Quien
no recuerda las melenas híspidas de Modigliani, cigarro en ristre y el
sol hiriendo sus rostros en lo que parece un leve receso en el coloquio
artístico. Pablo Picasso también parece sonreír, pero le guarda viejos
agravios al italiano, que retrepado en su poderío físico, amilana al gran
genio. Su francés italianizado, el pañuelo siempre bien puesto y a pesar de una
americana, que desvaída y mugrienta espantaría en cualquier otra percha, en la
del italiano luce espléndidamente. Además, nota el malagueño el revuelo que
causa el joven de cabello agitado, mecido por el viento, cada vez que bravucón
apura su vaso de absenta, bebida de artistas y de vampiros, ya que las damas le
contemplan de forma soterrada y llena de añoranzas. Anhelos de ser abrazadas
por aquel hercúleo licencioso con las musas. En cuanto se va a su pieza, a discutir
veladamente con su amigo, el escultor Brancusi, las mujeres bisbisean y
queda en el aire, un vago recuerdo a trementina, absenta y a aquel tabaco, que
principia y deja en los ceniceros.
En
su Livorno natal, Liorna, una ciudad portuaria donde las grúas que enarbolan
grandes cargas parecen arañas gigantes, pocos hubiesen jurado que las veleidades artísticas de Modigliani, alcanzasen el Olimpo de los
creadores (más bien habrían abjurado de su arte). Un chico muy guapo, de
ademanes aristocráticos, algo taciturno, y que buscaba siempre la compañía de
los demás, pero se limitaba a observar hasta que apreciaba la calidez en su
entorno, y se desataba con circunloquios con los que a veces mareaba a sus
amigos, verdaderos penites de sus
ínfulas. Todo el mundo reconocía que el chico tenía talento, aunque mancillaba
las piedras que cobraban aires extraños. Nada que guardase parecido a los cánones
clásicos más del gusto del pueblo llano. Dedo indagó perenne sobre las nuevas
fórmulas estéticas, sus primeras incursiones serias fueron plagios de Matisse.
Henri, una de las lucernas del arte, derramaba
luz desde principios del siglo XX con sus coqueteos con el fovismo. Recordemos que fue el gran rival
de Picasso, quizá aquí estribase la vieja rencilla que nublase a Picasso con
respecto a la estima que tuviese a Dedo. O puede que nuestro gran genio,
elevado a la categoría mundial de gran revolucionario del arte, se sintiese intimidado por un nuevo gallo en el corral, que le ganaba claramente en prestancia.
Pues
Picasso era un alfeñique, al que le escaseaba el pelo; únicamente su genio
deslumbraba por doquier y hacía temblar de pasión a las féminas, que soportaban
estoicas lo que en estos tiempos hubiésemos definido de otra forma, en algunas
ocasiones comportamientos rayanos con el maltrato. Sus complejos se reflejaban
en las mujeres y en su trato con Modigliani, a modo de inseguridades, que le
harían redoblar su apuesta en el terreno del amor, donde Pablo tenía que
vencer.Fue por lo demás, un conquistador versallesco, que dejaba en una playa a una de
sus veleidosas damas para rendir amores en otro lugar cercano a la amante no
oficial. Irredento mujeriego, al que no le iba a la zaga Matisse en cuanto a
energías creativas, en vehemencia erótica, fue más sosegado. Porque Matisse fue
el otro gran padre creador, que revolucionaría el arte, desde posiciones más burguesas.
Para muchos sería una excrecencia de la clase media, que a veces vomitaba
genios. No todos iban a ser bohemios, que infaustos vivirían un sueño la mayor
parte velados.
La
búsqueda del joven Dedo, no obstante, tiene lugar en medio de una
floresta de vanguardias: futuristas que luego se asociarían
con el movimiento fascista, y que fascinados por la velocidad de un
mundo que había pasado de los coches de caballo a los impulsados por la
gasolina,y que espantan con su rebufo de aire; los dadaístas,
los surrealistas.
Al arte le aterran las sombras monstruosas que van cobrando forma en el mundo
moderno, salvo a los mentados futuristas que entronizan la estética de la
guerra, como instrumento para derribar los muros de lo viejo. De tal forma quelos
paisajes industriales que ensucian la vista con sus penachos de humo sobre empinadas
chimeneas, el hacinamiento y los cuartuchos de mala espina, la guerra convertida
por los hados del horror en una producción de muerte en serie – las escenas
frescas de cuerpos cimentando trincheras y los paisajes lunares, horadados por
las bestias artilleras como el gran Bertha- las cadenas de montaje sin un ápice
de tiempo para tomar resuello, que Charlot inmortalizaría en su famosa
película Tiempos modernos, azotarán la conciencia del artista. Todo este
pandemonio torna el interés del arte hacia el hombre antiguo y las sociedades
más ingenuas. La veleta ha girado y el arte tribal, que revela el candor de las
tribus africanas, se convierte en modelo. Con estos mimbres
se alumbrará el abstracto, máscaras en lugar de rostros (qué son Las
Señoritas de Avignon aparte de muchachas licenciosas) y Dedo tocado por
una varita mágica, ingenia sus caretas hieráticas, vacías de expresión o
aguardando a que el observador las rellene de sus emociones. Cualquiera puede reconocer un Modigliani, el de Liorna, había
hallado su sello propio en el mundo del arte, tras una intensa búsqueda.
Qué secretos guardará la niña bajo su mirada enigmática |
La triste historia, que nos ha dejado como legado un prontuario de maravillosos lienzos, tiene una desgracia póstuma de indescriptible horror. Con el cuerpo todavía caliente del conspicuo pintor, vivían en uno de los lugares más recónditos del viejo París, su compañera sentimental que estaba embarazada de casi nueve meses, sin porfiar por encontrarle un sentido a la vida tras el deceso de Modi, se abrazó al vacío de una quinta planta. Si el turista tiene un segundo en su maratoniana visita a París, cuyas dimensiones y museos crecen como los tentáculos de la hidra (sobre todo si viene de una ciudad modesta) rogamos que eleven sus plegarias o suspiros a la quinta planta del número 8 de la rué de Amyot. Es uno de los lugares más pintorescos- me encantan estos juegos de palabras- donde el artista vivió sus últimos días, cuando exangüe de fuerzas, tras mal dormir o estar en el duermevela perpetuo de los creadores, se levantaba de la cama y susurraba al bulto de Jeanne, que volvía a coger los pinceles. Trabajaba veinte horas al día en su atelier improvisado del número 8 de la rué de Amyot, para que como decía su amado enemigo Pablo Picasso, la inspiración le sorprendiese pintando. Claro, que Modi, amante de la vieja Lutecia, siempre le fue fiel a la ciudad y a sí mismo. Sus malos hábitos que seguía cumplidamente y su esfuerzo cegador frente a los lienzos, le llevaron a la tumba.
El París cegador y noctivago que invita al malvivir |
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