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Los huevos fatales.

" El mayor enemigo del conocimiento no es la ignorancia,sino la ilusion del conocimiento" Stephen Hawking 


Varias cuestiones pululaban por la cabeza de un auditorio, al que la Cuarta Revolución le sonaba poco menos que a alegoría de la Guerra de las Galaxias. A saber, la primera disrupción de la técnica provocada por la máquina de vapor, la segunda llegó con la producción en masa auspiciada en el taylorismo y el fordismo, la tercera debida a las tecnologías de la información ( allá por la década de los cincuenta y sesenta del pasado siglo), y la cuarta y última, es un cúmulo de avances biotecnológicos y de la información en red, que nos promete un conocimiento "más eficiente" de nosotros mismos. Aquí cabe indagar en el Oráculo de Delfos, y en las palabras del poeta T. S. Elliot, que nos advierte que en las sociedades modernas confundimos  "información con conocimiento". Seguidamente nos preguntábamos  si el big data realmente aporta más conocimiento, sin entrar en disquisiciones acerca de lo intrusiva que sea esta tecnología, en su objetivo de lograr dicha información (1). Como siempre, en técnicas tan novedosas, hay un limbo que dependerá de la intención de las partes.  

Luego, volvieron a agitar los mismos mantras respecto a la innovación, en cuanto a que es necesaria en el desarrollo de las nuevas economías, y por una triste asociación de ideas, nos vino a la mente una historia del gran escritor Mijail Bulgakov, cuyas intenciones al escribir Los huevos fatídicos, una obra que abarca el género de la ciencia ficción pero que también por el espíritu socarrón, es una bocanada crítica contra el pragmatismo de los  bolcheviques, que desdeñaban la investigación por claramente  especulativa o por un prejuicio de clase. El genial autor ucraniano se opuso a la mediocridad que en su opinión acarreaba la burocracia soviética, que no quiere financiar experimentos inútiles, aunque a la postre pretenda apoderarse de sus logros como sucede en la historia de su novela (ver estupenda reseña de Ediciones Irreverentes, que sin embargo, no sabemos los motivos pero edulcora o pasa de puntillas por las verdaderas razones por las que  Bulgakov  carga contra los funcionarios soviéticos. ). En todo caso, convenimos con el investigador más perspicaz que nos llamará la atención acerca de esta querencia súbita de las autoridades, que es consustancial a cualquier stablishment independientemente del sesgo político: sólo creen en la ciencia y acuden raudos cuando los logros son más palpables, para ponerse la medalla de protectores del progreso.




Los ofidios se convierten en siniestros protagonistas de Los huevos fatídicos

Como decíamos, nos asomamos con esta novela al fabuloso pretil de la imaginación de Bulgakov, que recreará una atmósfera de lo más irreal, en la que va trufando sus críticas al régimen, que por otra parte le iban a procurar buenos embrollos con la administración bolchevique. No en vano, el férreo Buró cultural prohibirá la publicación de sus obras, si bien gracias a una carta dirigida al propio Stalin,( 2) Mijail logrará un leve resquicio para catalizar su creatividad a través de la dirección del Teatro de Arte de Moscú que le será otorgada por intercesión del gobernante, y durante la cual tampoco se arredrará a la hora de introducir sus famosas morcillas en las obras representadas. Según Vitali Shentalinsky cuando en el gabinete de Stalin alguien protestaba airadamente contra el descaro del escritor, Koba sonreía divertido por las ocurrencias de creador tan libertario. Esta es una constante en la obra de Bulgakov, el recurso a un humor que introduce sutilmente (  ver reseña que hicimos de Shentalinsky y su afamada trilogía )



Stalin, pese a la persecución que sometió al
propio Bulgakov, sentía una debilidad por este
escritor, al que no castigaba tan severamente
como a otros. 


Los huevos fatídicos no va a ser una excepción, y el literato nos instila perlas contra la ineficiencia del bolchevismo y la pugna de este sistema por mostrar al exterior de manera ridícula, una superioridad de la que los funcionarios con las adhesiones más inquebrantables , ni siquiera toman como ciertas ni tampoco participan . Por ejemplo, un equívoco que se encuentra en el origen para que la situación en la novela se desboque con el malhadado rayo rojo, es la confusión de los huevos que llegan al soljov y cuyo tamaño, ¡ son enormes! no extraña al encargado público de esta granja colectiva.A fin de cuentas, los alemanes producen con mayor abundancia, mejor  calidad, y tamaños muy superiores a los de la madre patria, lo que es asumido por todos en el orden cotidiano. 

Tratemos de imaginarnos el contexto por el que fluye la trama. Una crisis sanitaria sacude  la República, y acaba con toda la producción avícola. Un rayo rojo que mediante un juego de lentes es capaz de acelerar exponencialmente la reproducción de amebas . ¡El milagro de los panes y los peces! ¿O de los panes y los pollos en este caso?  El experimento se encuentra en una fase embrionaria, pero la necesidad del sistema va agilizando los trámites para que Persikov, el descubridor del prodigioso rayo, emplee su haz milagroso en recuperar la producción avícola cuanto antes. Sus personajes también son hilarantes, como este Persikov, que sorprende porque sus cajas destempladas resultan muchas veces cómicas. En realidad, su despacho se ha tornado en una suerte de camarote de los Hermanos Marx,tras la publicidad que experimenta el hallazgo del haz fantástico.

Aquí otra vez la pluma sarcástica de Bulgakov lanza más andanadas, por la hiperbólica prensa oficial que convierte su incipiente descubrimiento  en un fenómeno mundial.Quizá Los huevos fatídicos no fuese su obra más redonda, aunque tiene guiños de ciencia ficción, con aquellas criaturas de tamaños fantásticos, y es que este autor tiene auténticas obras maestras del surrealismo como El maestro y la  margarita, Morfina o La guardia blanca, que casi pudo arramblar con su vitola de intocable, ya que exaltaba el valor de unos combatientes del Ejército Blanco que luchaba en su Kiev natal contra el Ejército Rojo , recordemos que creado por Trosky en plena Guerra civil rusa. No nos olvidamos de su desternillante Corazón de perro.


El público adoraba a Bulgakov, por su humor
irreverente y una calidad literaria abrumadora. 

(1) En otro lugar hablamos de la cuestación de unas damas de la alta sociedad británica, que pretendía  sacar a Elliot de su oficio de banquero y que se dedicase a las musas. Sin un ápice de arrepentimiento, Ernest Hemingway se bebió parte del dinero recolectado, como reconoce en su obra autobiográfica París era una fiesta.

(2)"Considero que, como escritor, tengo el deber de lucha contra la censura, me refiero a cualquier tipo de censura ejercida por cualquier tipo de gobierno. Asimismo, tengo la obligación de defender la libertad de prensa. El escrito que afirme y trate de probar que puede seguir escribiendo en donde no existe la libertad de creación, es como el pez que declarara públicamente no necesitar del agua para seguir existiendo." (Carta a Stalin. De Mijail Bulgakov En El poder de la palabra en la página web de cultura El poder de la palabra).

Esto nos da idea de la bravura de un escritor, que no se postraba de hinojos cuando tenía que defender sus ideales, pese  a que su alrededor no viese más que un paisaje desolado, en el que los mejores escritores, si no se adherían a la dictadura del proletariado, eran purgados sin compasión. Hay una anécdota apócrifa, en la que uno de los censores muestra un párrafo de Bulgakov al fiero Stalin, que comienza a carcajearse irrefrenablemente con el chascarrillo del genial literato,por lo que al censor sólo le cabe partirse de risa.Quizá descubrirse frente al ogro el sentido de humor de Bulgakov.

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