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El reino Balcells.

Erase una vez una princesa marchita por las llagas del tiempo, que había rendido además a sus pies, gracias a una personalidad arrebatadora, a las plumas más eximias del fenómeno de la literatura hispanoamericana. Un boom que creció en sus manos, e insistencia, porque sustrajo del manual de las preocupaciones de los creadores cualquier conjetura o problema, que trascendiese del mero hecho de escribir. Una idea que parece obvia en nuestros días, cuando las grandes plumas lucen como starlettes, pero que hasta la irrupción de Carmen Balcells habría sido calificada de revolucionaria ( el lanzamiento de la última aventura de Carlos Ruiz Zafón que cierra el ciclo de La sombra del viento parecía el advenimiento de una nueva literatura, por la fanfarria que se gastó la editorial). Los editores pensaban que a pesar de que el producto fuese bueno, el periplo a las prensas y la distribución tenía que ser un camino lleno de asechanzas, con el objeto de que al artista se le bajasen los humos. ¡ No bastaba con escribir una  novela formidable ! Aquel tránsito penoso hasta las librerías, confería a los editores un poder inusitado de cara a afrontar las negociaciones y así colar de matute unas cláusulas, donde se hallaban las fórmulas más maquiavélicas con las que explotar al creador. 

Con la señora Balcells, se acabaron aquellos partos tan duros. ¡Afuera las preocupaciones! Los royalties que se cobraban según la conveniencia del editor de turno, estarían a partir de entonces bajo la estrecha vigilancia del agente literario, figura que como decíamos no existía en nuestra España, y cuya ausencia sembró de recelos las relaciones entre editores y escritores, para perjuicio de ambos (1). Raro era el autor que profiriese alabanzas si no estaban entrañadas de hiel contra su editor. Son memorables en este sentido las páginas de Cansinos Assens, Novela de un literato, un "auténtico vergel" de anécdotas de nuestra literatura de la primera mitad del siglo XX, , de cómo casi disfrazados de detectives, algunos autores descubrían con perplejidad que el malévolo editor había lanzado ediciones especiales de su obra, de las que desconocía su existencia y de las que que por consiguiente no iba a cobrar los derechos correspondientes. Hablamos de los años treinta del pasado siglo, y hasta la irrupción de Carmen Balcells, la situación no iba a modificarse en exceso. Las relaciones eran de lo más descarnadas, y buena culpa de ello, habría que achacársela a los contratos leoninos que se firmaban y en aquellos casos de editores obtusos, que querían hacer cumplir su capítulo de cláusulas a rajatabla, lo que supuso una verdadera merma a la creatividad. Los escritores preferían dejar de escribir o mejor dicho de publicar, a fin de no llenar los bolsillos de su odiado mecenas, con el que algunos de ellos se habían comprometido de por vida. 


La inspiración desciende sin cortapisas, ni sobresaltos
por la letra menuda del contrato que le une al editor.
 Su ángel de la guarda o agente literario creado por Balcells,
 vela por sus intereses.
Gentileza de Pixabay


En Hispanoamérica la situación era mucho peor, porque ni siquiera existían los editores especializados en literatura. Las series que se editaban de obras literarias tenían carácter único, y por tanto, había que buscar por un lado la financiación y por otro, la linotipia más económica. Juan Carlos Onetti sabedor de estas penurias, aclaraba en sus entrevistas, que las diferencias entre la fecha de escritura y publicación en Argentina y Uruguay, por lo que el conocía, no obedecían a la inventiva de los autores, que acomodaban sus creaciones a capricho. Con maledicencia comentaban en los cenáculos literarios que algunos por pasar por autores de vocación temprana, alteraban las fechas de composición ( casi todos ellos, tenían el folletín infumable escrito a unos infatuados catorce años, que por supuesto ya avanzaba al gran novelista y si nos lo piden, daremos nombres). Aunque como explicaba el artista uruguayo creemos que a modo de eximente, tú escribías una novela y luego comenzaba la aventura de buscar financiación pero casi al mismo tiempo la imprenta, que se hiciese cargo de la impresión. Más tarde llegaba la todavía más enojosa tarea de buscarte los canales de distribución. Con cara lastimosa Don Juan Carlos se colgaba de los anaqueles de las librerías más importantes bonaerenses y montevideanas para colocar el producto ¡ ya impreso! de sus desvelos. Por lógica, podían discurrir mínimo dos años hasta que el bien cultural llegaba a las manos ávidas del escritor. 

Cuando apareció en escena José Bernardo Juan Losada en Argentina en el año 1928 como representante de Espasa Calpe, las cosas comenzaron a cambiar radicalmente (apunten este nombre los compatriotas, puesto que iba a revolucionar el mundo de las letras en Argentina y sus esferas de influencia en el orbe cultural). La Guerra Civil española le obligó a exiliarse también editorialmente, puesto que rompió amarras y se produjo el cisma con la casa madre, que se había declarado o publicado algunos ensayos que para Losada apoyaban el Golpe. Entonces fundó la Editorial Losada, que se convirtió en el altavoz de buena parte de la Generación del 27 y cuyo catálogo estuvo prohibido durante mucho tiempo por la dictadura. No es casual por ende, que muchos representantes de dicha generación emprendiesen el periplo a Buenos Aires, donde les aguardaba el cálido recibimiento de Losada (como recordaba Don Francisco Ayala en sus memorias). De esta guisa, gracias al oficio de Don José Bernardo Juan -suena  a personaje de telenovela- todas aquellas abnegadas tareas de escritor a las que se refería Onetti, quedaron aparcadas para que los autores se centrasen únicamente en escribir. Este editor, un anarquista de alma caritativa, buscaba el trato justo y no exprimir a sus autores. 


Proverbial Losada, en la historia latinoamericana de las letras
De LarinOtorrino - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0,
 https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=30537105


El siguiente paso, que fue necesario para que los escritores se centrasen tan sólo en el repiquetear de las Underwood (2) y no dependiesen de la bonhomía de sus editores,  ejemplo de Losada, sería la llegada de Doña Carmen. Segura de sus pasos y de lo que le depararía el futuro, una vez llegó  un cliente  a su oficina de Santa Fe con unos libros que quería publicar sobre maquinaria, y adivinó el filón  en la literatura - tenía en la astrología uno de sus fetiches, incluso para los lanzamientos de novelas importantes, consultaba la ubicación de los astros . Ella que había sido muy novelera, y tiraba hacia su madre, más cultivada en un entorno de la Cataluña rural, encaminó su carrera hacia el mundo editorial. Cuentan que colaboraba con la potente Editorial Seix Barral, cuando Don Carlos cansado de los disgustos que le provocaba el dinero en sus relaciones de amistad con los escritores de la editorial, pidió a Doña Carmen que le llevase las cuentas y negociaciones, que con tanto regateo extenuaban al patriarca del grupo, momento en el que tuvo el fiat lux. La señorita Balcells había concluido  que más desamparados se encontraban los escritores frente a los editores, que con sus ejércitos de leguleyos tejían laboriosos laberintos jurídicos, con infinidad de cláusulas que atrapaban a los artistas. Un día después pidió reunirse con Carlos Barral porque le explicó que iba a ejercer como agente literario pero de los escritores. Sería una figura contrapuesta al editor en las relaciones contractuales. Carlos, observando el ardor  de la joven, dejó que se largase con su idea, pensando quizá que se tratase de un brote efímero de genio, y que regresaría en cuanto se diese el primer trompazo. No obstante, negoció a cara de perro cada contrato con su antigua empleada. Todo esto lo cuenta con su facundia y prosodia habitual, el enorme Mario Vargas Llosa.

Sin embargo, la Balcells, cogió carretera y manta, y se recorrió España, primero Cataluña, convenciendo a las plumas que le hubiesen llamado la atención, para que fuesen sus representados. Cuenta el último Premio Cervantes Eduardo Mendoza - de prosa gongorina más que cervantina, aunque de literatura excelsa- que aquella joven rozagante le hizo una oferta para gestionar sus derechos de autor y representarle frente a las editoriales. ¿Para qué, si su Verdad sobre el caso Savolta marchaba sobre ruedas y se vendía sola? Craso error, dado que la obra comenzó a crecer con ramificaciones como la hidra: guiones para películas, traducciones en el extranjero, de tal forma que al cabo de unas semanas, suplicó a la señora firmar para que domase aquel caudal inabarcable que le iba a producir muchos quebraderos de cabeza especialmente con las Haciendas de los respectivos países donde se vendían los ejemplares de la misma ( en nuestros días, diríamos que la obra del gran Mendoza se había viralizado).  El resto de la historia es conocido. La primera agente literaria de los escritores acude a América, " su destino era América" como afirmaba pomposamente, para firmar a las estrellas que despuntasen en aquel firmamento de las letras, con un mercado achicado. 

Su logro fue que abrió paso, multiplicó las redes de distribución, para que el talento de aquella generación denominada del boom latinoamericano, no conociese límites. Habían tenido un éxito relativo - excelente acogida de las críticas- pero las series eran tan exiguas, así le pasó Mario Vargas Llosa que había escrito tan sólo una novela de gran talento aun cuando de muy escasa difusión. Entonces firmó con Doña Carmen y estalla como gran autor, lo mismo es extensible para Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti(3) y otros autores que vinieron después, como Isabel Allende. Como dice la autora chilena en el Imprescindibles de RTVE dedicado a Carmen Balcells, gracias a la labor de esta señora catalana la distribución de obras en Latinoamérica dejó de ser tan fragmentaria, y el lanzamiento editorial no se circunscribía a un país. Antes de Balcells, si querías leer por ejemplo a Rómulo Gallegos, necesitabas trasladarte a Venezuela para adquirir un ejemplar.  No había vasos comunicantes entre las diversas literaturas del planeta latinoamericano hasta la irrupción de la catalana. 

Así la generación postrera de la chilena Allende, pudo leer a ese primer filón, al ser las ediciones para todo el continente y no confinadas a un país o incluso región, como ocurría en Brasil. Isabel Allende tuvo esa notabílisima influencia, por lo que cabe decir lo que barbotó en su momento Isaac Newton" Si he logrado ver más lejos, es porque me he subido a hombros de gigantes". Y hablando de planetas, Barcelona se tornó merced a su tarea de mecenas(4), puesto que trasponía las barreras de la tradicional representación, en la Meca de la literatura en español, a la que había que acudir si se quería tener aquel marchamo mundano que antaño procuraba París. Era bastante común ver pasear por las ramblas a Jorge Edwards, Octavio Paz, Antonio Skarmeta, Álvaro Mutis. Allí trabaron amistad muy fecunda dos grandes de nuestra literatura, Vargas Llosa y Márquez, relación que acabó estrepitosamente por causas de celos y alcoba y no de ideología que también les abismó. Don Mario con su apostura, tenía las hechuras de galán de película, y siempre ejerció de pisaverde que conquistaba hasta al más pintado. 


La impetuosa Carmen Balcells iba a revolucionar
 y galvanizar con sus ideas el sector editorial
 del español en el mundo
De Elisa Cabot - https://www.flickr.com/photos/
76540627@N03/7822342062, CC BY-SA 2.0,
(Wikimedia commons)



 (1) Lo que iba en claro perjuicio de ambos por no decir de todos, incluso los lectores. No en vano, contratos de exclusividad que se firmaban de forma leonina, y que llevaban al autor a publicar a través de la firma de un familiar, o simplemente no publicar, puesto que consideraban que la relación contractual estaba viciada. Así, todos perdíamos, salvo que el editor que tenía el peso de la ley en sus manos, se aviniese a mejorar las condiciones del autor. Recordemos el caso de aquel escritor sudamericano que viajando a dar una conferencia y dándose una vuelta por las postrimerías de su hotel, entra en una librería donde aparece una de sus obras como un gran lanzamiento en Francia,  del que no había tenido constancia. Eran los años cincuenta. Cuando fue a protestar por semejante tropelía, le recordaron en la oficina del editor que la cuarta cláusula cedía íntegramente los derechos de explotación en el extranjero a la casa editorial, porque acarreaban un coste superior al de las ediciones en suelo patrio.

 (2)  Generalmente eran la marca preferida, como la manzanita que brilla con orgullo en los gabinetes de los letratecnólogos. Mark Twain fue el primer autor en pasarse a las máquinas de escribir, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta, que aparte de inventar personajes, también se las ingeniaba para llevar a la práctica ideas muy interesantes como innovador.  En La Isla del Segundo Rostro, una obra fabulosa, quizá la mejor del siglo XX, Thelen nos ilustra con su sapiencia cómo llevaban a cabo su tarea de alumbrar literatura los distintos genios, manías que podrían sorprender. Hemingway tenía su famosa pata de conejo, por ejemplo. O autores que preferían una mesa tan exigua, donde la máquina de escribir apenas cabía y con movimientos torpes, venirse abajo con todo estrépito. 

(3) Algunos escritores como Onetti, recibieron los influjos de este fenómeno de soslayo, otros como Ernesto Sabato a regañadientes, por ese prurito bonancible de anarquista que llega por méritos propios a las más altas cotas de la literatura ( y del pensamiento, pero el argentino, un científico más que brillante, abandona la investigación atraído por las musas del surrealismo, y merecerá una entrada de nuestro Azogue más adelante). Julio Cortázar sin renunciar a las etiquetas de movimientos, hablaba de su magnífica obra como si fuese la de un "amateur" y por tanto le costaba adscribirse a semejante fenómeno. 

(4) Ella, Carmen Balcells, decía humildemente que debía agradecer a sus escritores el talento, a cuya sombra portentosa había podido admirar y vivir espléndidamente de una actividad que le apasionaba, la literatura. Desde que comenzó a rubricar  a las primeras lumbreras literarias, hasta cuando con la agencia asentada, le llegaba un joven editor bisoño temoso por tener que vérselas con la gran mujer, siempre supo compartir la gracia de sus escritores. Recordaba especialmente entre los suyos, a dos de nuestros grandes como son Juan Marsé y el desaparecido Manuel Vázquez Montalbán, cuyo Carvalho hemos gozado en tardes lluviosas. Marsé recordaba la primera vez que se topó con una mujer que se desternillaba con su madre, mientras mojaban los dulces en el té, Quién será, pregunta que se dejó de barruntar cuando la joven agente literaria posó sus ojos en él, que empapado de cigarrillos y con el aroma inconfundible del tabaco, no pudo salir de su estupor. Preguntas certeras, sin florituras, que ocultasen el verdadero interés. Su firme convicción le hizo firmar por aquella agente literaria que desbordaba confianza, y que parecía salida de una pagina novelesca, para ayudar a un autor, al que su primera novela le había supuesto una larga procesión por las distintas editoriales.

Comentarios

  1. Buena semblanza de Carmen Balcells, a la que Vargas Llosa llamaba "Mamá grande". La histórica indefensión de los autores y sus contratos leoninos, da para un ensayo más largo.

    Ahora con Internet se está produciendo algo parecido, con las editoriales online que prometen el oro y el moro a los autores noveles, pidiéndoles que paguen ellos mismos la edición por adelantado, entre otros chanchullos.

    Pero bueno,ese es otro tema.

    Saludos.

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    1. Es un tema largo y farragoso de abordar. Personalmente me produjo numerosos desencuentros en el pasado y mis andanzas fueron tan precarias y embarazosas, que me desengañaron durante un tiempo. Quizá algún día cuente aquellos tropiezos, dado que muchos tenemos muescas que contar en este ámbito.
      Sin embargo, como cuentas, no hemos mejorado mucho. Sobre todo en la base, los escritores consagrados gozan de mayores comodidades. No era así hasta la llegada del editor Español Losada, que se independizó de su casa Matriz por temas ideológicos, y que como relataba con su habitual prosodia el maravilloso Juan Carlos Onetti, antes de llegar Losada a Buenos Aires, hasta las principales figuras se tenían que financiar la primera edición, buscar una linotipia – no había ninguna que estuviese especializada en la edición de libros- y la editorial te asesoraba si acaso en temas de un buen “enmaquetado” y poco más. Luego comenzaba la odisea para el escritor, que una vez impresos, tenía que colocar los ejemplares en las librerías, que se convertían en las benefactoras de los esforzados autores. Para el uruguayo que era un tímido recalcitrante, éste era el estadio en el que tropezaba con sus pudores personales y el más costoso, no en términos económicos. Cuando superabas la primera edición, es cuando las editoriales se implicaban algo más en la cadena de valor literaria. Onetti los regalaba pródigamente aunque saliesen de su propio peculio. Me recuerdan a esas empresas que en el crack del 29, tras declarar su bancarrota, tenían su balance lleno de acciones de autocartera. Un saludo y nos seguimos leyendo. Entramos en semana en la que voy a dar una segunda versión del cuento de Mario.

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