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La nostalgia geométrica del azar


Quizá se trate de uno de los antihéroes que se oculta gustosamente en un centón de máscaras, que desdibujan al escritor en favor del personaje. Dédalo de motivaciones, para reflejar quien no era como en una galería de espejos. A veces, cuando quería frivolizar sobre su tarea, de manera despreocupada, decía que escribía cuando las musas visitaban su mente, pero nada menos cierto, porque también barbotaba lo contrario, según qué circunstancias. Como testimonia su hijo, que noche tras noche como una lechuza, el orondo escritor a pesar de sentarse sobre el mar del dolor de sus diviesos y un navajazo de una trifulca en el Casablanca, elevaba su pluma para emborronar unas cuantas cuartillas, o quizá un párrafo. Porque lejos de fingimientos, Camilo José Cela abogaba por un perfeccionismo rayano con la obsesión patológica. Acababa una frase tras arduas indagaciones y luego aparecían concatenados varios efluvios en forma de líneas, que tenían que adaptarse al diapasón cantarín del todo(1).


El prócer de las letras e innovador escritor
De Luis Miguel Bugallo Sánchez
(http://commons.wikimedia.org/wiki/User:Lmbuga)
CC BY-SA 3.0,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=953942

En cualquier caso, no queríamos entrar en las disquisiciones creativas del genio gallego, aun cuando quede claro que Cela era un oficinista de la literatura al igual que Mario Vargas LLosa, y que la única concesión a la bohemia sería resultado del horario nocturno. Porque pretendíamos más bien al contrario, contar una anécdota graciosa que el hijo,  con excelente tono narrativo nos bosqueja en Cela, piel adentro . Así  reza en aquel libro, que vivían su padre, su madre Charo y el autor de las memorias que era un niño por entonces, en la calle Ríos Rosas de Madrid número 54. Allí coincidieron con vecinos ilustres como una de las estrellas del periodismo de la época, César González Ruano, sobre el que pesaba más de una leyenda negra ( que tocaremos en otro lado, ver entretanto este hilo que eleva sospechas al susodicho). Trabó amistad con sus padres, y un incendio en la casa del periodista cuyas causas parecieron poco claras, les unió todavía más. Camilín lleno de congojas, observó una tarde que de la cabeza de ciervo brotaba una humareda, como si los pensamientos confinados en ella, se reconcentrasen. Dado que nunca se había creído un personaje entrompado de Lewis Carroll ni tampoco había desarrollado una mente cartesiana, avisó a los mayores para que le sacasen de las dudas. ¡¡¡ Fuego!!! Sin tiempo que perder, los Cela con largas zancadas salieron raudamente al rellano donde se toparon con Don César, que entre grandes salmodias contemplaba complacido la actuación de los bomberos, que no estaban para aquellas literaturas y que una vez hecha su tarea, se marcharon veloces a sofocar el siguiente incendio.


El hijo de Cela escribe con exquisito tiento
las páginas más íntimas del Nobel.
Recomendamos su lectura, que nos revelará
el corazón vagabundo transformado más tarde,
en porte aristocrático.


Sin embargo, entre tanto vecindario ilustre quizá el que más interés despertase en Camilín , fuese el extravagante pintor Manuel Viola. Uno de los miembros del Grupo El Paso, sus cuadros, que tienden al abstracto según qué epocas, son elocuentes de la gran maestría que se gastaba Don Manuel con el pincel. Debido a lo veleta que es la vida del artista, más en lo que concierne a los ingresos, alquilaba cada una de sus habitaciones e incluso camas ( las camas calientes se inventaron mucho antes que en nuestra época). Imaginemos el tráfago de clientela llamando a horas intempestivas en el Madrid bien, las densas nubes de humo y el güisqui que circulaba en cantidades ingentes por aquel piso, puesto que el pintor no se privaba de invitar a todo su círculo de bohemios de inclinaciones rogelias. Como antiguo afiliado del POUM tenía sin duda sus principios. Pues bien entrada la madrugada discutían arduamente acerca de las últimas novedades del mundo del arte, y por qué no de política. En medio del enredo, el pintor se arrancaba inopinadamente con un ronquido sordo para imitar a los mejores cantaores de flamenco. Tenía dotes, aunque acaso por una pose, el cante jondo era una arte menor, Viola no se decantaba por él. A aquella bacanal le faltaba el elemento intrigante, que por supuesto aportaba una señora mayor arrugada como una pasa, que llegaba estoica al salón de la casa y se acostaba como una momia saludando a los presentes, sin mover un párpado mientras el tiberio montado seguía su curso. Por cierto, nadie se atrevía a formularle la pregunta al bueno de Manolo, intrigados por aquella anciana de aspecto amable, que se embutía en las sábanas sin decir ni mu. ¿Quién sería? ¿Una poetisa? ¿ La momia de Tutankamón? Nada de eso, una señora corriente y moliente, anónima, que buscaba una cama donde dormir. El dinero es el dinero, una realquilada más, que el arte es como decíamos esquivo con la economía y no había nada mejor que "monetizar" hasta la última esquina del inmueble. 


Sucede entonces que los Cela estrechan cada vez más lazos con el inefable Viola, y por arte de magia aparecieron dos cuadros en casa del futuro Nobel, que los miraba arrobado. ¡¡¡ Nada menos que un Chagall y un Miró!!! Una inversión segura. Como nos confiesa el hijo, puede que se los regalase Viola, o se los comprase, eso nunca quedó claro. A Don Camilo, que tenía la mosca detrás de la oreja, puesto que sospechaba de la autenticidad de los mismos, en cuanto tuvo la oportunidad de comprobar si se trataba de muestras falsas, no dudó en pasar la oportuna prueba, algo más tarde. El escritor a través de la tía Ana se puso en contacto con Gabriel Dereppe, amigo íntimo del famoso pintor ruso ( sus cuadros bucólicos de una Rusia ancestral son primorosos). Como Cela padre sabía que Dereppe viajaría pronto a París, le rogó que se llevase el lienzo consigo y aprovechase para que su colega, Marc Chagall, le certificase que se trataba de una obra suya. Contra un recibo, Gabriel toma el cuadro y se lo enseña al judío, que nada más ver el mismo se percata de que es una burda imitación. Y escribe que ese no es un cuadro de Chagall, "Cést un faux" ( ahora diríamos es un fake). También firma a lo largo de la tela, agregando para que  tampoco hiciesen negocio con los fetichistas encantados de los detalles morbosos, "la signature est fausse" (esta firma es falsa). El enojo de Cela alcanzó el paroxismo, imaginamos.




El controvertido y genial pintor, que monetizaba su piso
De Fedekuki - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=19646625


Con la tela de Miró, ocurrió otro tanto más. Aunque en esta ocasión iba a ser el propio Cela, el que tuvo la ocasión de departir con el pintor, al que le solicitó el favor de que acreditase su obra. Simplemente por la gama de colores, que poco se compadecían con la paleta del catalán, cualquier experto en el pintor lo habría descartado directamente. No obstante, Joan más pudoroso no se atrevía a ser muy taxativo. A vueltas de las preguntas que le lanzaba febril Don Camilo, acabó negándole la autoría, de modo que el propietario desgraciado  que ¿se sentía estafado?, la emprendió con la tela que con un cuchillo rajó en un arrebato de ira . La historia en este caso llegó a un final más feliz, pues Doña Charo lo remendó, y Miró, amigo de la pareja, pintó sobre el remendón una obra que conserva la familia y que creemos que fue motivo de la disputa por la herencia tras el deceso del Nobel. No sabemos si Viola(2) le pegó un sablazo al resabiado de Cela, o si le regaló las piezas en pago de algún préstamo. No lo aclara el interesante libro de Camilo José Cela hijo, que nos revela infinidad de los secretos más íngrimos del eximio literato, pero que sobre esta divertida anécdota tampoco se puede pronunciar mucho más allá de lo que lo hace. Qué sirvan estas vivencias ocurrentes para poner en valor su literatura, que en algunas ocasiones ha sido devorada por el personaje. Hemos leído casi todo de él, Tobogán de hambrientos y su "un echadora de cartas", La colmena que nos hizo visitar el Café Europeo, que no el Gijón como se dice erróneamente para recrear la atmósfera de la prosa de  aluvión del gallego que nos atrapa, La familia Pascual Duarte que sacudió de la molicie a una adormecida sociedad de la posguerra con brutalidad, pero nos quedaríamos con San Camilo 1936, por la tragedia coral de los días decisivos de la sublevación,  que nos llega precisamente a través de un monólogo personal, que confiere a la pieza de un toque más humano. Sirva esta entrada y el recuerdo, para tener una excusa con la que abordar su maravillosa literatura, inclasificable. 

PS: El título de la entrada es una frase que soltaba al desgaire Don Camilo cuando entraba en filosofías, si bien nunca aclaró a qué aludía concretamente con ella. Qué cada uno le busque su explicación. Quizá que dentro del azar que subyace en cada fenómeno del universo, luego logre un equilibrio matemático - geométrico, lo que suena a concepción muy árabe.

(1)  Aun cuando nos haya llegado la imagen de un escritor gustoso con la improvisación, tras algunos saltos de mata en los que ejercería de actor, novillero, o censor con el fin de combatir el maldito hambre de la posguerra, por encima de todo eso estaba el autor cuya fe en el trabajo era proverbial. El hombre estaba sujeto a sus circunstancias, aunque con esfuerzo, soslayaría muchas de las penurias que le sobreviniesen, es lo que recalcaba el Nobel a su hijo con machacona insistencia. Claro que anécdotas como la de Santander, no invitan a tomarnos a tan gran literato más que como personaje. Contaba él mismo, que invitado a una conferencia y cuando todavía no era reconocido en el país, se presentaron vestidos de la clerigalla que tanto le espantaba junto a su secretario. Blasfemando por las elegantes calles de la capital cántabra, los viandantes tornaban sus rostros, extrañados por el comportamiento de aquel cura tan poco pío. Cela puede ser el paradigma del personaje que se devora a un escritor genial.


(2) Al parecer, Viola no copiaba ningún cuadro, sino que imitaba la forma de expresarse de grandes pintores - eso lo supieron los Cela más tarde

Comentarios

  1. Buena historia.

    Cela sí era difícil de imitar, en su persona y en escrito. Bueno, de él sólo leí La Colmena, Duarte y un libro de cuentos.

    En cuanto a los cuadros, lo que se imita fácilmente no es tan bueno, así que tampoco perdió mucho. No sé en qué quedaría ese juicio por supuesto plagio suyo a la novela de una señora, por cierto. Ironías de la vida…

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  2. Muy difícil, gran Bonifacio, por no decir imposible. Las "no novelas" como definía la crítica de entonces a las creaciones de Cela, venían a arrollar al lector con una prosa de aluvión, rica en términos, situaciones y descripciones, que se nos han quedado grabadas en la retina. Hablar de posguerra y sobrevuelan en la evocación, pasajes completos de La colmena. Los críticos estaban poco acostumbrados a la deconstrucción en la narrativa, con la que se quebraba el catón clásico de la introducción, desarrollo y desenlace.

    La cruz de San Andrés, que levantó polvareda por entonces, y en la que se intuían párrafos completos copiados. Creo que fallaron en contra del Nobel, pero es una obra sin duda menor. Con algunos resabios del gran Cela, muy atenuados. Yo sin embargo, te recomendaría San Camilo 1936, porque quizá sea una de las novelas más lúcidas de la Guerra Civil. El reloj camina por los tres días que se sucedieron tras la asonada militar, aunque en lugar de una crónica coral, que es lo que según su hijo que leyó el borrador era a lo que iba destinada esta obra, la introducción del monólogo del narrador principal, trastoca esta novela para convertirla en una tragedia universal. Ya sabes, que millones de muertos son una cifra, si bien, el drama de una sola persona nos logra conmover.

    Y una historia que desconocía, pues cuando Cela tuvo sus días de vino y chaqué, parecía de lo más antagónico, es la amistad que le unió al escritor Caballero Bonald, al que admiro por su obra, menos cuando se pone sentencioso. Es curiosa, pero por no hacer sangre - entra en juego la mujer de Cela durante cuarenta años- nos hemos ahorrado el epílogo de la misma, que llenaría páginas y páginas de papel cuché.

    Bonifacio, espero ávido tu próxima entrada. Sabemos que lo bueno se hace esperar, no digamos lo excelente. Un abrazo, y seguimos leyéndonos.

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  3. Gracias Sergio, pero no me llames grande porque me haces más pequeño. Lo de la deconstrucción creo que lo tomó de Faulkner, que inspiró a tantos en eso. Gracias por la recomendación de San Camilo, oí hablar bien de esa novela.

    Me gusta la poesía de Caballero Bonald. Es de los pocos con un barroquismo digerible en poesía (la prosa aguanta más la retórica).

    La próxima entrada "excelente" (o sin excelencia) se va a retrasar un poco, me temo. He estado demasiado ocupado en otras lides.

    Saludos.

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  4. Cuando digo grande es sin ningún afán de desdoro o por exageración.Quizá se ajuste más diferente,porque intentas huyendo de la mediocridad,esparcir pompas de inteligencia y cultura.

    De Bonald,a pesar de su estilo barroco,me sorprendió su narrativa,una faceta en la que le conocía menos.Un abrazo y cuando hay que atender otros campos,esto se vuelve más accesorio.

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