Es sin duda a lo largo y ancho de la
historia, el lugar reservado a hombres poderosos e influyentes, tan pronto se
les privaba a los Dioses del altar monetario. Desde la pieza mochada y terrosa
en la que la efigie de Alejandro Magno luce brava con
sus cabellos proyectados como rayos, hasta el circunspecto Hércules cuyo
perfil se nos hace aterrador y dispuesto a asaltarnos si posamos nuestras
pupilas sobre su reproducción. Zeus, Poseidón, Palas
Atenea conforman un Olimpo monetario al que sólo
le guardan un lugar a los mortales más poderosos de la Edad Antigua,
que incluye acuñaciones con rostros de Emperadores romanos o de personajes
importantes de la vida pública como Cayo Mario, que creó la
maquinaria de guerra de las legiones. No en vano, la profesionalización de las
legiones fue un hito para que Roma se perpetuase durante siglos como potencia
dominante en el Mediterráneo y tanto les hizo
movilizarse con pesados pertrechos, que los legionarios fueron bautizados como
" las mulas de Mario”. Los adversarios temblaban con el tremolar del banderín SPQR, que nuestros contemporáneos romanos no exentos de gracejo, han traducido con el remoquete de "sono porci questi romani" como confesión de sus pecados y desidia frente a la suciedad que azota sus calles. No resulta descabellado afirmar
entonces que durante siglos, las monedas y los billetes alargaron las sombras
de los hombres influyentes y también tiñeron la convivencia de las sociedades
antiguas de polémicas, cuando se envilecía arteramente la moneda y
perdía valor intrínseco.
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Moneda del Emperador Carlos V. |
Pues el vil dinero o liberador, según qué
casos, vuelve a ser objeto de un encendido debate allí donde el peculio, es la
medida de todas las cosas. Así Estados Unidos ha despojado al Séptimo Presidente
Andrew Jackson (1) del lugar reservado en los billetes de veinte
dólares, para dejar hueco a una luchadora de los derechos de la minoría negra, Harriet
Tubman. Poco sabemos de la azarosa vida de esta mujer negra, de aspecto
afable y que nos recuerda a una mamita bonachona, aunque si indagamos en su
biografía aparte de su lucha contra la esclavitud, que no es peccata
minuta, más que enconada cuando la hiel del racismo hervía con intensidad
en Estados Unidos y estuvo a punto de escindir a este gran país, apenas
encontramos detalles que nos hablen de su brillantez. Es verdad que un país
profundamente conmocionado y donde las heridas de la discriminación siguen
latentes, la figura de esta mujer negra, modesta pero solemne en sus fines,
tiene mucho de simbólico. Apuntemos además que en sus últimos años de una
dilatada trayectoria, Harriet fue una sufragista más y podríamos
indicar de forma literal, que era una mujer de armas tomar a
tenor de las fotografías, en las que un rifle asoma en su espalda.
Sin embargo, nos interesa más que la
medida en sí, los ecos de los debates que han germinado a partir de la misma.
Algunos articulistas han resaltado que su elección evidencia la falta de
referentes brillantes dentro de la comunidad negra. De otra forma, no entienden
que se escoja a una persona que ha sido tachada de demasiado humilde (no es un
defecto, todo lo contrario). Suponemos que estos pensadores se habrán
escabullido y pasado de puntillas por un siglo XX, que se caracteriza por la
irrupción de la música negra. No faltan referentes ni siquiera pensadores que
hubiesen estado a la altura de un billete de cualquier valor, sin desmerecer a
Harriet y se nos ocurren unos pocos: Ella Fitzgerald, Luois
Amstrong “Satchmo”, Sidney Poitier o Toni Morrison. Es verdad que a pesar de la notable influencia en la música - Goebbels se
tuvo que plegar y crear un sucedáneo teutónico ante la pujanza de la música
negra en el mundo- y de la presencia de grandes literatos, se echa en falta la
aparición de figuras de relumbrón en otros ámbitos, sobre todo en cantidad suficiente. En
cualquier caso, esta realidad es más elocuente de una postergación real de la
comunidad negra, que se ha topado con miles de barreras que han dificultado su
evolución en la sociedad americana, pese a un espíritu de la letra legal, que a
veces ha querido borrar las diferencias con recursos absurdos.
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Harriet Tubman, protagonista involuntaria de acres polémicas. Gentileza de la librería del Congreso de los EEUU |
Llegamos al punto de la estólida moda de lo
políticamente correcto y a una lucha nominalista, porque habría que convenir a
priori qué es lo que entendemos por igualdad. A nosotros nos hubiese encantado tener la sensibilidad de Antonio Machado o las dotes en la composición de música de Giuseppe Verdi, pero el azar o la divinidad para quien sea creyente, no nos ha hecho iguales (la igualdad será motivo de otra entrada). En segundo lugar, discutir si los
personajes que han de figurar en los billetes tuviesen que ser referentes de calidad
en su ámbito, independientemente de su género, raza u orientación sexual (éste
es nuestro parecer, aun cuando se respetasen cuotas de género). Recordamos en este sentido un artículo reciente de una feminista muy vehemente que se quejaba con cajas
destempladas del machismo que anidaba en los jurados de los premios literarios.
Enseguida realizaba una serie de disquisiciones acerca de las mujeres premiadas
y los porcentajes irrisorios con los que colmaban sus desvelos literarios.
Muchos recuentos si bien, apenas esbozaba razones literarias que serían las que
debería esgrimir y las que nos importan a fin de cuentas a los
lectores. Entre la nebulosa de sus argumentos, dedujimos que sería conveniente un sistema de turno, por el que en los Premios Planeta, v.g., se reconociese alternativamente a un ganador hombre y a una laureada mujer, a la vez que abogaba por dar visibilidad a colectivos a través de unos reconocimientos, que suponíamos literarios pero que se han convertido a estas alturas en no sabemos qué. Es cierto que las mujeres y muchas minorías
encuentran muchísimos escollos para desarrollar una carrera profesional o artística, pero las correcciones que nos planteemos nunca
podrán ser finalistas, esto es, que modifiquemos los resultados al final para que el
reparto sea más igualitario, apartando obras por razones de sexo y no por su valor
literario o artístico. Este método de discriminación paradójicamente positiva, nos empobrece al conjunto de la sociedad.
Otro articulista muy campanudo del New York Times (NYT) que a raíz del
fenómeno Harriet Tubman, nos deleitaba con el final de los viejos esplendores y
del oropel asociado a los grandes nombres de la historia, que celebraba alborozado. En los nuevos
tiempos reservar solamente la visibilidad en nuestras sociedades a los grandes próceres, sonaba a carpetovetónico y a excesivamente academicista. En su lugar,
debíamos respetar en la historia el protagonismo de la microhistoria y de los microprotagonistas,
es decir, se abría un camino interesante al hombre común, que también había
sido actor importante en los grandes cambios de la humanidad como es el
caso de la señorita Tubman. Apuntaremos al articulista que los grandes hombres
tampoco cayeron de Marte y que son tan comunes como los otros. Fueron no obstante sus
aportaciones, su brillantez innata o su tesón los que les diferenció de la masa.¡¡¡ Si
Ortega y Gasset levantase la cabeza y fuese testigo de esta vanaglorización de la mediocridad!!!!Pero la locura post Tubman no cesó aquí, puesto que en la discusión se señaló como relevante el valor de
los billetes. Si se imprimiesen ilustraciones de mujeres y minorías en los billetes de valor inferior según este razonamiento, se les estaría minusvalorando claramente en lugar de reconocerles. La
solución más ecléctica ha sido la observada en Gran Bretaña, donde sometieron a
votación los personajes que querían que ilustrasen su papel moneda. El filósofo y
economista Adam Smith cederá su espacio al gran pintor Turner, la excepción que confirma la regla en cuanto a que Inglaterra no goza de buenos pintores ( una falacia por otra parte; ver reseña de Emma Sanguinetti en torno a este tema, fabulosa como siempre http://emmasanguinetti.com.uy/dime-quien-esta-en-tu-billete-y-te-dire/ ). Aunque el ramillete de posibilidades fue más amplio, desde el inefable Hitchcok, Chaplin, Francis Bacon. En EEUU este mismo periodista de NYT ironizaba sobre los gustos populares de sus paisanos, puesto que no sería extraño que si se votase en su país, saliese John Wayne o Kim Khardasian a la palestra. Por supuesto, barruntaba esta posibilidad sin ocultar su enojo ni su estima por sus conciudadanos. Con la Caja de Pandora abierta, algunos lectores se preguntaban porqué aparecía la leyenda In God we trust. ¡Un poco de valium, por favor, mejor toda la caja!
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John Wayne daría un buen perfil en los billetes de dólar. |
Mientras ardorosos nos rebatimos y
contraatacamos con mayor fiereza, reflejos de nuestras contradicciones como sociedad, una amenaza puede velar todas nuestras
fatigas. Se cierne desasosegada sobre todos nosotros, y probablemente acabe
con toda la polvareda que ha generado el debate de Harriet Tubman, si
finalmente el dinero electrónico acapara todos los medios de pago. No conoce de
personas ni agacha la cerviz ante Dios alguno y por supuesto se muestra gélido y sólo a resultas de una operación mercantil. En Europa vivimos
como enconadas, posiciones que dividen a los ceñudos alemanes que no quieren
renunciar al anonimato ni a la libertad que les brinda el dinero en efectivo,
puesto que no es nominativo, frente a los países nórdicos que creen que la
abolición del dinero físico, acabará con el fraude y las actividades ilícitas
excepcionalmente bajas por aquellos lares. En Finlandia por ejemplo, consultando
una matrícula de un vehículo obtenemos todos los datos fiscales de su
propietario. ¿Estamos seguros que queremos llegar a dichos extremos de
transparencia? Más que techos de cristal, cráneos de cristal.
Hasta los bancos tradicionales ven
comprometida su labor de intermediación por las denominadas fintech, que a
pesar de lo estrepitoso de su denominación se reducen a que el cliente lleve el
banco a su bolsillo y pague y realice la mayor parte de sus operaciones desde
el teléfono. El overbanking tiene los días contados en España : todo más visible y transparente, porque como rezaba el viejo adagio
del marketing “dime qué consumes y te diré quién eres”. ¡¡¡Menos humanos !!!!Los billetes y las
vetustas polémicas acerca de quién sea merecedor de figurar como ilustración en ellos,
nos sonarán a reliquias del pasado. Quizá como advirtiese John Maynard Keynes
respecto a la manía por la tenencia y pago en oro de sus coetáneos, nuestro trasnochado
apego al dinero físico y a la humanización de los billetes a través de los rostros de sus ilustraciones, no sea más que la pasión por las reliquias de unos bárbaros, muy humanos, claro que sí.
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