No nos producen muchos desvelos las alabanzas y pleitesía poco disimulada, que rinden a menudo a delincuentes consagrados al mal, algunos actores del star system hollywoodiense. Sin casi embozo y con aires de francachela, se disfrazan de reporteros para acercarse al mito encarnado por un tipo, que no deja de ser un diablo que condena a su comunidad a la marginalidad. Pero estos presuntos benefactores se han enquistado en sociedades como la mejicana. Con una mano otorgan una limosna con la que pretenden justificar la riqueza que quitan con la otra, no sólo material sino de un futuro de posibilidades que acaba discurriendo indefectiblemente, con el recurso de la violencia, por el mundo de los bajos fondos. Como le ocurrió al propio Alfonso Al Capone Scarface que llegó a convertirse en uno de los iconos norteamericanos del siglo XX. Su cicatriz, a la postre su seña de identidad, fue consecuencia de una reyerta por una mujer que se resistía a sus encantos, y que provocó que el hermano mafioso de la mina le hiciese aquel descosido en el rostro. El contaba no obstante, que fue una herida de La Gran Guerra, en la que no había combatido ( la propensión de algunos personajes a alargar su leyenda y revestirla con indulgencia y generosidad con historietas inventadas, merecería nuestra atención en otro momento) .
Capone fue el hijo de un maestro de la pasta italiano (en el país del arte, hacer buena masa de pasta es otro tipo de arte ), que tras franquear la Isla de Ellis, la fortaleza y puerta de los sueños de todo emigrante, buscó en EEUU un futuro mejor para su familia. Alfonso crece en las calles de Brooklyn como dura escuela y realiza sus primeras incursiones en el mundo de los bajos fondos, donde si eres lo suficientemente osado, tomas lo que quieres por tu propia mano. En aquella época, el alfoz neoyorquino, más de clase media en nuestros tiempos, se convirtió con las oleadas de inmigración en un caleidoscopio donde se apiñaban fortunas acaudaladas y los habitantes más menesterosos, que se hacinaban en pisos como el caso del que iba a ser uno de los gánsteres más conocidos. Hasta el mismísimo Presidente Hoover, según los tabloides que fabulaban muchas veces con el único fundamento de alimentar la imaginación calenturienta de sus lectores, contaban que más que su carrera llena de fechorías, el político envidiaba la capacidad de Scarface de acaparar titulares. Porque en lugar de buscar el mejor refugio para sus negocios oscuros, cosa que le recomendaba el capi di tutti capi, Lucky Luciano, Capone se pavoneaba delante de los reporteros inflando sus bravuconadas o relatando a qué autoridades del hermético orbe político untaba con un dinero, con el que no tenían muchos remilgos y pesares por si estaba manchado de sangre, para tomarlo rápidamente entre sus manos. El plata o plomo de los años veinte; luego sabemos que la única forma de frenar a este alfeñique de labios carnosos, que había aventado todos los tipos del código penal con sus delitos, fue condenarlo por evasión de impuestos. Recordamos cómo esbozaba una sonrisa cargada de hiel, cuando muy dado a la elocuencia, sentía el acecho de unas cámaras y se transformaba en un personaje muy afable.
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La Gran Depresión fomentó el fenómeno Robin Hood |
Su celebridad llegó al Pequeño César, una novela muy recomendable por la fidelidad con la que refleja las desventuras de las bandas al margen de la ley, y su personaje Rico, parecen inspirados en gran parte por la vida de Scarface. No en vano, Al Capone también tuvo lo que en la jerigonza de las bandas se llamaba hibernar como Rico (apartarse de un territorio porque había surgido algún conflicto y podría ser una presencia molesta y poco deseable). Burnett, su autor, nos muestra sin ambages la dureza de la mafia, en la que sólo sobrevive el más listo de la clase. Esta obra forma parte del subgénero de las crooks stories, que con una gran economía descriptiva, hace gravitar el peso del drama en los diálogos, remedos de la jerga de la calle, que nos ofrecen la perspectiva de los delincuentes. Gozaban de gran popularidad entre el público, y en este punto deberíamos percatarnos también de la importancia de los mass media para que esta huella de los grandes delincuentes en el imaginario americano, se multiplicase junto a los ecos de cualquier historia que protagonizasen.
De esta guisa, la radio, prensa y los noticiarios del cine que son muy novedosos para la época- no todo el mundo tenía un receptor- iban haciendo crecer la aureola de determinadas bandas criminales, que como Bonnie y Clyde sembraron el caos a su paso. Sin embargo, las descripciones de las salas de cine sumidas en un llanto clamoroso y tumultuoso, cuando la policía tras denodados esfuerzos había abatido a los dos atracadores,llevaron a la reflexión a las autoridades, en 1934. Era verdad que los tabloides habían exaltado la historia de amor de ambos: les abismó hasta los umbrales de la muerte. Y que como Al Capone, hicieron varios guiños de clase repartiendo parte del botín entre los más desfavorecidos, un buen reclamo de marketing ( Al Capone abría comedores sociales en la Gran Depresión para alentar igualmente el estereotipo del Robin Hood, al que tampoco han sido ajenos el Chapo Guzmán, Pablo Escobar) Sin duda, los seriales que les dedicarán en los tabloides poco a poco, hacen que el germen bulla y atrape a los lectores y contamine al cine, según los moralistas. En la mente de los gobernantes va madurando la idea para que el Código Hays ideado en 1930 se instale en todas las producciones cinematográficas como una referencia obligada de lo que se puede hacer, a partir de 1934.
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Una nube de reporteros acechaba a los criminales más populares |
El famoso código no sólo puso coto a las historias de mafiosos que para solaz del público y escarmiento de los políticos, acababan saliéndose con la suya, sino que protegía al espectador de las inmoralidades que las mentes infectas de Hollywood podían inocularles a través de la gran pantalla. Años atrás el caso de un disipado Roscoe Arbuckle había sido una buena muestra del encono surgido entre los moralistas y la meca del cine: otra cosa es que el primer actor en cobrar un millón de dólares fue culpable de la muerte de la joven Virginia Rappe, dama de compañía. Recomiendo el libro de Yo, Fatty una maravilla en la que Stahl escarba con dolor hasta en el último resquicio de la atormentada alma del artista.Sigamos no obstante con el código. Fue un conjunto de normas rígido que extendió su funesta sombra hasta 1967. No podía haber violencia explícita y al mismo tiempo, las faldas ganaban centímetros y los escotes desaparecían, los besos se convertían en inocentes ósculos casi de hermanos, nada de afiebrados enamorados. ¿ Para qué? Para estimular la lascivia en los espectadores. Como vemos, Europa no fue una isla en medio de todo el ánimo censor que sobrevino en muchas democracias a partir de los años 30. ¿Quién no se acuerda con estos temas de la escena de los besos de Cinema Paradiso? Menos conocidas son las malas artes de la censura española, pero malas por torpes. Se estrenaba Mogambo y en el doblaje a los censores, se les ocurrió para ocultar el adulterio que tenía lugar en la película, hermanar a Clark Gable y Grace Kelly. En cuyo supuesto, se redoblaba el pecado, ya que las imágenes daban muchas evidencias del romance que surgía ¡¡¡¡entre hermanos!!!! Aquel incesto se prestó a numerosas chanzas, que los censores debieron soportar con estoicismo y venteando maldades por su infinita torpeza.
Como hemos constatado, la historia de idilio del lumpen con los mass media y el firmamento artístico, se repite como una letanía cansina a lo largo del tiempo, por lo que no puede sorprendernos a estas alturas la complicidad de Sean Penn con el Chapo. Pero qué es lo que nos atrae del mal, para salir desconsolados de las salas de cine cuando se ha acabado con una banda de criminales como Bonnie y Clyde. ¿Quién llorará a sus víctimas que en ningún lugar se citan? Umbral escribía que a los muertos no hay quienes les consuele, su recuerdo se ha convertido en lágrimas en la lluvia. Quizá la sed de mal, insaciable, no sea más que un reflejo de nuestra propia estulticia. O puede que al actor le atraigan los matices de la maldad como si de un papel de ficción se tratase y observen las vidas de los malvados como una película, a los que como en la ficción, cabe imitar para desarrollar sus personajes en la gran pantalla. No nos lo creemos, acaban humanizando a un ser perverso con su trato afable, y por supuesto los plumillas hurgan en aquellos relatos de la actualidad que despiertan más interés en sus ávidos lectores.
¿Es entonces que nos gusta el mal? Edward Bunker, Caryl Chess cautivaron a generaciones de jóvenes con sus relatos carcelarios y a Charles Manson le llegan centenares de cartas de jovencitas que ardorosas le piden matrimonio.¿Es la hidra de la popularidad y de la celebridad la que nos embriaga para humanizar bajo ese éter vaporoso a los criminales? Por último, y perdón por la digresión, con la efusión de los tabloides ( en la prensa sajona siguen gozando de gran eco aún) siempre me acuerdo de James Ellroy, el famoso escritor americano, del que soy un fiel devoto (quizá el peso de la industria americana atemorice a la Academia de los Nobel para no reconocer a Ellroy y Roth, aun cuando flaco favor le hacen a los premios). Destacaría la novela LA Confidential que tuvo una maravillosa adaptación al cine, o la Dalia Negra, como paradigma de los tabloides en la literatura . No en vano, el género narrativo de Ellroy se encuentra a caballo de la novela y de la crónica periodística, lo que nos ayudará a sumergirnos en una atmósfera llena de una barahúnda de reporteros, starlettes, meritorios que pululan en pos de la fama. Como dijese Warhol : todos merecemos ser famosos durante quince minutos. Quizá ello nos concienciase de lo estúpida que es la fama y los crímenes que se perdonan en su bendito nombre.
La voluntad de poder, el espíritu de posesión y dominación constantemente van creciendo. Expandiéndose.
ResponderEliminarTe recomiendo a Hannad Arentd.
Un saludo
Sí,la he leído,muchas gracias.Coincidimos en muchas lecturas.Especialmente controvertido fue su libro en el que relata el juicio a Eichmann el burócrata que programó milimétricamente el envío de vagones a los campos de concentración.Coincidían con la logística del frente,un problema de gran complejidad que resolvió el eficaz monstruo, Eichmann.
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