Aun guardaba en sus ojos develados por la
tristeza, los lacónicos campos alemanes. Con el traqueteo del tren y su
apaciguado discurrir, trató de acumular en sus retinas todos los detalles,
porque con el aliento de los nazis que la perseguían por su doble condición de
judía de izquierdas, Gerta, se temió que no volvería a su querida Alemania.
Aventados sus derechos como comunidad desde las Leyes de Nuremberg y mucho antes, ella creyó el momento de la retirada
para luchar en la distancia por su patria. Fue entonces que la colosal urbe
parisina se abrió maternal a su inmensos anhelos de construir algo grande,aunque todavía impreciso. Vagó sin destino con
su maleta de cartón prensada, hasta que conoció a una muchacha con sus mismos fines y con la que iba a compartir apartamento. Había que comenzar en
cualquier caso por la subsistencia.
Largos paseos por el Jardín de Luxemburgo,
o desde la distancia una mueca admirativa mientas contemplaban el Arco del
Triunfo: las compañeras de apartamento se patearon la ciudad de arriba a abajo. Ella, una muchacha rubia
pizpireta, que había soñado con ser como Greta Garbo. Por supuesto, le habían llamado la atención las
fotografías de la diva con el león de la Metro Goldwyn Mayer o las piruetas de
Chaplin,mientras se debate en la subsistencia,y la miseria les llevaba a ahorrar
hasta en lo más exiguo para ir al cinema.Fue cuando se topó con un apuesto joven húngaro, que llevaba
colgado como ornato una cámara fotográfica. El muchacho tenía algo de
primigenio y muy apuesto. Sus rasgos agitanados y su cuerpo atlético de bravucón,
no se compadecía de una timidez, que logró vencer un día para asediar a la
bella Gerta. Poco a poco aquella relación en la que él le enseña los gajes de
los oficios de la fotografía, va cuajando.
La nueva pareja amorosa y profesional va tirando a duras penas con el
acuerdo casi institucionalizado por el que las revistas pagan a cincuenta
francos la instantánea publicada a cualquier profesional. El jodido húngaro guarda en su mirada arriscada muchísimo talento,
pero hemos de recordar que en aquella época los reporteros gráficos como se les llamaba, son una nube
nutridísima de aspirantes a ganarse la vida y por tanto es difícil desmarcarse de los ineluctables cincuenta francos. Sin embargo, André se juega los
bigotes con cada toma de una imagen. No es difícil verle entreverado con los
manifestantes mientras diversas cargas con fuego entre contrarios(1) y aún a riesgo
de su vida, capta fotografías en movimiento que reflejan el desgarro de la
sociedad gala, que se abría como dos aguas eternas y separadas por la temida
hiel de la ideología que no sólo cosifica al contrario, sino al que no coincide
punto por punto con uno. La Croix de Feu particularmente no se arredra en esta limpia necesaria de elementos peligrosos ideológicamente y como decíamos, la ultraizquierda le va a la zaga, sin rehuir el choque.
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La cosa es que a pesar de los logros en la profesión de
André, pues va colocando fotografías una
tras otra en los distintos semanales, su caché no crece de los manidos cincuenta francos. Gracias a ellos es verdad que tienen una economía saneada, pero en las tertulias que se conforman entonces espontáneamente no es difícil escuchar barbotar a un Picasso, a un Aragón, todos llenos de una grandeza que conmueve al auditorio (añadimos que un gran magisterio en lo que se destaca no tiene porque venir acompañado de grandeza en cualquiera de los otros actos de la vida, pero debe conmover escuchar a un gran pintor, suponemos). Entonces, a la
maquiavélica joven judía,ansiosa de grandeza, se le ocurre la famosa impostura. Inventan un
personaje mítico, Robert Capa, perteneciente a la floreciente aristocracia del dinero
americana(2).
Es un fotógrafo prestigioso, con una buena cuenta corriente, por lo que cuando se arriesga por una fotografía, se está jugando en realidad el prestigio profesional. Los medios gozosos sueñan con contar con una instantánea del afamado artista- en realidad André- es así como nace el famoso Robert Capa, el gran monstruo de la fotografía internacional en el siglo XX, con un caché de doscientos francos por cada una de las instantáneas colocada. Él será el primero de los reporteros gráficos en desembarcar en Normandía con las tropas americanas, o el que retrató al famoso miliciano republicano en Cerro Muriano, Córdoba. También conocemos el dramático final de la pequeñita y hermosa Gerda a la que no le acobardaban el rugir de la artillería ( en este enlace se trata la polémica de lsa fotografías que se hicieron a la otra Greta una vez muerta, ¿la cazadora cazada? http://elpais.com/diario/2007/10/27/babelia/1193439968_850215.html). Ella creía fielmente en lo que pensaba y sobre todo en lo que inventaba. Digamos que André cada vez se separó más de Gerda y se acercó al personaje que su partenaire había creado y llegado el momento se transmutó en Robert Capa como el actor esquizofrénico que revive sus personajes de forma completamente real . Quizá André quisiese huir de lo que fue y subirse a al pedestal de Robert Capa al que todos admiraban. La sociedad necesita héroes como recordamos de la magistral pieza cinematográfica Quién mató a Liberty Valance, independientemente de quién desempeñe dicho rol.
PD: Por último recomendaríamos la novela de Susana Fortes, Esperando a Capa, que narra con gran hondura psicológica el personaje de Gerda Taro. Un retrato muy ameno y con el oficio de una buena literatura, pues la veterana escritora, cuida el lenguaje y se agradece mucho en tiempos donde el fondo se ha comido la forma.
Es un fotógrafo prestigioso, con una buena cuenta corriente, por lo que cuando se arriesga por una fotografía, se está jugando en realidad el prestigio profesional. Los medios gozosos sueñan con contar con una instantánea del afamado artista- en realidad André- es así como nace el famoso Robert Capa, el gran monstruo de la fotografía internacional en el siglo XX, con un caché de doscientos francos por cada una de las instantáneas colocada. Él será el primero de los reporteros gráficos en desembarcar en Normandía con las tropas americanas, o el que retrató al famoso miliciano republicano en Cerro Muriano, Córdoba. También conocemos el dramático final de la pequeñita y hermosa Gerda a la que no le acobardaban el rugir de la artillería ( en este enlace se trata la polémica de lsa fotografías que se hicieron a la otra Greta una vez muerta, ¿la cazadora cazada? http://elpais.com/diario/2007/10/27/babelia/1193439968_850215.html). Ella creía fielmente en lo que pensaba y sobre todo en lo que inventaba. Digamos que André cada vez se separó más de Gerda y se acercó al personaje que su partenaire había creado y llegado el momento se transmutó en Robert Capa como el actor esquizofrénico que revive sus personajes de forma completamente real . Quizá André quisiese huir de lo que fue y subirse a al pedestal de Robert Capa al que todos admiraban. La sociedad necesita héroes como recordamos de la magistral pieza cinematográfica Quién mató a Liberty Valance, independientemente de quién desempeñe dicho rol.
PD: Por último recomendaríamos la novela de Susana Fortes, Esperando a Capa, que narra con gran hondura psicológica el personaje de Gerda Taro. Un retrato muy ameno y con el oficio de una buena literatura, pues la veterana escritora, cuida el lenguaje y se agradece mucho en tiempos donde el fondo se ha comido la forma.
(1) No es difícil que con ignorancia
supina, achaquemos al gobierno de Blum de indolencia con la República. Cabe
recordar dos hechos, que el país estaba profundamente dividido ideológicamente
y con grupos armados, predispuestos a resolver sus rencillas con fuego. Estaba
por un lado, la extrema derecha representada por la Cruz de Fuego y enfrente
una amalgama de ultraizquierda, que preferían el fuego redentor de las armas
para lavar a su patria de los males que siempre representaba el otro. La
violencia no se circunscribe a estos extremos, sino que lentamente va anidando
y reproduciéndose en cada una de las capas de la sociedad gala. Muchos
editoriales pensaban entonces que Francia se abocaba a una guerra. En segundo
lugar, la estrategia seguidista de una Gran Bretaña que no quería inmiscuirse
en conflictos ajenos aun cuando el agujero negro de la guerra arrastraría a
dicho país con una lógica incontestable.
(2) En aquella época los ricos
americanos venían a Europa de grand tour como los ingleses o a desposar jóvenes
patricias para que por su descendencia fluyese algo de la nobleza aparte del
vil metal, por lo que recrear la imagen de un rico americano tenía fuerza
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