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Tempestades de acero



Huelga decir, que el inusitado entusiasmo y la capacidad de aprehender el espíritu de los tiempos de Stefan Zweig nos transportó al período finisecular del XIX y a los primeros albores del siglo XX, pero que Ernst Jünger, personaje controvertido por su belicismo, representa como nadie el ardor de la guerra y al combatiente alemán, que se dirigió atolondrado e ilusionado al frente Occidental, en 1914. En Tempestades de acero, que es su primera novela y que hemos escogido para comentar en esta entrada, nos habla de una brillante generación que escuchaba las historias de sus abuelos como letanias insanas, porque no avizoraba aventuras con las que proclamar su heroicidad. Recordemos que el último enfrentamiento serio en el continente había tenido lugar hacía más de cuarenta años, en 1870, y del cual se derivó la pérdida de Alsacia y Lorena por parte de Francia, que en el imaginario de este país había alentado las ganas de una revancha, que parecía más lontana  de lo que realmente fue. Asimismo, numerosos libros(1) voceaban la buena nueva de la Humanidad, que había logrado los máximos estándares de la civilización con los que resolvería los problemas habidos entre países, en foros de discusión multilaterales(2).  En suma, el progreso se había erigido como Pantocrátor, que tutelaba una época conocida precisamente como la Belle Epoque



En este contexto se entiende mejor el eco que lograron las andanzas de un  rozagante Winston Churchill, que con la sed de aventuras típica de toda una generación europea que no entendía de fronteras, buscó sus hazañas lejos del cómodo hogar de un patricio británico. El periplo como corresponsal del The morning Post en la Segunda Guerra Anglobóer, donde se incluye una huida de un confinamiento,  le lanzaría en su país como un nombre a tener en cuenta. Esta efusividad le acarrearía en el futuro grandes disgustos como el Desastre de Gallipoli, que haría declinar su estrella, sólo momentáneamente como sabemos(2), ya que en otras ocasiones le llevó a resistir hasta el último gramo de sangre, cuando la partida parecía más que perdida.



Novela muy exitosa que inspiró
el nacionalismo de entreguerras.


 
Amén del ansia de aventuras de la juventud europea, en los diarios de Jünger - germen de sus obras más conocidas -  las marchas marciales tronaban junto a los aires de fiesta de la muchedumbre, que rociaba de flores las guerreras de unos sumisos soldados imperiales. Ellos esforzadamente mantenían el frenético diapasón del paso de oca, mientras hacían los honores a las poblaciones por las que discurrían en dirección al frente. No es difícil evocar algunas escenas de Tempestades de acero, que destacan precisamente por un lirismo y unos tintes belísonos que nos dejan patidifusos, debido a la hermosura que destilan en medio de tanta barbarie: así la sangre de los adversarios se torna el rocío carmesí de unos campos de batalla que parecen lunares o asoman en estrofas, los bellos cuerpos de los compañeros rosigados por la metralla de las shrapnel, en un escenario que a pesar del horror, nos hiere por su épica.

Aun cuando se prodigue con algunas efusiones de bardo, si por algo destacaron las narraciones del pensador alemán, fue porque reflejaron fielmente la crudeza de las estampas bélicas, sin más ornatos. El soldado siente las garras del sueño que perforan sus párpados, y más que el romanticismo de una epopeya humana, nos invade a los lectores la molicie de las trincheras, las condiciones infrahumanas con las que conviven la soldadesca: un suelo legamoso, greda agrietada cuando se seca, por la que era difícil mantenerse en pie. Como el mismo autor insistió en repetidas entrevistas, él no exaltaba el hecho bélico en si, sino la tragedia humana y el heroísmo del combatiente. Sin duda, Junger inaugura en los años 20 y con Tempestades de acero una senda de realismo en el género bélico, donde había predominado hasta entonces el romanticismo, tan ajeno a la realidad de la lucha. No esconde vocablos malsonantes, comunes en el día a día de la batalla. Por este cúmulo de razones, atrajo a numerosos jóvenes del período de entreguerras y por supuesto a excombatientes, que se identificaron con sus vivencias noveladas. 

Sin embargo, Tempestades de acero tiene un inmenso valor histórico, aparte del intrínsecamente literario, pues inspiró con su crudeza a muchos nazis y cautivó especialmente a un Hitler que quiso sumarle a toda costa a su causa. De ensueño hubiese sido  contar con el trovador de la Gran Guerra y encendido patriota, sin embargo, Jünger  repudió a los nacionalsocialistas por su maniqueísmo y antisemitismo enfermizo. Como veterano de la Gran Guerra chocaba con la concepción nazi  del enemigo, en cuanto a maldad encarnada a la que sólo cabía exterminar.    Ernst sin duda se había conducido como un luchador caballeroso, de hecho no odiaba a su adversario, que se hallaba en su misma tesitura, obligado a matar como un acto supremo de supervivencia.  





El león inglés estrenó sus ansias de aventuras,
copando titulares por su hazaña africana

 Coda: Jünger tomó el título de un poema de la épica islandesa para ilustrar sus intenciones nada más asomar el lomo de Tempestades de acero en los anaqueles y para que no nos llevásemos a equívocos. ¿Quién no evoca entonces la lluvia que no cesa de proyectiles  de la Primera Guerra Mundial? Por cierto, Jorge Luis Borges fue un inquieto estudioso de la literatura islandesa, ¿qué no atraería a este Polifemo de la cultura?



 (1)  Nos provocan la hilaridad estas muestras de ingenuidad como el famoso El Fin de la historia y el último hombre de Fukuyama, que proclaman gozosas el nacimiento de una nueva Humanidad más civilizada y ajena a la conflictividad del pasado. En los primeros años del siglo XX no se habían creado las organizaciones multilaterales que hoy conocemos, pero sí tejido asociaciones y vínculos entre países muy interesantes, como la que reunía a los estados en torno al telégrafo, o la Cruz Roja, que servirían de experiencias para entramados más complejos, como el que pergeñaría el culto y utópico Presidente de los EEUU en Versalles, Woodrow Wilson.

  (2)  En la Conferencia de Algeciras (1906) Francia e Inglaterra, aliadas desde el incidente de Fachoda, habían conjurado la amenaza de la Weltpolithik del Kaiser Guillermo II: había espacio para el diálogo en el concierto internacional. Para que el fino equilibrio de la paz no dejase de ser un sortilegio, El Canciller de Hierro, Von Bismarck jugó un papel importante hasta 1890 . Cuando su brillo se apagó en la política teutona, Guillermo II fue subiendo peldaños en la escalada de tensión, con el objeto de reclamar para la Gran Alemania el lugar que creía que le correspondía en el mundo colonial. No olvidemos que los alemanes habían llegado tarde al reparto colonial como país de reciente fundación.
  
  (3)Durante aquel ostracismo político,Churchil descubrió y desarrolló sus habilidades como pintor. De tendencia depresiva, el bueno de Winston encontró en la pintura una forma de sumirse en una deliciosa atmósfera creativa, que le ayudaba a olvidarse de sus problemas. Por otra parte es curioso cómo dos enemigos acérrimos, Hitler y Churchill, compartieron vocaciones e incluso galardones. Hitler Premio Nobel de la Paz y Winston, por sus maravillosas memorias que dictaba con lenguaraz facundia, el Premio Nobel de literatura.

Comentarios

  1. La Gran Guerra, cómo ya se sabe, fue fundamentalmente una guerra rural de posiciones (creo que ninguna ciudad importante europea fue destruida).Es admirable como Jünger fue capaz de destilar de ese “largo túnel lleno de sangre y oscuridad” (la metáfora es de André Gidé) alguna de las páginas más bellas y estremecedoras de una época terrible cuya generación no podían darse el lujo de ser misericordiosa. Mirado desde el cómodo siglo XXI, ese conflicto causa una sensación de futilidad, de matanza de los inocentes.
    Excelente recomendación Sergio. Como siempre, un placer leerte.
    Un abrazo!

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  2. Muchas gracias por tu brillante comentario.Curiosamente he leifo las grandes novelas de Gide,del que se decía que no tenía ninguna obra magna,que había que leer toda su obra y que era en su conjunto,en todas y cada una de ellas,donde nos topabamos con el gran escritor.Supongo que habrás leído sus memorias,preciosas por la ardorosa batalla que libro consigo mismo.Sobre el moridero de la Gran Guerra,la primera de las matanzas mecanizadas,la has definido perfectamente.Da gusto leerte de nuevo.Un abrazo y feliz retorno,Marybel.Echábamos de menos tu voz tan diferente al resto y brillante.

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