has leído. Cincuenta años de castrismo, una revolución de intelectuales, no ha sido un acicate para el arte cubano.
Un abrazo
Es curioso,La montaña mágica es un libro que se me ha revelado con diferentes posos y las más diversas texturas.A medida que desvelaba las capas de historia del siglo XX,lo despojaba de cientos de velos ignotos,la obra de Mann iba cobrando un sentido alegórico y vibraba con todas las ideologías que vertebraron y desentramaron ese maldito y a la vez atractivo tiempo.Yo en cierto modo me siento atrapado en él.Leí esa magnífica novela de Padura,que aparte de la brillantisima historia,es una maravilla técnica.Los saltos en el tiempo y en los hilos de la historia no se aprecian gracias al Magisterio del mago cubano.Gracias Marybel por tus atinados y siempre brillantes comentarios.
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