E n la voluptuosidad derruida de mis recuerdos, vaga un hecho increíble de mis andanzas por la vieja Europa. Es cierto, que nunca se me fue el regusto por contar historias, pero lo hacía abrigando una cítara en mi regazo, y no en la desazón que me provoca la enfermedad. Pero creí la hora de hacer recuento, por lo que parte de mis familiares se arracimaban en visitas de las que denotaba si acaso febril, un murmullo. A ratos, recuperaba la cordura, y como les incitaba la curiosidad, me hacían preguntas de mis viajes. Cuando una de aquellas preguntas me inquirió si era cierto lo que se contaba. La cara redonda y fragorosa como una luna de mi sobrino William pretendió excusarse por su osadía, mas no quería que muriese sin contar ese secreto.- Lo siento, tío. - ¿Quién te dice que me voy a morir? Soy inmortal. - El guiño henchido de vanidad de un artista, y la expresión de horro de William, liberado de su embarazo. - Lo entiendo, querido que te pique la curiosidad. El asedi...
Un viaje por la historia y la cultura