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La pepona de inmaculada soledad



Iba agazapado tras unas gafas de sol, para ocultar mis espléndidas ojeras, y con una gabardina marrón clara, que tapaba los cuatro trapillos que me había puesto para salir del paso. Era un sábado  resacoso; todavía resonaba en mi cabeza Bohemian Rapsody, que se había convertido en nuestra canción ritual, porque encauzaba todas nuestras euforias de una noche siempre promisoria, que con todo, al final siempre se mostraba desdeñosa en cuanto a nuestros anhelos de encontrar el amor. A pesar de mi aspecto macilento, me moví como una gacela entre los estantes de un gran almacén cualquiera, cuando un inmenso chirrido similar al graznido de una sirena, interrumpió las reflexiones con las que habitualmente me fustigo. - ¿No te acuerdas de mi?- Me preguntó una vivaracha pepona.” Mamaaa, just killed a man” la voz de Freddie Mercury todavía repiqueteando en mi cabeza, y las facciones de la muchacha complacida, que  me recordaban a alguien. ¡Despierta, Muna!

-     Soy Inmaculada, tu antigua vecina – Dijo la muchacha dado que no ponía solución a su acertijo y de pronto afloraron sus vestiditos de Mariquita Pérez, sus trenzas o peinados de escafandra  de niña pizpireta, quizá demasiado pupé. Recordé que enseguida se sonrojaba cuando muda, se apostaba delante de mí, mientras los chicos jugábamos a las canicas. Se balanceaba sobre su pierna derecha como queriendo decir algo, pero al final, el silencio y una sonrisa que bosquejaba mientras sus carrillos se inundaban de un color similar al durazno, era lo más que Inmaculada decía. Más tarde me explicó el motivo por el que se plantaba delante de mí sin decir ni mu-  ¿Qué tal te va, Muna?
-     Bien, bueno.- Balbuceaba, todavía estaba noqueado por la resaca. “Galilleo, Galileo, Galileo, Figaro- magnifico” Y la pepona abusaba de mi confianza, vomitando preguntas y más preguntas, que me hicieron brujulear inquieto, buscando la forma de evitar aquel suplicio. Los irritados compradores nos miraban con caras de suma extrañeza, mientras nos rodeaban. Escuchaban a retazos su conversación- yo estaba callado mientras Inmaculada parloteaba sin parar- pero lo que les llamaba más la atención, era el éxtasis de la inmarcesible pepona.
-  Perdona, necesito gas.- Me aclaró risueña, que quería salir a fumar. Asomó su dentadura pocha con el chascarrillo. Y aquella tarde, de vergüenzas ajenas, se esfumó con la promesa de volver a juntarnos.- Muna, no te lo perdonaría que no nos volviésemos a ver. Te puedes creer, Muna, que estaba pensando en ti cuando venía. ¿No crees en el destino? En mi horóscopo me decía que iba a aparecer una persona importante en mi vida en esta semana.


Mustia pepona, que nos conmueve

Más tarde, fui deshilvanando el misterio de la libidinosa pepona. Después de acabar políticas en la Autónoma, aspiró a la más alta función de una sociedad, que es la política y por supuesto, exhibía con ternura sus logros. Con treinta y pocos años, le habían asignado el puesto de concejal de cultura en las últimas elecciones, que se habían producido hacía unos pocos meses. Por eso le había venido como anillo al dedo. “Muna, el poeta, siempre tan romántico” se le encendieron los arreboles. Es verdad que siempre me ha costado llevar este sambenito a cuestas, el de vate, por mi morosidad con las cosas que parecen prescindibles, pero volvamos a Inmaculada, la invencible pepona. Todas sus vicisitudes me las explicó con su estilo ardoroso y agitado de hablar, a la vez que fumeteaba infatigablemente, en su chalé de la carretera de Barcelona. Necesitaba como Concejal de Cultura, darse ese halo de intelectual, que  como yo sabía, no tenía. Seguidamente me pasó unas cuartillas, con una entrevista, que había que reenviar con las preguntas contestadas a la revista local. Su partido no le dejaba que al albur de un calentón, dijese barbaridades, así que mejor meditar las respuestas y pasar varias cribas. En realidad no era una entrevista, lo que me produjo cierta tristeza. A medida que se me acercaba dicharachera y radiante con sus leggins, me susurraba que una mujer de sus posibilidades al fin y al cabo, se sentía tremendamente sola. Íbamos completando la entrevista con sus constantes interrupciones y éxtasis teresianos.

-          Me gustaría incluir una reflexión sobre la soledad del individuo en las sociedades modernas, una de esas que tanto te gustan a ti, Muna. Algo de poesía.
-          En una  entrevista no pegan mucho.
-          Sí, algo que se te ocurra, con varios adjetivos, pintemos un cuadro de esos oscuros.
-          Las nubes espesas que se ciernen sobre el individuo en las sociedades modernas.
-          Con más adjetivos, Muna, que tú eres jacobino.
-          Será gongorino, Inmaculada.
-          Pues eso, que pongas más adjetivos, que parezca que me recreo como una intelectual en la frase. El individuo solo y el político que le rescata de su soledad. Creo que quedará bien. Y luego con aforos de esos de alguien conocido.
-          Será aforismos. ¿T.S. Elliot te vale? ¿Y Stendhal? Churchill es infalible porque no callaba.
-          Sí, cualquiera de esos tres.

No recuerdo si escribimos que “ las nubes alargadas y espesas que retoñan y se ciernen sobre el individuo ahíto de soledad en las sociedades modernas como había constatado T. S. Elliot” Las respuestas de la entrevista se convirtieron en un bodrio infumable y en un clásico en mi casa, ya que despertó la hilaridad de mi hermano Alejandro, cuando llegó un duplicado de la revista  a casa. Sandro tenía los ojos velados por el llanto, que le habían producido las respuestas grandilocuentes. Y me releía las respuestas, mis respuestas, con gozo y saña. – Si todo el mundo sabe que Inmaculada es una ceporra.

Entre líneas de mis vivencias con la elástica pepona, me hizo pasar varios trances ineludibles de contar. Como cuando vino pasada de alcohol, y me recriminó a bocajarro.- No os folláis a las gordas, porque no os gustan. Y yo estoy cansada de tanto régimen. Ni siquiera me miras, Muna. Me pongo sexy, y nada.

-          A Rubens, depende del canon, le gustaban las mujeres gruesas
-          Dale, el intelectual que no se entera de nada. ¿Sabes por qué me ponía delante de ti cuando jugabas a las canicas?
-          No me daba cuenta.
-          Como siempre, Muna. Estaba y estoy loca por ti. Y sí, me viene bien que me asesores, porque soy una lerda y tú un intelectual, pero la verdad es que me siento tan sola y tú siempre me has gustado tanto.- Los cabellos foscos, la boca contrahecha, con el rímel ligeramente corrido, le daban un aspecto a Ridi, pagliacco, que me enterneció. – Pero no te vas a follar a una puta gorda, lo sé.
-          Es que así planteado, Inma. Es un poco truculento.
-          Sólo os gustan las flacas.

Me asedió a mensajes tras su encerrona porque presuntamente quería que le asesorase en el ambicioso programa cultural que iba a emprender su partido durante aquella legislatura. Todavía tendría algunas anécdotas que contar sobre la pepona cachonda. Como su disertación en público sobre un Estudio del Cuadro de las Lanzas de Velázquez que promocionaba su departamento. Le nubló la razón el miedo escénico y el discurso escrito, se le aparecía como una neblina. Lo dejaré para otra ocasión. El caso es que a veces veo pasar a la dulce pepona, cabizbaja y con ese rostro conservado en el formol de infinitas cremas, aun en soledad, y un respingo de amargura, enternece mi corazón. Ella alza sus cejas, se esponja en una sonrisa fugaz al reconocerme y sigue caminando imbuida en su soledad, otra vez.

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