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Un hombre sin atributos.


Al hilo de una obra de Enrique Vila-MatasDublinesca,  y las memorias del prolífico editor Mario Muchnik, nos habíamos adentrado en la anterior entrada casi sin regomello en el devenir de la literatura y si en cualquier caso, el formato electrónico, por el que claman en contra numerosos autores, no es más que un cambio de presentación y lo mismo que implica amenazas para el creador – la fementida piratería- también puede ser una oportunidad por su capacidad de tocar más puertas, esto es, permitiría una mayor difusión de su trabajo. A Don Mario, soñador de distopías, más que la velada incertidumbre que se cierne por los usos que los lectores hacemos de los contenidos en formato electrónico, le inquietaba nuestra molicie, más en concreto la de las nuevas generaciones y no tan nuevas, a las que tanto nos gusta cacharrear con las tecnologías. En el pecado llevaremos la penitencia parece sugerir el agostado editor, porque semejantes omisiones en el ámbito de nuestra cultura, nos iba a conducir a un vaciamiento y lagunas no sólo de índole intelectual, sino que el producto cultural que es el que él ofrecía con singular simpatía, perezca por inanición. Nadie sería capaz en su barrunto de sociedad de sentarse en soledad, con el único horizonte de un libro, sin dejar de toquetear su teléfono inteligente, a leer un En busca del tiempo perdido  de Marcel Proust  o un Hombre sin atributos de Robert Musil.  Parafraseando la novela genial de Musil, nuestra generación así descrita, aparece desdibujada, sin atributos, poco proclive a la reflexión. O quizá nos vayamos abismando hacia lo desconocido, si estos fugaces y promisorios compañeros tecnológicos ocultan en realidad nuestra incapacidad de relacionarnos con los demás,sin parapetos. Alexis de Tocqueville evidenció este tipo  de sociedades que bajo el sustento común de la masa, retoñaban sin embargo en su seno más problemas de comunicación entre los individuos. Lejos nuestro afán de ponernos sotanudos y largar filípicas como oradores que no somos, y que nos desnudarían en nuestra impostura. 


Desde que Capek alumbrase el término en su obra RUR,
han tenido una larga vida estos autómatas

Porque si echamos el hilo atrás - rebobinamos sonará trasnochado a los más jóvenes como el superordenador Multivac y las tarjetas lectoras de Isaac Asimov, que alimentaron nuestros sueños juveniles-  y recordamos cuando Mario Muchnik conjeturaba sobre un futuro donde  unos discos duros que colgarían de nuestros cuellos, nos suministrarían toda la información necesaria convirtiendo en fútil cualquier ejercicio intelectual, el propio editor desconocía que estaba hablando de un pasado, incluso remoto para la vorágine con la que se desenvuelven las tecnologías actuales. No cabe duda que a tenor de su reconocimiento en un pasaporte, Neil Harbisson, es desde el año 2004  el primer cyborg de la historia, mitad hombre mitad máquina ( ver reseña del periódico mejicano http://www.excelsior.com.mx/global/2016/01/06/1067293). El ciudadano británico deja perplejo al más pintado con su facundia. Le tachan en cualquier caso de lunático por su ceguera tecnológica y por portar con garbo, incrustado en su cuerpo toda una suerte de dispares gadgets. Pero el artista avanguardista arrostra con poca tibieza las acusaciones de frivolidad, las más vehementes le tildan directamente de majadero. Con su antena que nos transporta a los ochenta de la cándida Abeja Maya, va desvelando todas nuestras contradicciones tecnológicas reflejadas en nuestra habla más cotidiana. Así, solemos decir que "no tenemos batería" asumiendo el papel de nuestros móviles, o no tenemos cobertura. Aunque convendría decirle que gracias a figuras como la metonimia también nos bebemos un vaso cuando a resultas de nuestra acción no ingerimos el cristal, sino el líquido elemento. Con todo, si nos ponemos tétricos, el dicharachero Harbisson, como cyborg, representaría el estadio previo a la dominación absoluta a la que nos someterían los androides que denuncia con horror Stephen Hawking . Sonarían los tambores belísonos entre humanos y robots que han destilado gotas de una vigilia perturbadora en filmes como Blade runner, en el que el temible test Voight- Kampff envuelve de un halo de simpatía a los replicantes a los ojos de los espectadores. Tampoco nos olvidamos de Terminator que encumbró a Arnold Schwarzneger o las definiciones que asentaría el propio Asimov, para el mundo de la robótica.
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El fantástico Isaac Asimov agitó de forma
magistral nuestra imaginación, con rigor científico.


Sin llegar a tan inusitados extremos, las reflexiones del fantástico vate T.S. Elliot cobran mayor vigencia si cabe. A Elliot le intimidaban los visos que vislumbraba en la modernidad de los albores del siglo XX, que bogaba hacia una mayor deshumanización  y una menor reflexión en los problemas que le podían atañer. Una sociedad que con los teletipos y los transportes 
centelleantes,  apenas dejaría cabida para la reflexión. No nos queremos imaginar qué le parecerían nuestros tiempos modernos, donde las noticias no llegan en teletipos a redacciones que las cocinan y las tamizan, sino que anegan directamente nuestros móviles, y representan tal cúmulo de información, que la mayor parte de las veces ocasionan un ruido que entorpece nuestros análisis del contexto. A esta fugacidad, mucho más perentoria si cabe, porque viene en aluvión - no en vano, se ha acuñado una nueva expresión, periodismo ciudadano,  que tiene luces y también sombras- se le añade nuestra escasa capacidad de concentración. Somos unos hombres masa, más masa sirviéndonos de la expresión de José Ortega y Gasset, porque apenas concentramos nuestros esfuerzos en comprender los problemas y nos quedamos en su enunciación, para pasar seguidamente al próximo tweet. Si lo hacemos, es de manera harto endeble, sea cual sea la causa que subyace de fondo (sea nuestro apego a las tecnologías u otras razones, por las que también abogaba Muchnik que nos apartaban de la lectura y de la reflexión, en este deambular sin sentido por las etéreas dimensiones de la tecnología, en los que el apergaminado Mario hallaba los faunos que acabarían con la literatura)  

Retornando a los males que perciben nuestros autores contemporáneos, uno de ellos se me quejaba amargamente de los mundos virtuales que con la autoedición, han agudizado  el problema de la sobreedición de un país como España, que cuenta con pocos lectores, aunque debe tener un gran número de escritores per cápita. Es difícil que de esta guisa, sus productos literarios alcancen la resonancia que merecen. Después de haber pasado varias cribas, comités de lectura de publicación, se encuentran con fenómenos como Blue Jeans, que desde su blog se infiltran en los canales comerciales antaño reservados a los escritores más tradicionales. Nada del tortuoso paso que él emprendió hacía más de tres décadas, y que según sus espesas descripciones, remedan a unas Termópilas, y ellos unos espartanos de las letras. Con arrobo escucho a este escritor, vieja gloria intonsa, que mientras Camilo José Cela se edita con tiradas exiguas - la verdadera  cultura se dispersa  en una entropía cruel- llegan estos jóvenes a asaltar los cielos lectores desde una red social. Me habla con nostalgia del rompeolas que significaban las editoriales al aventurerismo y que por supuesto, el producto es en el presente rematadamente peor. Por no hablar de la piratería, no se valora la calidad literaria, me define el microrrelato en la literatura como una eyaculación precoz, su cara se tizna de una vehemente e irredenta rebelión contra un  mundo hostil.     


Me sentí una Judy Garland por la munificencia de la
mansión del editor.

Llegados aquí, recuerdo una casa encantada en Conde de Orgaz y un largo pasillo flanqueado de rododendros, que me llevaron como Judy Garland a mi encuentro con otro viejo editor/Mago de Oz, éste real, que me quiso engatusar con la idea de que le escribiese unas memorias bien retribuidas. La conversación y sus razones para tan sublime encargo, viró para arribar  poco a poco a los denostados robots, que llamaba cafeteras. Pasamos con pies ligeros por los doctorbots americanos, que iban a mejorar los problemas de vademécum que conllevaban un verdadero aluvión de demandas en USA y de las recepcionistas robots; su mirada brilló avariciosa cuando llegamos a la conclusión de que lo mejor para sus intereses, más que unos escritores autómatas, serían unos engendros lectores, que comprasen literatura que remontasen las irrisorias cifras del sector del libro de papel, ya que los humanos cada vez compraban menos. E incluso hollamos la inefable película Her en la que Joachim Phoenix se enamora de un sistema operativo.


Hasta que me habló al desgaire de la brisa de la tarde, de un matemático, pongamos que se llamaba Titorelli por lo kafkiano de la situación, que calculaba las probabilidades de escribir una novela con palabras al azar. En suma, el tal Titorelli reducía la Odisea de Homero  a una probabilidad matemática, y así, desembocamos en la entelequia de que todo estuviese escrito si un ordenador como el Multivac de Asimov se pusiese a realizar miles, millones, bilones de combinaciones de palabras, una paradoja difícil de digerir. ¿Qué aburrido sería un mundo con todo escrito? ¿Os imagináis que ya no quedase ni una palabra más que decir porque Multivac la hubiese dicho y registrado antes?.  Éramos dos siluetas mordidas por la oscuridad de la pieza, así  que aterrado ante semejante futuro, salí de las fauces de aquella casa mágica de Conde Orgaz correteando, cuando unos años después, supe que no estábamos alejados de tan hórrida distopía. De hecho, una noticia me produjo recientemente una larga comezón. Amazon que retribuye a los escritores que cuelgan sus obras de forma gratuita en su plataforma, había detectado un fraude con el que unos presuntos hackers que subían ficheros donde cortaban y alteraban con una computadora los párrafos escritos sin ton ni son, hacían que desde otros ordenadores muchos perfiles aparentemente diferentes accediesen a esos libros de recortes, para simular una lectura – Amazon pagaba por página leída- 


¿Podrá alguna computadora escribir los bellísimos
poemas de mi gran héroe T.S. Elliot?


La literatura sumida en una guerra de hackers, algoritmos y probabilidades. Sin duda, hay ordenadores que escriben poesías, novelas, pero carecen de sentido, son muestras deslavazadas, e incluso otros ingenios que son capaces de reproducir Rembrandts ( ver estupenda publicación de Emma Sanguinetti sobre el particular http://emmasanguinetti.com.uy/hasta-el-proximo-rembrandt/No obstante, con la noticia del fraude a Amazon sobrevolaron los números,  y el hecho de que la literatura se redujese a una probabilidad. Palabras entremezcladas al azar, ¿qué probabilidad tendríamos entonces de escribir un Macbeth? Qué literatura más deshumanizada, como en aquella escena de El Club de los poetas muertos, donde el risueño profesor Robin Williams -advertimos que no se trata del cantante- calibraba la emoción contenida en una poesía mediante gráficos. Desafortunadamente no nos encontramos tan lejos, el mismo  editor que me quiso encomendar unas memorias casi sin bagaje literario, me confesó que utilizaban un algoritmo para clasificar los estilos de los manuscritos que les enviaban, paso previo a un comité de lectura, que aunque caro, seguía manteniendo. Por supuesto, los textos farragosos eran directamente desechados, ¿pero cómo habría publicado con esta criba el grandioso y a ratos gongorino Eduardo Mendoza? Cabe preguntarse a estas alturas ¿si las computadoras suplirán algún día a los escritores? Entretanto nos aguarda una larga travesía por el desierto, en la lenta transición del papel al formato electrónico, en la que se halla incurso un debate sobre los derechos de autor, la fiscalidad asociada a la creatividad, todo sujeto a miles de diferentes interpretaciones. Disfrutemos hasta entonces de los libros, independientemente de las guerras de formatos y del denostado papel ( Leímos un artículo en El Confidencial que afirmaba que el libro electrónico había salvado más árboles que Greenpeace, pero no contaba la contaminación que significaba la carga del aparato). 

PD: Mientras escribía mis reflexiones de orate que ha perdido toda cordura, desquiciado por los idus de las tecnología, la música de Queen ponía un punto de mesura. Imagínense el Bohemian Rhapsody, aunque por favor, queridos lectores, hagan un ejercicio con sus mentes.



Comentarios

  1. La ciencia ficción siempre ha sido un género para hablar de distopías, para conjeturar sobre un futuro negro al que conduciría la tecnología, pero, lo queramos o no, ahí está y nada podemos hacer para ponerle freno. En el fondo, nada es tan negativo como auguraban estos grandes de las letras, ni tan positivo como predican quienes se enriquecen fabricando o vendiendo estos ingeniosos productos. Forman parte ya de la evolución del ser humano y sus pros y sus contras ya son los nuestros.
    Gran entrada, Sergio, como es habitual en ti, trufada de referencias para que aprendamos a la vez que disfrutamos leyéndote.
    Besos y la comparto gustosa. Feliz domingo :-))

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  2. Muchas gracias por tus comentarios,Dalia,por cierto,más adelante quería reflexionar sobre el intrusismo que supone el big data en nuestras vidas.Pero no todo es malo y yo apuesto por las tecnologías.Es normal que escritores por decirlo de alguna manera más tradicionales se sientan acechados e incluso cercados por estos nuevos usos.Los comités de lectura suponían una barrera de entrada que consolidaban su posición,que sienten socavada.Es verdad que cometieron ominosos fallos,rechazaron repetidas veces La Conjura de los necios o al propio Thomas Mann le negaron en más de una ocasión la publicacion de La montaña mágica,si bien,normalmente son un tamiz de calidad.Luego,aunque esté a favor de la autoedición,es verdad que en las editoriales hay un trabajo detrás,en el que se mueven hilos de expertos que revisan y criban errores como anacronismos.Le pasan una vuelta a la redaccion....en fin,no me enredó más.Un abrazo y feliz aterrizaje de semana.

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  3. Ya sea en papel o en digital, el texto nunca morirá porque es un formato que inserta las ideas como ningún otro. Decía Óscar Wilde, “La apreciación de la literatura es cuestión de temperamento no de enseñanza”. Con la escritura y la lectura electrónica vivimos la transición de la cultura de la biblioteca a la cultura de las redes. La tecnología nos elige en tanto consumidores; está ahí, la puede tomar o no pero oponerse sería como decir que se está en contra de la electricidad.
    Lanzo una pregunta, si los lectores se habitúan a no pagar -me refiero a la imparable piratería- ¿hasta cuánto estaríamos dispuesto a pagar por un libro digital?
    Excelente y muy reflexivo Sergio.
    Un abrazo :)

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    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias, Marybel, sobre todo por tus brillantes reflexiones! Lo que quería reflejar, más que una oposición a la tecnología, que se agita de forma convulsa,casi como un movimiento sísmico al que es imposible oponerse, son los diferentes pareceres que giran en torno a este cambio de paradigma. Desde el escritor que ve minada su posición y va venteando su enojo contra los gustos de la masa, de las editoriales que deben volver a analizar sus grandes estructuras y por último, nuestro papel como lectores, donde hundes el dedo en la llaga: ¿hasta cuánto estaríamos dispuestos a pagar por un libro digital?

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