Podríamos caer en una nube de tópicos,
y enredarnos con suma facilidad en la pomposidad más sincera, para estar en la
pomada de los obituarios a David Bowie ¿Hacia dónde vagarán los átomos
descarriados de este gran artista, fallecido hace una semana? Venerado por
propios y extraños, casi todos nos rendimos a su capacidad inveterada para
reinventarse cual Ave Fénix y sobre todo sorprendernos, con cada
transformación. Un pequeño receso: más estrambótica que el primer Bowie nos
parece Lady Gaga, aunque confesemos que nos divierten sus looks imposibles.
Otra cosa será su legado artístico que sólo se podrá analizar cuando deje más huella
en el mundo de la música, ya que equipararla en términos artísticos con Bowie
en estos momentos, sería de una crueldad poco refinada.
El caso es que volviendo a escuchar
las primeras letras de nuestro insigne Starman, las cuales dicho sea de
paso, destilan su pasión por el espacio, éstas cobraron una nueva luz. Porque a
pesar de que David no se declarase intelectual, nos invitó con ellas a razonar
sesudamente sobre nuestros orígenes. En plena ebullición fragmentaria de
nuestras cabezas -no somos más que restos de estrellas y de supernovas- fuimos encajando piezas de la historia que
creemos, que viene muy a colación contar hoy. No en vano, en la época de de Ziggy
Stardust hubo un caldo de cultivo bastante propicio para su aparición, amén
de la archisabida llegada del hombre a la luna, y de la amenaza alienígena que
llegaron a representar los pulsar, aparece un científico muy peculiar que la
literatura posterior ha caricaturizado, por su negación del Big Bang. El
cascajoso Alfred Hoyle creía en un
universo constante, por lo que hasta el fin de sus días, se opuso a la
descabellada teoría del átomo primordial. Big
Bang fue a fin de cuentas un término despectivo, que acuñó en una de sus
famosas emisiones radiofónicas.
Pero
hagamos un ejercicio de imaginación, llevados por una de sus emisiones
radiofónicas, la voz barbotando en el espacio en forma de onda para llegar a
una infinidad de hogares británicos, que gracias a su tesón y pasión, se
familiarizaron con la astronomía. Entre ellos especularemos, no sin mucho
fundamento, que estuviese la morada de los Bowie y el pequeño infante, que
alucinaría con las historias que desentrañaba la lengua pastosa de Hoyle. Incluso se nos encoge el cuello de la camisa
con sólo pensar en la desasosegante proposición que subyace en su teoría de la nucleosíntesis, una de las mayores
contribuciones de Alfred a la ciencia. Muchos de los elementos básicos de
nuestro cuerpo como el hierro, se engendraron en el seno de supernovas y ahora
circulan por él, ajenos a su génesis
violenta ¿Entendemos ahora algo más la pasión desmedida del primer Bowie por el
espacio sideral?
La Nebulosa del Águila (gentileza Pixabay) |
"There´s
a starman waiting in the sky." Letra de la canción Starman. David Bowie.
S. Munari.
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