H ablábamos en portugués de literatura, con el cansancio y la noche esculpida en nuestros rostros. Desgalichados, y foscos, sin duda, el Café Gijón nos inducía a una atmósfera literaria. Cómo ser inmune sino a lámparas que remedaban estalactitas, y al eco de conversaciones ahogadas en el tiempo. Hasta nos acordábamos de la historia de ese ilustre artista gafe, y de un incrédulo y no menos insigne periodista. El juntaletras peroraba que en el siglo de la ciencia, por supuesto el veinte, no cabía pensar en la mala suerte, lo cual era propio de perdedores. Uno de los más grandes escritores del momento. - Cada uno se labra su destino. – Tenía las pupilas abismadas en su certeza, la del siglo de las luces, pero también de las sombras. No tardó en cambiar de opinión por cuanto bastó que se invocase el nombre del maula, que también frecuentaba el Gijón, que se estampó un automóvil contra el café, y casi arrolla su mesa. Las parcas abundan en cualquier sitio(1). Entonces, e
¿Q uién conocía realmente a Montagu Norman ? El caballero excéntrico, que moraba en una mansión decimonónica convertida en fantasma de vanguardias ornamentales. Sus manías, y el hecho de que hollase la cuarentena como solterón, le convertían en un nigromante a ojos de una sociedad, que se sacudía los resabios de la época victoriana. Objeto, por ende, de no poco tole tole y de chanzas en su exclusivo vecindario. ¿Habría sido víctima de la fiebre homoerótica que se vivía en las Academias militares? En cualquier caso, algunos residentes superaban sus prejuicios y se acercaban al señor Norman con el oscuro objeto de pedirle consejo en los negocios, pues su carrera en la banca de inversión había sido meteórica. Contaban las malas lenguas, que el vejestorio del Gobernador del Banco de Inglaterra, el barón Walter Cunliffe, solamente se fiaba de las ideas del señor Norman. Con esos años, Montagu era como un adolescente en aquel mundo de los elegidos, tan hermético como proclive para edades