Mi
primer encuentro con Bukowski me pilló en mi época más pacata. Recuerdo también
que en las guardias del cuartel corría la noche en la pieza de forma perezosa; los
reclutas nos movíamos como bultos llenos de tedio y cansancio, cada uno
espantando el sueño como podía. Así remábamos para que las horas se
desvaneciesen cuanto antes en aquel duermevela, en el que se convertían
irremediablemente, todos nuestros servicios cuartelarios. De aquella guisa de
militares, jugábamos aparte de a ser soldados, al Trivial, y engañándonos a
nosotros mismos más que al tiempo, leíamos hasta que el sueño prendía en
nuestros ojos.
La lectura,refugio del tedio durante el servicio militar |
-
- “La
máquina de follar”, de Bukowski.
- - ¡ Calla!-
Y miré a las bestezuelas en celo, que adormecidas parecían no haber escuchado
nada. Los cabos éramos como padrecitos que pastoreábamos a un rebaño de jóvenes
con acné, que se masturbaban con alegría y sin embozo. Supuse intrigado que se
trataba de literatura erótica– ¿Cómo que la máquina de follar? ¿Sabes dónde
estamos?
- - Por
supuesto, pero no es literatura erótica, es realismo sucio- El cabo intelectual
había adivinado mis presunciones, tan remotas a la realidad.- Es verdad que el
protagonista, el propio Bukowski, folla como un descosido.
- - ¿Entonces?
- - ¿El
sexo no forma parte de nuestras vidas?
- - Sí,
así es.- Aparté mi voluminoso ejemplar de La Isla del Segundo Rostro, dispuesto a escuchar su explicación.
- - Lo
que me gusta de Bukowski es cómo lo cuenta, no lo que cuenta.- Me repuso él, que
se mesó la barba complacido por la paradoja, que me había lanzado.- Sólo es
literatura y el sexo, no es más que una excusa.
- - ¿Y
de qué te reías?
Sin
grandes alharacas y murmurando a fin de no despertar la libido de la tropa, muy
voluntariosa en todo lo que atañía al sexo, el cabo bohemio me describió la
vivificante escena en la que Hank se acuesta con una gruesa negra. Casi nos
pareció estar presenciando cómo Hank bregaba con su polla, hasta acoplarse a la
carne palpitante de “la mamita”. Tras
aquella noche, cayeron los días como piezas de un dómino mortificante- qué
larga se hizo la mili- y en una de las
formaciones para volver a casa, el cabo me persiguió de camino a la estación de
tren. Jadeaba pues había perdido el resuello en la carrera y tuvo que sujetar
sus gafas en varias ocasiones, cuando
nervioso me musitó que cogiese el libro, que seguro que me iba a gustar. Era el
año 97 y al volver a leerlo, a un nostálgico como yo, le fue inevitable hacer
este viaje en el tiempo, que me sirve de excusa para presentar este compendio
de cuentos, obscenos es cierto, aunque con un humor propio de vividores que se
rebozan en el fango y no lo esconden ni ornamentan con palabras fatuas. Inframundos
literarios y letanías de alcohol, en un clásico de la literatura americana, que
se aleja premeditadamente de cualquier cliché creativo, para presentarnos la
realidad desnuda, quizá demasiado desnuda. Está sazonado por supuesto con
estampas picantes de su personaje.
“Leed, es el mejor billete para huir de la
mediocridad”
S.
Munari
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