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La isla de George Perec

  H ablábamos en portugués de literatura, con el cansancio y la noche esculpida en nuestros rostros. Desgalichados, y foscos, sin duda, el Café Gijón nos inducía a una atmósfera literaria. Cómo ser inmune sino a lámparas que remedaban estalactitas, y al eco de conversaciones ahogadas en el tiempo. Hasta nos acordábamos de la historia de ese ilustre artista gafe, y de un incrédulo y no menos insigne periodista. El juntaletras peroraba que en el siglo de la ciencia, por supuesto el veinte, no cabía pensar en la mala suerte, lo cual era propio de perdedores. Uno de los más grandes escritores del momento.  -            Cada uno se labra su destino. – Tenía las pupilas abismadas en su certeza, la del siglo de las luces, pero también de las sombras. No tardó en cambiar de opinión por cuanto bastó que se invocase el nombre del maula, que también frecuentaba el Gijón, que se estampó un automóvil contra el café, y casi arrolla su mesa. Las parcas abundan en cualquier sitio(1).  Entonces, e
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La guerra bancaria de 1914

  ¿Q uién conocía realmente a Montagu Norman ? El caballero excéntrico, que moraba en una mansión decimonónica convertida en fantasma de vanguardias ornamentales. Sus manías, y el hecho de que hollase la cuarentena como solterón, le convertían en un nigromante a ojos de una sociedad, que se sacudía los resabios de la época victoriana. Objeto, por ende, de no poco tole tole y de chanzas en su exclusivo vecindario. ¿Habría sido víctima de la fiebre homoerótica que se vivía en las Academias militares? En cualquier caso, algunos residentes superaban sus prejuicios y se acercaban al señor Norman con el oscuro objeto de pedirle consejo en los negocios, pues su carrera en la banca de inversión había sido meteórica. Contaban las malas lenguas, que el vejestorio del Gobernador del Banco de Inglaterra, el barón Walter Cunliffe,   solamente se fiaba de las ideas del señor Norman. Con esos años, Montagu era como un adolescente en aquel mundo de los elegidos, tan hermético como proclive para edades

Salter, testigo privilegiado y trashumante del siglo XX.

  J ames Salter pertenece a esa prosapia de una intelectualidad trashumante, que recorrió el espinoso siglo XX, repleto de conflictos, con los ojos abiertos y afán de reproducirlo en artículos. Para lo cual era preciso, un Macallan, no demasiado aguado, una Underwood, y una cajetilla de Lucky Strike. Periodista, piloto, se topó con todos los nudos gordianos que delimitaron la política de centuria tan compleja.   Además, acercó el Viejo Continente de forma muy introspectiva a los americanos. En quemar los días , que es un prontuario de esos artículos,  nos resulta memorable esa escena, en la que con barcazas surcan el golfo de Manila, donde las huellas de la guerra todavía permanecen incólumes. Zafándose de las chimeneas de cargueros hundidos, la herrumbre del óxido en toda esa chatarra, mientras los céfiros repletos de vida que soplan desde la gran urbe, le trae el rumor de esa grisalla manilense.  El excelente compendio de Salter, un periodista y novelista excepcional.   La resurre

La corrupción en la España de Chaves Nogales

  N o tenía cuerda su reloj de pulsera, pero la luz en el gabinete le dio una impresión de la hora que correría a esas alturas de la tarde. Don  Manuel Chaves Nogales  dada su afición a los clásicos griegos y españoles, Calderón de la Barca y Esquilo , abrigaba con decoro aquel ejemplar ajado, de modo que maniobró con cautela aquel libro con las aventuras de Belerofonte. En realidad ,  aguardaba a que las galeradas del Ahora , se convirtieran en la tinta fresca de la mañana. Le habían pasado cosas, pero ninguna como los titulares que lucirían en aquella tirada, que le causaron tanta perplejidad. Alejandro Lerroux dimitía por el escándalo que hizo que también su formación política, el Partido Radical , implosionase. Manuel Chaves Nogales y su esposa, el gran periodista y referencia ética. Un periodista incómodo, ese Santiago Vinardell , en lo que el partido  había llamado extrañas fabulaciones, logró establecer la conexión con su sobrino Aurelio  Lerroux , siempre disipado, aunque su