Infamantes
ojos verdes de Ava Gardner que suplicaban ser amados e invitaban al pecado en un país, que aún se
debatía en una larga posguerra y en un carrusel de penitencias. Lugar de
crisantemos, gasógenos, cartillas de racionamiento, y contención. Por eso en Madrid todavía rememoraban la estela del Buick
azul de Manolete como si fuese la cola de una nave espacial, no vano, los
transeúntes se paraban en seco, para admirar el venero de su chapa metálica en pleno Paseo de Recoletos. La
economía entretanto había cobrado lentos impulsos tras el delirio de la
autarquía gracias a que el Plan de Estabilización, que trajeron
los tecnócratas de López Rodó, comenzaba a rendir frutos ( asimismo trajeron las
bases para la posterior crisis bancaria).Se entiende entonces que la llegada de
Ava Gardner en los años cincuenta fuese como un ciclón. La estampa de una mujer con sus curvas y labios
suculentos, nada desdeñosos, que se paseaba garbosamente y se dejaba ver en los
tendidos, despertando los ayes en un
público masculino que entornaba sus ojos veladamente, para observar a la prodigiosa diva
americana - el animal más bello del mundo en palabras del gran director de cine
John
Houston. La estrella hollywoodiense, despampanante como tantas otras féminas del país,
mucho más bella era cierto, se relacionaba para asombro de los lugareños con la
farándula y la nobleza española. Si provenía de mundos lontanos, cómo le
gustaba la jarana y salir trastocada por el agua
con misterio ( la realidad era que Ava necesitaba algo de frivolidad para olvidar
el horror de un aborto y buscó la alegría en España, un país que había conocido
durante el rodaje de Pandora y el holandés errante).
Fernando
Vizcaíno Casas, escribió que en España todo el mundo se
desvivía por Celia Gámez, hasta que la musa de los años treinta y cuarenta
se casó, y el poso de lo añejo, por deletéreo, rebulló en sus párpados y en su cuello.
Celia fue perdiendo encanto, la que cantaba aquello de que te ondulen
con la permanent en Las Leandras, se apagaba en el
firmamento masculino pero quedaba el recuerdo de sus dos piernas, que fueron
como dos jambas robustas en las que se recrearon los sueños eróticos de la
posguerra, más proclives a la escasez (ni en sueños se invocaba la abundancia).
De aquéllas venían los hombres de nuestro país, cuando llegaron los americanos
y sobre todo las americanas. Todos recordamos el retrato ácido de García
Berlanga en Bienvenido Mr Marshall y
cómo se imploró esa ayuda económica que fue denegada al no ser España un
contendiente de la Segunda Guerra Mundial (IIGM). Antes de seguir, un inciso,
cuentan que cuando el embajador americano iba a recoger sus credenciales al Palacio
Real, los banderines de promoción de Bienvenido Mr Marshall habían
ondeado durante el camino del legatario americano, que no salió de su
perplejidad en todo el trayecto. Así, con cajas destempladas a su llegada al Palacio Real, se quejó
amargamente de la encerrona ya que creía que había sido una cuestión urdida
arteramente por la dictadura (perdón por la digresión pero creí divertido
contar la anécdota).
Sabemos que el deshielo en las relaciones con EEUU llega con la Guerra Fría, lo que puso a
nuestro país en el mapa. Su clima benigno, los bajos costes laborales y la
seguridad, hizo que se trocase en un gigantesco plató que atrajo a la Bronston
y otras grandes productoras de Hollywood, que filmaron una notable
vida del Cid, Cincuentaicinco días en Pekín en Las Rozas entre otras grandes
películas. Muchos artistas desembarcaron en nuestro país: Hemingway populariza todavía más los sanfermines, por lo menos
para el gran público americano, y Orson Welles fue un asiduo de los
tendidos, en los que el peso de la tragedia gravitaba sobre el redondel. Pero fue
sin duda Ava Gardner la que atrajo más focos y la determinación de fabular de algunos ejemplares del sexo
masculino. De esta manera, los tarambanas más pintados y elocuentes habían llegado a sostener escarceos
amorosos con la actriz americana, meras invenciones ; humoristas y flamencos alardeaban por su parte de haber
tenido sus más y sus menos con la rijosa prima donna de Hollywood. Hasta el Fary abría la boca con desmesura cada vez que refería el episodio de cómo aquella tremenda mujer se
aposentó en la parte de atrás de su taxi. Por el retrovisor merodeaba con sus
ojos por las curvas de la Gardner, mientras conducía como un autómata ( la actriz no era sin embargo la joven rumbosa de los cincuenta).
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El tópico del romance del torero (George Raft) y de la actriz en Hollywood |
Sí fueron públicos en cambio sus devaneos con Mario Cabré, un torero y actor catalán que según los entendidos, era un clase media del mundo taurino y de la gran pantalla. La excusa que arguyó ella, era que estaba borracha y él era muy guapo. Su pelo engominado, sus ojos negros de gitano terminaron de influir junto a la ginebra como filtro amoroso, para que cayese en sus redes. Pero sólo fue en palabras de la celebrity americana un “polvo de una noche”, pese a que la prensa alargase el eco de dicho encuentro. Con todo, la atracción que había experimentado por los toreros llegó a los oídos de un Sinatra con el que mantenía una relación tormentosa, y que se montó rápidamente en un avión destino España, empeñado en salvar los restos del naufragio de su relación . Confesaba la gitana ( así la llamaba John Houston) que en el amor no había nada peor que la sinceridad, dado que contó su "polvo de una noche" con Cabré y Frank, celoso patológico se lo sacó a colación en todas las discusiones que tuvieron durante su matrimonio y que rayaban con el maltrato mutuo. Si Ava arrojaba lo primero que tenía entre sus manos, el italoamericano, con una carrera en declive ( luego resucitaría de sus cenizas) y que sentía también celos del éxito profesional de su mujer, martirizaba a la buena de Ava, fingiendo suicidios. Una noche incluso llegó a disparar una pistola, y cuando Ava abrió la puerta de una patada se encontró a Sinatra con una sonrisa macabra, y la almohada horadada y con las plumas sobrevolando la pieza. Fueron los años más tortuosos para la actriz, atrapados ambos en una relación tóxica y laberíntica, de la que les resultó muy difícil salir.
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La Loren protagonizó una notable versión cinematográfica de la vida del Cid |
Si bien, más que con Cabré, donde Sinatra vio temblar verdaderamente los cimientos de su relación, fue cuando su mujer en una de sus separaciones frecuentes, intimó con Luis Miguel Dominguín. Entramos en terreno de leyenda viva – no hay testigos de la escena ni constancia de la misma, pero sí muchas habladurías como aclara Luis Amorós, experto y crítico de cine. Dicen que en su primera noche juntos, Dominguín salió de la cama de forma subrepticia, puesto que no quería despertar a la diva pero el frufrú de su ropa hizo que esta se rebullese incómoda en la almohada y descubriese la silueta del matador, una sombra chinesca en la pared, vistiéndose. Le preguntó “¿Adónde vas?” y el otro con rebozo le repuso que "a contarlo", se supone que a los amigos de la taberna. Otra anécdota, más verídica puesto que tuvieron que intervenir los carabinieri, sitúa a los dos tortolitos en una noche calurosa en la Ciudad Eterna. El torero que quiere gozar con avidez del cuerpo de la sacerdotisa del amor mientras ella se asfixia en la pieza del hotel y quiere salir a disfrutar la noche. Entonces, cuentan que Dominguín se puso algo brusco y le dijo medio en broma que no la iba a dejar salir de la habitación. La señorita Gardner que no se iba a arredrar por muy macho que fuese el torero, intentó escaparse por el balcón, era un primer piso, aunque con tan mala fortuna, que su vestido se quedó atrapado en las rejas del posamanos, Los chillidos despertaron a la comedida clientela del hotel, que sin embargo, avisó diligentemente a los reporteros que dieron buena cuenta de la escenita. Sus escándalos sobrecogían a la España más puritana; quizá los respetuosos padres de familia se indignasen delante de sus fieles esposas, al referir capítulo tan bochornoso. Lo más probable fue que envidiasen al matador que ajusticiaba amorosamente entre las sabanas a la veleidosa estrella americana. Y yo lo reconozco, también amé a Ava Gardner, a pesar de que fuese casi un niño, cuando ella falleció. Además, sigo confesandome, me divierten más estos espíritus alegres que se beben la vida y se fuman las maledicencias de los demás (la actriz fue una empedernida fumadora).
A Ava le iba mejor el apelativo de "La condesa descalza", título de una de sus películas más famosas. Ea una mujer para quien la vida era una vía de sentido único asfaltada por el lujo y el alcohol. Estaba entrenada para las emociones fuertes y por voluntario engaño, se abrazaba a sus amantes para solucionar sus carencias afectivas. No debía ser fácil estar en la piel de Ava.
ResponderEliminarUn abrazo
Sí,estoy completamente de acuerdo.Vivía en una jaula dorada y al albur de sus pulsiones.Pero es un personaje que me conmueve,además de una mujer muy inteligente a tenor de los diálogos que mantuvo con John Houston.Te revelan un humor y una flema de una persona vivamente inteligente.En cierto modo,me recuerdan a otra pareja,Truman Capote y Marilyn Monroe, cuyos diálogos eran también desternillantes.
ResponderEliminarGracias por el análisis.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSí,estoy completamente de acuerdo.Vivía en una jaula dorada y al albur de sus pulsiones.Pero es un personaje que me conmueve,además de una mujer muy inteligente a tenor de los diálogos que mantuvo con John Houston.Te revelan un humor y una flema de una persona vivamente inteligente.En cierto modo,me recuerdan a otra pareja,Truman Capote y Marilyn Monroe, cuyos diálogos eran también desternillantes.
ResponderEliminar"Te acordás las mujeres aquellas, // minas bravas de un gran corazón,// que en los bailes de Laura peleaban, // cada cual defendiendo su amor..." Es la letra de un tango muy conocido. Tal vez no viene a cuento pero no pude dejar de relacionarlo. Muy lindos tus posts.
ResponderEliminarMuchas gracias,me encanta el tanto.Gardel cada dia canta major y Piazzola como dicen,lo sacó del cielo.
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