De
sobra son conocidas las mañas del general corso en el campo de batalla: gran
estratega hasta que se topó con el Duque de Wellington, había cosechado
sin embargo a lo largo de una dilatada trayectoria bélica, muchos sinsabores (
los laureles postraron a toda una poderosa Europa). Como la perdición de divisiones
enteras que después de tomar Moscú, se batieron en una retirada
que el General Invierno y el desorden de las tropas, convirtieron en
un reguero de muertes. Nadie entendió el caos que prendió en las filas
del gran ejército francés; la murria que acogota a las masas cuando luchan
desesperadamente contra la grandes dimensiones inasibles de la naturaleza rusa, quedaron fielmente reflejadas en la magistral Guerra y paz de Tolstoi.
Sin quererlo fueron un precedente de las tropas nazis, que no escarmentaron a
pesar de la tozudez de la historia, que nos desvela muchas enseñanzas
conservadas en formol, pero audibles para quien las quiera escuchar, pese a que
sus reverberos se hubiesen extinguido hacía muchos años.
Así
como sentenciase Margaret Thatcher : “ toda
revolución acarrea un dictador”. Su declaración tenía más bemoles al realizarlas en el marco del Segundo
Centenario de la Revolución Francesa, y porque sorprendieron a un desprevenido Jacques
Chirac por su animosidad y
cuestionamiento del hecho histórico francés, que la Dama de Hierro interpretaba más bien
como de remoción de los derechos humanos. En una cena donde se habían afilado
los cuchillos y no precisamente para comer, Chirac no salía de su perplejidad y
mantenía una sonrisa estólida. La Thatcher defendía La Revolución Gloriosa (1688),
por ser infinitamente menos cruenta, ya que no arrastró a todo un continente
a la guerra. Muy cercano a los posicionamientos de la lideresa conservadora que no tuvo remilgos para
aplicar sus ideas con inusitada entereza y en algunas ocasiones demasiada fe
ciega, se encuentra también el gran escritor cubano, Alejo Carpentier, que en El
Siglo de las luces, obra maestra sin paliativos de la literatura
escrita en español, pone en solfa los grandes valores de los ejércitos
napoleónicos que al fin y al cabo ejercieron en las islas una tiranía más
dolorosa, que la esclavitud que venían presuntamente a abolir. Todo es verdad, que instigados por la lucha del ideal revolucionario, por los que cabía poner en cuarentena esos
mismos ideales que acarreaba el hecho revolucionario. Por aquella época, los
sueños de La Revolución habían muerto con los sueños de grandeza del corso,
aunque esto merecería una reflexión aparte.
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Napoleón, gran personaje de la historia. |
Pero
más que los juegos de estrategia de Napoleón, que le emparentaron con su
admirado Gran Alejandro Magno, o sus inconsistencias ideológicas, casi nadie conoce sus
dotes adivinatorias. Cuentan que postergado por unas fiebres en su cementerio de elefantes particular, la Isla de Santa
Elena, “ en el lecho del dolor”
como se decía antaño, aventuró que las dos próximas superpotencias que
dominarían el mundo serían en primer lugar Rusia, que a pesar de su atraso
gozaba de un territorio que tornaba al país en un lugar indómito por cualquiera
que se adentrase en su interior. Él lo había experimentado en sus propias
carnes o mejor dicho, en el trasero de sus soldados. La segunda potencia en
discordia sería EEUU. Sin duda el corso admiraba la resolución de los americanos,
mucho antes de que Tocqueville escrutase la sociedad americana en su famoso
opúsculo dividido en varios volúmenes La democracia en América. Los
vínculos entre los revolucionarios americanos y franceses fueron muy fluidos,
de ahí que Bonaparte tampoco hablase desde el desconocimiento absoluto respecto
al nuevo gigante emergente ( Lafayette por citar a uno, tuvo una
intervención muy conspicua en la insurrección norteamericana).
Luego
el país americano atravesó un camino umbroso, lleno de asechanzas. Una Guerra
Civil que estuvo a punto de fracturarlo entre los estados abolicionistas y los esclavistas, supo en cambio superar sus
confrontaciones todavía muy latentes en el siglo XX, para tomar la vitola de
superpotencia. Como curiosidad, recomendaría leer las controversias que
relativas al censo de electores y su reflejo en el parlamento de la nación,
avivaron los debates en los cafés y plazas americanos del siglo XIX. Paradójicamente los
suristas querían que en el recuento de parlamentarios cada ciudadano “negro”
contase como 3/5 de un elector blanco para asignar la representación de parlamentarios a cada estado ( el porcentaje
variaba en las negociaciones). El Norte no quería que la población “negra”
contase para este particular. Los pensamientos del lector siempre atinados, oscilarán entre los que ataquen el cinismo de los sureños ( para esto sí que
cuentan sus esclavos) y el Norte, que a estos efectos no contaban con ellos.
Sigamos no obstante. Lo que queremos analizar en realidad más que las
previsiones nada desencaminadas de Napoleón, son las razones del desarrollo
posterior de la Gran América, que le
llevó a convertirse en la superpotencia industrial mundial, lo cual no fue, ni
mucho menos casualidad. Resulta cuanto menos curioso, que Gran Bretaña no
aprovechase el ímpetu que le insufló la Revolución industrial, y su tupida red
comercial, gracias a la malla creada por el Imperio Británico, que además, con
la Royal Navy, gozaba de unas comunicaciones muy seguras. Es lo que los
economistas llamamos el path dependence, es decir, muchas
veces el camino elegido marca las elecciones del futuro. Con lo cual, una planta
desarrollada con la tecnología del vapor, una mayoría en UK, presentó grandes
desventajas con relación a las plantas eléctricas que empezaría a aflorar en
Alemania a partir de 1860. También EEUU va acercándose y al final del siglo XIX
supera a ambos países europeos. Estamos en el siglo XX y ni siquiera la
etiquetación con el MADE IN GERMANY, que apela al espíritu patriótico pero que
se convierte en el sello de calidad, arredra a los consumidores de la isla para que sigan comprando productos alemanes.
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La vida que alimentaba las viejas fábricas se extinguió. |
En EEUU el salto cualitativo fue todavía mayor que el llevado a cabo por los teutones, debido al taylorismo y su
reflejo en el fordismo, junto a la estandarización de la
fabricación. Los americanos se convierten en el mayor polo de irradiación productiva del mundo,
al punto que el telegrama Zimmerman que metía de lleno a los estadounidenses en
la Gran Guerra, así como la temeridad con la que abrigaba esta intervención el
Kaiser, provocó el estupor en muchos diplomáticos germanos. Ellos sabían a
ciencia cierta, que más que su ejército, serían las fábricas de la nueva
potencia, las que desequilibrarían la guerra en el medio plazo. Por eso, todos
sus esfuerzos se enfocaron en ganar de un zarpazo una contienda estancada en las
trincheras durante años. Antes de que la maquinaria bélica americana
abasteciese a sus enemigos. Dejaremos, para otra publicación, las implicaciones sociológicas y por no ser muy pomposos,
no diremos que morales y filosóficas del despliegue fabril americano. El gigante despierta a pesar de su
aislacionismo.
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