A ngustiado, mis nudillos se suspendieron sobre la puerta, detenido por un adarme de duda. Aún estaba a tiempo de largarme. Pero tamborileé de forma que la mucama me abrió presurosa. Después, con sigilo de gacela, en un lugar donde las horas me parecieron muertas, me condujo a aquella habitación. Donde habría esperado fuego en su quicio, y sin embargo, la penumbra se cernía en los ojos de aquel fauno de crines plateadas. Adormilado en una de las butacas del tresillo de flores, despertó repentinamente, y viró su cabeza mientras elevaba la voz en una pieza parca. El gran Borges, en esa mediana edad. – Siéntese, por favor. – Pulsó el interruptor de una lámpara, con sus dedos gruesos, y bruñía la sonrisa con una inteligencia chispeante . – Yo por lógicas razones, no la necesito. Lo hago por vos, ya que me va a leer. - No le contesté, no por descortesía. Mi cabeza todavía flotaba en la escena que tuvo lugar el día anterior, el de la invitación. - ¿No sabés de quién se trata, loco? -
E staban cansados de sus bravuconadas. La revolución, la revolución, ¿qué revolución? Aquella cuadra de poderosos caballeros aprovechaban el receso, para salir un rato a la estancia de fumadores de la Ópera de Berlín, con sus imponentes chaqués. Blandían cigarros y protestas en sus belfos. Aquel gordinflón, camisa parda de las SA ( Sturmabteilung) aullaba por las esquinas, que saldarían cuentas con los industriales, y eso no podía ser. Se adueñarían de las fábricas, que serían propiedad de los trabajadores. ¿Para eso habían apoyado a Hitler? Ernst Röhm, líder de las SA Nadie olvidaba, y menos ellos, que los grandes herederos de los emporios industriales, seducidos por Franz Von Papen , que les había vendido que Adolf Hitler era la solución, apoyaron financieramente la campaña electoral del cabo austriaco, que en este momento decisivo pecaba de inacción. " El diablo con sombrero de copa" que revoloteaba entre ellos , evocó aquellos días que se sucedieron a la co